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La noche feliz de los campesinos juglares de Las Pavas


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En la noche del 13 de noviembre, Asocab, la asociación que reúne a los campesinos de Las Pavas recibió el Premio Nacional de Paz 2013. Crónica.

Lejos, muy lejos del calor agobiante de la Isla de Papayal y de su natal Buenos Aires, 14 personas se alistan para ingresar a un auditorio que pronto estará repleto de lo más granado del mundo de la defensa de los derechos humanos en Colombia, además de un Ministro, un defensor del pueblo y un congresista.

La lejanía no es solo geográfica; el frío y la altura de Bogotá hacen que estos 14 campesinos del sur de Bolívar sientan que el corregimiento de Buenos Aires y la Hacienda Las Pavas sean, por momentos, algo abstracto, meros nombres y palabras. El horror, el dolor, el miedo quedan a un lado mientras la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Paz 2013 va haciéndose a cada segundo algo tangible y no solo un evento marcado en el calendario.

Los 14 miembros de Asocab (Asociación de Campesinos de Buenos Aires) liderados por Misael Payares llegaron a Bogotá el 12 de noviembre de 2013, después de un vuelo de algo menos de una hora desde la ciudad de Barrancabermeja. Un vuelo que para muchos fue su primera vez con los pies lejos de esa tierra por la que tanto han resistido y sufrido. Fue la oportunidad de ver desde el aire el Río Magdalena, vértebra de la conquista española sobre el territorio colombiano y que es uno de los límites de la Isla de Papayal, el pedazo de tierra que cada vez más se convierte en un gran sembrado de palma de aceite.

Desde que comenzaran, a finales de la década del 90, los conflictos por las tierras, que muchos indicios señalan de haber pertenecido a un testaferro de Pablo Escobar, han sido muchos los contradictores de esos campesinos que nacieron y han labrado esas tierras desde siempre. Paramilitares, testaferros del narcotráfico y palmeros han llegado y pasado por la Hacienda Las Pavas, la misma en la que la miseria de los campesinos que fueron desalojados ilegalmente en 2009 sirve como telón de fondo de las políticas agrarias de los últimos tres gobiernos.

El último que ha enfrentado a estos campesinos que se escudan en una arraigada fe en Dios y en la negación de la violencia como recurso de acción, es el empresario palmero Ernesto Macías quien, entre otras cosas, los ha acusado de ser miembros de la guerrilla de las Farc y quien demandó la posesión de la subgerente de tierras del Incoder (Instituto Colombiano de Desarrollo Rural), demanda que desembocó en la inhabilidad por diez años de la exfuncionaria. Una decisión jurídica que llegó en el peor momento ya que al mismo tiempo que se tomaba, era nombrado como Ministro de Agricultura el expresidente de Indupalma, una de las asociaciones de palmeros más grande del país.

La pelea por la Hacienda Las Pavas aún no está definida ya que a la decisión del Incoder de declarar como baldíos de la nación las 1.338 hectáreas que la componen, Macías interpuso una serie de demandas ante el Concejo de Estado para frenar la virtual entrega de las tierras a quienes siempre las han habitado y trabajado. Otra de las amenazas que enfrenta el proceso adelantado por Asocab es la agresión constante de un grupo armado, declarado ilegal por la Superintendencia de Vigilancia, que patrulla los predios de la Hacienda y que periódicamente incendia los ranchos de paja en los que los campesinos guardan sus cosechas o golpea a miembros de la asociación campesina que resiste sin humillarse.

A pesar de todas las amenazas, ataques y negaciones de su condición de víctimas, un día antes de la noche en la que serán reconocidos como los máximos exponentes de la paz colombiana, la Unidad para la Atención Especial y Reparación a las Víctimas los reconoció como tales y los ingresó al censo que da cuenta de quienes han sufrido la larga guerra civil, de más de 50 años, que padece Colombia.

El viaje a Bogotá, el reconocimiento como víctimas, la atención de los medios de comunicación que hasta hace unos años los tildaban de “falsos desplazados” y la inminencia de la entrega del premio a su labor pacífica tenía a los 14 campesinos ansiosos, alegres y confiados.

En el salón común de un pequeño hotel de la zona de Chapinero en Bogotá algunos daban entrevistas a los periodistas que los buscaban, otros posaban en improvisadas sesiones de fotos y otros recibían la visita de miembros y representantes de organizaciones defensoras de derechos humanos que se acercaban en la mañana a felicitarlos y sentir, por breves instantes, que ese era un triunfo compartido.

Fescol (fundación Friedrich Ebert) es la organizadora del premio nacional de paz y es en su sede en donde se dio la rueda de prensa en la que Misael Payares, Etni Torres y Eliud Alvear dieron sus primeras declaraciones sobre el galardón. Misael Payares con su hablar fluido, que a veces puede parecer confuso pero que termina dejando una lección sencilla y profunda como el paisaje que los ha acompañado toda su vida en Las Pavas, dejó claro que ellos serán los arquitectos de la paz en la región en la que habitan. Declaración de principios que, esperan estos campesinos, sea respetada en medio de una guerra que no acaba y que tiene a la tierra como principal causa.

Mientras que el resto de los delegados de Asocab que estaban en Bogotá se preparaban para la ceremonia, todos arreglados de acuerdo a su código personal de elegancia que si bien no se identifica con el que se maneja en una ciudad elitista y excluyente como Bogotá nada deslucía la verdadera dignidad que reposa en sus manos callosas y en sus palabras; Misael, Etni y Eliud se movilizaban directamente hacia el auditorio principal del Museo Nacional, en donde la ceremonia habría de empezar temprano en la noche.

La entrega del premio es uno de los momentos más emotivos para las vidas de algunos de estos catorce campesinos cuya mayor aspiración es tener su pedazo de tierra para sembrar mafufo, maíz, yuca y poder tener chivos, cerdos y vacas. En el momentos en que se anuncia la entrega del premio Misael sube, junto a los demás delegados de Asocab, y desde la tarima, en un discurso fluido y transparente, como las aguas de las quebradas que los flanquean en Buenos Aires, invita a todos los asistentes a que se abracen, ya que la paz comienza por reconocer y conocer al semejante.

Las lágrimas fluyen como las palabras, los aplausos acompañan a los campesinos que por primera vez son reconocidos como víctimas por el Presidente de la República que aunque no asistió a la ceremonia, envío un mensaje de felicitación a los galardonados. A medida que avanza la noche, la ceremonia se extingue y el momento de las fotografías, abrazos y la obligada copa de vino llega, la inquietud se apodera de algunas de las caras de los campesinos. Están intrigados por saber qué ha pasado con dos de sus compañeros que se encuentran esa misma noche, en otro auditorio, esperando la premiación a los mejores trabajos musicales del año. Por increíble que pueda parecer la misma noche en que son reconocidos como aquellos que más han trabajado por la paz de Colombia en el año 2013, un disco de vallenatos que cuenta su historia de dolor y esperanza está compitiendo en los premios Shock a la música.

El regreso al hotel los lleva directo al comedor y a un plato de arroz con pollo, como banquete triunfal. A pesar de la alegría es necesario descansar ya que el vuelo de regreso a sus tierras es a las 6 de la mañana del día siguiente. Para algunos significa el regreso a la lucha y a la resistencia con un amor infinito por los suyos, algo raro y difícil de encontrar en un país sumido en una guerra que ha ido descomponiendo el alma de todos los que están sumidos en ella.

El dolor, la angustia, el sufrimiento pudieron ser cambiados por esta noche por la alegría, la esperanza y el orgullo de ser el objeto de atención de un país que busca la reconciliación a toda costa. Desde el cielo verán la desordenada extensión de Bogotá con sus ríos contaminados y se sentirán seguros de que su labor por defender su tierra y sus cristalinas fuentes de agua es una tarea que les compete a ellos, a sus hijos y a sus nietos, para que de esa manera todo el esfuerzo de resistir en el territorio haya tenido sentido.

P.S. Los dos campesinos asistentes a la ceremonia de premiación de los premios a la música regresaron sin el premio en sus manos pero con la satisfacción de saber que por primera vez ellos existieron para Colombia no solo como víctimas de la guerra sino como juglares que algo tienen que decirle al país que los ha ignorado de manera burda y grosera.

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