Quien iba a imaginar que firmada la paz entre liberales y conservadores hace más de medio siglo, esa paz derivaría en un clientelismo, antes agazapado ahora abierto, que desencadenó un inmenso sistema de corrupción y de concubinato ideológico.
El Estado ha sido asaltado por la mala política, el modelo de democracia representativa se ha deteriorado porque algunos que la representan se han apoderado de la administración de la nación y de los gobiernos para beneficio propio. El sentido de la política al servicio de la sociedad desaparece, los partidos se deforman, y la inmediatez se apropia de la acción política, traducida en maquinarías electorales que viven y trabajan para ganar o perder elecciones.
Antes de las elecciones la ciudadanía cuenta, después no. Los políticos y sus equipos cierren filas y van por el Estado. Los partidos desaparecen y solo quedan los mañosos del clientelismo para negociar prebendas, contratos y hacer lobby. Al final, pocos pierden. Todos son convocados a unidades nacionales, y la mayoría, luego de un ambiguo comunicado, se sientan en la mesa a compartir el poder.
Pasan los días y en el horizonte se dibuja el nuevo debate electoral. Los partidos renacen, se rearman, y se declaran opositores unos de otros. Se forman cuadros. Se arman programas. Se contratan estrategas que intentan encontrar el mensaje ganador: el que lo encuentra gana más allá de qué contenidos lo nutren. En las sedes se agolpan los compra puesto, los contratistas, y los compra votos. Las banderas se agitan, los animadores elevan consignas, y se montan show mediáticos la mayoría sin contenido y en torno a preguntas generales. Al final un ganador, y al siguiente día los partidos se silencian y la ciudadanía se va de vacaciones hasta nueva orden. Las sedes de los partidos pintan las fachadas, recogen la bandera y cierran las puertas. Es el fugaz ejercicio de la política colombiana: una acción por la inmediatez que revive cada cuatro años.
Quienes hacen política tradicional solo apuntan a ganar elecciones, y no en perfeccionar el modelo programático, en renovar sus fundamentos ideológicos, en organizarse de nuevas formas para atender los cambios que ocurren en la sociedad, anticiparse a otros, y generar espacios permanentes de expresión y de transformación. Las vertientes de “nuevos partidos” derivados de las cobijas liberales y conservadoras, no son más que expresiones de la vieja política del siglo XX. Un ejemplo, el Partido de la U.
Ganar elecciones como fin único es el mal de toda nuestra política y de todos los desbordes ideológicos y clientelistas que vive Colombia, porque la acción política está puesta en los medios y no en los fines. Las elecciones son un medio y no un fin de la acción, de la propuesta y de la renovación política. El clientelismo es funcional a este círculo perverso.
A las alternativas políticas también los ha visitado la inmediatez. El M-19 alcanzó después de la constituyente del 91 una votación que superó el millón de votos y luego desapareció. El Polo, con Carlos Gaviria en las elecciones presidenciales de 2006, llegó a dos millones quinientos mil electores y se desinfló por errores de perspectiva. La Ola Verde, con tres millones setecientos mil sufragantes, llegó más lejos y pudo llegar aún más, y terminó en un inventado “ministerio” a la medida de su última cabeza visible. Compromiso Ciudadano por Colombia, el movimiento que lideró Sergio Fajardo, cerró puertas un fin de semana, algo que nunca debió ocurrir. Pero todos esos esfuerzos previos son capitales acumulados, porque reflejan que de tiempo atrás hay una parte importante de la población que anhela algo distinto.
En las regiones hemos tenido importantes vestigios de cambio. Magníficos alcaldes y gobernadores independientes han sido las primeras muestras de que es posible ganar espacio y ofrecer caminos de esperanza a una ciudadanía engañada, manipulada y con escasa cultura política, que se ha perdió en senderos sin salida: unos cogen caminos de ilegalidad, otros se pliegan al clientelismo y a la corrupción, y algunos se resisten.
Entonces, la acción política en Colombia, ahora que se aproxima el fin del conflicto armado, y ahora que se avecinan nuevas elecciones, será más de lo mismo, salvo que las FARC se conviertan en fuerza política si firman la paz a más tardar en julio del 2013 – según lo ha indicado el Presidente Santos -, y si emerge una tercería política que piense más en la construcción de una nueva política con nuevas maneras de hacerla y de ejercerla, tal como se asoma Pedimos la Palabra. La gente quiere creer en algo serio, estable y diferente. Tiene sueños y quiere despertar pensando en construir una nueva realidad porque la realidad de Colombia no es agradable y tranquila, es desbordada, inestable, dura, ruda y cruel.
La nueva fuerza no solo debe liderarla gente inteligente, honesta, de las diferentes regiones, y con visión del mundo, de la nación y de los territorios. Debe conformarla gente dispuesta a dejar atrás viejos vestidos partidistas, dispuesta a una catarsis ideológica que los libere para pensar y construir un nuevo proyecto político y de nación, pero también esa nueva fuerza debe buscar y atraer gente nueva, mucha gente nueva que está consolidando su proyecto de vida y su estructura intelectual que no tiene espacios políticos de expresión, atraer millones y millones y millones de jóvenes, y todos asumir un talante diferente a los practicantes de la vieja política.
La nueva opción debe diseñar una plataforma ideológica y programática con nuevos contenidos para una nación sin FARC y sin ELN, una nación que quedará desnuda para mirarse sin pretextos y sin poder atribuir a terceros los problemas y rezagos que tenemos como cultura, como sociedad, como economía, como generadora de conocimiento, y como Estado.
La nueva opción debe adoptar de manera temprana una estrategia de comunicaciones emergente, creativa y abierta, que gradualmente se fortalezca como gradualmente se fortalecerá su pensamiento y su estrategia general de diálogo con la ciudadanía. En la sociedad de las redes aparecer y desaparecer es fatal. Si se aparece es para seguir apareciendo. La gente ahora se suma y participa a través de las redes. Si en algo fue exitosa la Ola Verde fue en su manejo de las redes. Esas fueron las que al final pusieron su significativa votación.
La construcción programática debe superar las tradicionales visiones sectoriales que al final terminan en listas de mercados sin conexión entre ellas y porque la sumatoria sectorial no hace la síntesis. Un ejemplo. La desarticulación de todo el sistema de competitividad y de innovación es de una magnitud inimaginable, precisamente por las visiones sectoriales que impiden ver, pensar y actuar como sistema pero también porque no tiene un conductor principal. Entonces, la nueva alternativa política debe escoger nuevos temas y decir nuevas cosas que despierten el entusiasmo en la ciudadanía por un nuevo modelo económico, de sociedad y de transformación cultural.
Pero tampoco se puede hablar de lo rural sin hablar de las ciudades y de las áreas metropolitanas que estamos construyendo, más parecidas a aglomeraciones de la sociedad industrial que a aglomeraciones en red de la sociedad del conocimiento. El Ministerio de Vivienda es un concepto reduccionista y mercantilista de las edades tempranas del proceso de urbanización, por eso desde comienzos de este siglo debió abandonar el viejo concepto, y llamarse Ministerio de Ciudades y de Regiones Sostenibles. En consecuencia, no se puede conversar de profundizar la descentralización, de fondos regionales y de ordenamiento territorial, sin conversar de una política de desarrollo regional y de autonomía territorial.
De igual manera, no es procedente hablar de calidad en educación si no se incorpora a la narrativa la ciencia y la tecnología, la transformación productiva y la innovación social. Con ejemplos como estos se deben concebir unas estructuras centrales en torno a los cuales abordar con nuevas visiones la compleja e interconectada realidad. No estoy diciendo nada nuevo, Compromiso Ciudadano por Colombia construyó de esta manera las propuestas de desarrollo regional; y de educación, ciencia y tecnología, y desarrollo productivo con equidad.
Entonces, un programa es clave para sustentar un proyecto político. Un programa se convierte en un esfuerzo perdido si falla la estrategia política. Pero, la estrategia al final pierde si no la respalda un programa. Sin embargo, es menos duro perder porque falló la estrategia que perder porque no había programa. Son aprendizajes para Pedimos la Palabra por los anhelos que empieza a despertar.
El PT brasilero fue paso a paso, construyó plataforma ideológica, acción política y fue ganando elecciones hasta ganar la presidencia: ahora conduce a Brasil a un nuevo proceso de desarrollo de largo plazo. Eso es lo que necesita Colombia. No partidos ni movimientos para ganar o perder elecciones, adornar procesos electorales y suscitar esperanzas efímeras.
Necesitamos una nueva cultura política, una nueva idea de nación, un nuevo programa de desarrollo, y nuevos espacios de acción ciudadana porque Colombia deberá reconstruirse ahora que la paz se agranda en el horizonte. Pero también cuando hay un mundo en transformación e incierto por múltiples factores, que solo una nueva virtud política y programática lo puede enfrentar. Pida la Palabra.