Que Juan Manuel Santos siga al frente del gobierno, y que como jefe de Estado tenga una segunda oportunidad para ejecutar políticas públicas que contribuyan al desarrollo, crecimiento y modernización del país, antes que ser para él y su coalición de partidos una buena noticia, es una verdadera cita con la historia y una inmensa responsabilidad.
La reelección, esa figura que ya anunció el mismo presidente reelecto, intentará reversar de la Constitución, puede ser una condena para cualquier gobernante. Una cosa es que en cuatro años no se consigan las metas de gobierno, y otra, que no se vean en ocho. Una gestión de largo plazo obliga, ya no solo a planear, sino a ejecutar y conseguir logros tangibles. Un Estado paquidérmico y demandante de liderazgo puede enlodarse sino se renuevan las energías, los enfoques y los bríos de una administración. La inercia puede ser imperdonable porque los ciudadanos van perdiendo la paciencia.
Esta elección tuvo un componente adicional. El propósito de darle un chance al final a las negociaciones que buscan poner fin al conflicto con los dos grupos guerrilleros más antiguos del continente, y casi del mundo. Ese propósito genérico de “La Paz” convocó a su alrededor las más diferentes vertientes del espectro de centro-izquierda de la política que en una especie de cruzada por detener un proyecto de derecha que no aseguraba la continuidad de los procesos, le dio a Santos un nuevo mandato, y lo comprometió con agendas, no necesariamente naturales para su talante.
Más responsabilidad aún. Santos ya no solo deberá responder y cuidar a sus aliados naturales de la Unidad Nacional original, sino a sus nuevos socios que esperan que su granito de arena contribuya a la construcción de un país incluyente y con garantías políticas; pero sobre todo con políticas sociales más audaces que le resten espacio a la inequidad y la desigualdad. Santos no tiene opción. Y eso le impondrá unos nuevos retos de gran calado. Si ya tiene la oposición de la derecha, no puede torear también la de toda la izquierda. (así ya tenga un pedacito en el senador del Polo, Jorge Enrique Robledo)
Otra responsabilidad es con el mundo. La comunidad internacional sigue en detalle los avances de los procesos de paz, y una vez que el proceso ha surtido una etapa nacional, es preciso que comience la solidaridad y el acompañamiento, sobretodo de los países mas desarrollados, para que el costo de la reincorporación de los guerrilleros, y la adecuación del Estado a una etapa de post conflicto, si es que llega a darse, pueda estar asegurada. Para eso necesitará una diplomacia más certera y profesional.
Combatir la corrupción, poner en su sitio al clientelismo, tender puentes para el entendimiento con ese 45% de los votantes que quisieron otra opción de gobierno, lograr acuerdos básicos en temas esenciales para el país, responder efectiva y satisfactoriamente al control político de sus opositores, que será implacable, es la responsabilidad que le viene cuesta arriba para el segundo periodo de gobierno y tendrá que estar a la altura del tamaño del la disputa de poder que ha ganado.