Es una buena noticia los acercamientos entre el gobierno y la guerrilla de las FARC –y eventualmente con el ELN- para iniciar los diálogos por “la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, en la primera quincena de octubre en Oslo (Noruega).
Revelados los cincos puntos de la agenda de negociación (Desarrollo rural integral, Participación política, Fin del conflicto, Solución al problema de las drogas ilícitas y Víctimas y verdad) y confirmada la facilitación de Chile, Venezuela, Cuba y Noruega –estos últimos en calidad de garantes-, renace la esperanza del cese definitivo del cruento y prolongado conflicto interno que ha padecido el país, en campos y ciudades.
Se ha privilegiado la perspectiva del diálogo y la negociación política. El Presidente Santos habla de “estimular la paz por encima de la guerra” y coloca a la primera como perspectiva de victoria. Mientras Timochenko sostiene que las FARC “llegan a la mesa de diálogo sin rencores ni arrogancia” y que “no se pararán de la mesa hasta alcanzar la paz”.
Estas noticias operan como bálsamo para el pueblo colombiano, especialmente para los indígenas, campesinos y afrodescendientes que han resistido el largo ciclo de la violencia, y para los sectores sociales que hemos hecho nuestras las banderas de la solución negociada y el rechazo a la violencia como método de acción política de las izquierdas, y como entidad política, económica y social del establecimiento.
Un ambiente favorable
Hay un cambio de tercio en lo que respecta a la percepción sobre las iniciativas de paz entre el gobierno y las guerrillas, con los medios informativos como bastión indiscutible.
Tras el anuncio del Presidente Santos de los acercamientos exploratorios con las FARC y la posterior filtración de lo que sería la agenda de diálogo, círculos de empresarios, políticos adscritos de la unidad nacional y miembros de la élite colombiana han cerrado filas en torno al Presidente.
Organizaciones políticas de oposición como el PDA y Marcha Patriótica, el movimiento Colombianos y Colombianas por la paz con la vocería de Piedad Córdoba, y movimientos de víctimas, indígenas y de campesinos, también reivindican la pertinencia de las iniciativas de paz y exigen una participación activa en el desarrollo de las negociaciones.
El Departamento de Estado de los EE.UU. también ha expresado su apoyo, junto con la Unión Europea y las Naciones Unidas. Asimismo, medios influyentes de todo el mundo, de España y EE.UU. especialmente, han saludado la noticia en sus espacios editoriales. Nuestros vecinos regionales ven la posibilidad de la paz como una condición necesaria para la unidad latinoamericana.
Quizá lo más destacado es la metamorfosis que ha operado en la conciencia de los colombianos acerca de los diálogos de paz con la insurgencia y su posible concreción en lo inmediato: el 70% de los encuestados avalan los acercamientos exploratorios entre el gobierno y las guerrillas.
Todas estas circunstancias están incidiendo por una apropiación social de una solución negociada.
Como obstáculo, el ex presidente Uribe y el Puro Centro Democrático. Alzados en odios contra la paz, apostarán su capital político a la desestabilización, con el militarismo como ideología dentro y fuera de las fuerzas militares.
La Paz: ¿una posibilidad real?
Luego de confirmado el inicio de diálogos de paz entre gobierno e insurgencia, el fantasma de fracasos anteriores se muestra acechante. Entonces, ¿Qué tan real es la posibilidad de sellar un acuerdo de paz? ¿Gobierno y guerrilla están comprometidos a fondo con una solución negociada al conflicto?
Por parte de Juan Manuel Santos, la apuesta por la paz compromete gran parte de su prestigio y su futuro político. La paz se divisa como posible bandera para un segundo mandato. No obstante, una nueva frustración en el terreno de la paz significaría el relanzamiento político de Uribe. Esto lleva a inferir que Santos no puede estar improvisando.
Entre tanto, la normalización de las relaciones con Venezuela, Ecuador y otros países del vecindario, duramente afectadas durante el gobierno anterior, han sido terreno fértil para los contactos que hoy se revelan.
De parte de las FARC, fue significativo la liberación unilateral de los secuestrados por parte de las FARC y sus anuncios de abandonar la práctica inhumana del secuestro. No obstante, estos gestos resultan insuficientes. Apoyamos la idea de un cese al fuego bilateral, hecho que constituiría un primer paso para crear un clima de transparencia y confianza entre las partes y la sociedad.
La colaboración anunciada de Cuba y Venezuela es de importancia suma. Su solidaridad con la causa de la paz en Colombia es expresión del internacionalismo efectivo de estos gobiernos por la unidad de los pueblos de América. A lo que se agrega la novedosa presencia de Chile, lo cual amplía el espectro del apoyo internacional.
No obstante, la violencia guerrillera es solo un episodio del teatro de la guerra en Colombia. En su órbita se encuentran también la del latifundio y transnacionalización de la propiedad rural (asociadas a la minería y la agroindustria) que agrede a las comunidades campesinas e indígenas. También está la estructura del narcotráfico y el paramilitarismo, que constituyen dos obstáculos de alto calibre para el logro de la paz, como lo mostró la experiencia de lo ocurrido con los acuerdos de La Uribe y el exterminio de la Unión Patriótica.
Por ello, el paramilitarismo como expresión de estas violencias y con raíces políticas en el anticomunismo, es un problema por resolver.
La paz y las izquierdas
Luego de varias décadas de violencia guerrillera, la noticia de unos posibles diálogos de paz que incluyan a las FARC y el ELN tiene particular significancia en la órbita de las izquierdas. Está dinamizando la reconfiguración de su mapa político, en el que aparece como protagonista de primer orden el movimiento Marcha Patriótica. Este se perfila como un punto de llegada democrático de los insurgentes.
En el seno del PDA, se va a clarificar la postura sostenida por el MOIR y el compañero Jorge Enrique Robledo, de apoyar los procesos de paz como una tarea secundaria, tal como se evidenció en la reciente conferencia ideológica del PDA. En contraste con la postura de la presidenta de este partido, Clara López Obregón, de insistir en la prioridad de una solución política negociada.
La terminación de la guerra entre gobierno y guerrillas representaría el principio del fin de un ciclo trágico de la historia de nuestro país. Se abriría un espacio democrático en la vida nacional, posibilitando una clarificación de la lucha de clases hacia los cambios de fondo que demandan las mayorías nacionales.
La profundización del proceso de negociación pondrá en cuestión, en el momento oportuno, el debate sobre el modelo económico de neoliberalismo y transnacionalización financiera. Al igual que la necesaria reforma agraria democrática.
Dado que el papel de los grandes medios de comunicación, pese a excepciones, es de signo regresivo, por propiciar el espectáculo y la banalización, ese tema aparecerá en el centro del debate nacional.
Hay que convocar amplios debates y reflexiones en todos los escenarios sobre cómo lograr la paz AHORA.