La ruta más peligrosa hacia Europa: atravesar el desierto para morir en el mar

Más de 3.000 eritreos huyen cada mes hacia Europa. La mayoría desaparece en el camino. En el Viejo Continente la pregunta común es: “¿Por qué emigran?”. Los protagonistas del éxodo responden

Estos días en Asmara (Eritrea), a la altura del número 154 de Harnet Avenue, se amontonan decenas de personas. No es el inicio de las rebajas y menos aún una protesta contra el Gobierno. Con los ojos empapados, el corazón en un puño y la esperanza pendiente de un hilo, buscan en los tablones de anuncios cercanos a la catedral de San José si sus familiares o amigos están entre los miles de muertos que en las últimas semanas se está tragando el mar Mediterráneo.

Los eritreos tienen la desgracia de vivir en el país con más censura del mundo. No hay medios de comunicación privados y está prohibida la entrada a periodistas extranjeros, por lo que tardan días en enterarse si otra embarcación se hunde a las puertas de Europa. Cuando por el boca a boca conocen que el sueño de muchos africanos naufragó, acuden hasta aquí para saber si alguno de los suyos fue el que se ahogó en esas aguas.

La escena es desgarradora. Hay días que los tablones no son suficientes para tanto muerto. Varios metros de pared con escritos en tigriña (una lengua etiópica) guardan los nombres de las víctimas. Cada folio con un nombre es una apuesta perdida, una vida robada. Muchos de ellos no superan los treinta años.

Los que llevan tiempo sin tener noticias de los suyos dudan si será mejor encontrar sus nombres aquí o que hayan desaparecido tras ser capturados por alguna mafia. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 3.000 eritreos huyen cada mes del país en buscan una vida mejor. Gran parte de ellos desaparecen en el camino.

Un beduino vigila en Rafah a un refugiado eritreo que intentaba llegar a Israel (Reuters).Un beduino vigila en Rafah a un refugiado eritreo que intentaba llegar a Israel (Reuters).

La ruta más peligrosa del mundo


El viaje hacia una vida mejor es humillante, tremendamente peligroso e incierto. Antes de partir deben conseguir el dinero para pagar a las mafias que les ayudarán a cruzar las fronteras, los mismos mercaderes que en muchas ocasiones les traicionarán y esclavizarán. Su primer reto será atravesar el borde de Eritrea tratando de no pisar ninguna mina ni ser sorprendidos por los soldados de su país, quienes les dispararán o encarcelarán si son descubiertos.

Al llegar a Sudán tendrán que cruzar el desierto soportando condiciones climáticas extremas. En esta zona los traficantes de personas les estarán esperando para capturarlos, torturarlos y pedir un abusivo rescate a sus familias (30.000-35.000 euros), y de no conseguirlo, venderán sus órganos.

El siguiente objetivo será alcanzar Libia, donde intentarán esquivar la guerra civil para llegar vivos a la costa norte de África. Allí, apiñados en un viejo barco que apenas puede navegar, iniciarán un viaje con la esperanza de alcanzar tierras italianas.

Si superan estos meses de penurias y sobreviven a las jornadas de sufrimiento, llegarán a Europa para pelear por una nueva vida. El coste de estos viajes desde su origen a su destino está entre 5.000 y 6.000 euros que financian con los ahorros familiares, remesas que llegan del extranjero y en algunas ocasiones con trabajos indignos a lo largo del camino.

Hace unos años los ciudadanos de Eritrea optaban por otra ruta. Tras cruzar a Sudán viajaban por el terrible y peligroso desierto del Sinaí y, finalmente, buscaban entrar en Israel. Pero desde que el país hebreo construyó en 2012 un muro de 230 kilómetros en su frontera con Egipto, la mayoría deciden hacer la ruta del Mediterráneo. En Israel hay más de 35.000 emigrantes eritreos.

Los miles que emigran cada año saben que este viaje, de varios meses o incluso años, entraña enormes riesgos. El barco en el que viajan puede ser el siguiente que se trague el mar y su nombre el que aparezca en unos días en el tablón de esquelas de Asmara. Pero eso nos les frenará. Se niegan a regresar al infierno del que huyen y la esperanza de tener un futuro digno hacen que se jueguen su vida a una carta.

Un barco de la guardia costera libia traslada inmigrantes de regreso a la ciudad de Misrata (Reuters).Un barco de la guardia costera libia traslada inmigrantes de regreso a la ciudad de Misrata (Reuters).

¿Por qué escapan?


En las calles europeas, la pregunta más escuchada estos días es: “si saben que es muy arriesgado y tienen muchas posibilidades de fallecer en el intento, ¿por qué emigran?”. La mayoría de los que emprenden este éxodo saben lo que se van a encontrar. Son consientes de que su ejército les disparará si les descubren, que los traficantes de personas no tiene escrúpulos y que el mar Mediterráneo es un enorme cementerio.

Cuando conoces en primera persona sus historias, se te encoje el alma. Un miércoles cualquiera acompaño a Bekele a mirar el tablón de Harnet Avenue. Este joven camarero lleva meses sin saber nada de su primo. Ojea con detenimiento las esquelas y dice: “No hay novedades”. Cuando le pregunto si merece la pena emprender el camino, tras una mirada apagada afirma: “Si tienes el agua al cuello y ves un muro, lo saltarás aunque no sepas que hay detrás”.

El presidente Isaias Afewerki se afianzó en el poder en 1993, cuando Eritrea consiguió la independencia de Etiopía. Desde ese momento, en este país del cuerno de África no se han celebrado elecciones, no existe libertad de prensa y todos están obligados a realizar durante un periodo indeterminado de tiempo un duro servicio militar o servir a las empresas estatales. Si desertan o intentan huir serán considerados enemigos del pueblo, siendo castigados en las temibles prisiones del desierto o ejecutados por traidores.

Paranoico, corrupto y despiadado, el presidente Afewerki está descuartizando a su país. Un estado que tendría recursos para que todos sus habitantes vivieran dignamente y salir adelante, se sume en la desesperación. Ocupa los últimos puestos de todos los rankings de desarrollo, libertades y progreso.

El Gobierno se defiende diciendo que el país creció un 2% en 2014, pero la realidad demuestra que está naufragando. Eritrea no es un país pobre, sino empobrecido. Este territorio posee enormes reservas de potasio, oro, cinc y gas natural, entre otros, que son explotadas por multinacionales de Canadá, Australia, Inglaterra y China. Pero los beneficios nunca llegan a la mayoría de la población.

Si la antigua colonia italiana gestionara bien sus recursos podría crear una base sólida para un desarrollo sostenible donde todos los ciudadanos se viesen favorecidos. Con varias ciudades históricas y una costa espectacular, la industria turística también es un sector con un enorme potencial.

Las voces del éxodo


Quedo para comer en el Pizza Napoli de Asmara con Makda (un nombre falso por seguridad de la entrevistada). La pediatra de 29 años teme recibir en cualquier momento la llamada que le obligará a cargar de nuevo con un arma y servir al país. Por este motivo, en cuatro meses, cuando cierre unos asuntos familiares y termine de reunir los 7.000 euros que precisa, emprenderá el éxodo.

Hablamos de lo arriesgado que es el camino y de si merece la pena dar el paso. Entonces, Makda responde: “Para los que tenemos sueños y ambiciones es la única salida. Controlan todos nuestros movimientos, nos detienen e interrogan sin motivo y tenemos que pedir permiso hasta para salir de la ciudad. Esto es como un león que está en un zoológico, puede conformarse y morir lentamente enjaulado; o soñar con ser libre e intentar escapar”.

Imaginarse a esta joven siendo capturada por las mafias en Sudán y obligada a prostituirse en un burdel de Europa o los Emiratos Árabes encoge el alma a cualquiera.

En la ciudad costera de Massawa vive Mebrahtu, un pescador que apenas supera los cincuenta años pero al que le pesa mucho la vida. En medio de un calor bochornoso, damos un breve paseo. Hace un gesto con la cabeza y dice: “Mira mi ciudad, parece que la guerra con Etiopía acabó ayer, y no, fue hace 15 años. Todos los edificios están medio derrumbados, no hay actividad económica y no vemos futuro. ¿Te das cuenta de que al Gobierno le damos igual? El presidente no sufre por el hambre y las penurias que pasamos, es él y su ego”.

Mebrahtu no menciona un par de detalles. No todos los edificios están destruidos o con huellas de metralla. La mezquita, la iglesia y un par de sedes gubernamentales construidas recientemente están en perfectas condiciones. Además, el puerto de Massawa ha experimentado un gran crecimiento en los últimos años: camiones de empresas extranjeras entran y salen transportando minerales. La riqueza aquí se la reparte el presidente y las multinacionales occidentales.

Un ataúd con el cadáver de un inmigrante en el puerto siciliano de Augusta (Reuters).Un ataúd con el cadáver de un inmigrante en el puerto siciliano de Augusta (Reuters).

El inmigrante que triunfó en Inglaterra


En el lado opuesto de estos testimonios está Daniel. Este eritreo que emigró a Inglaterra en los años ochenta volvió a su país con dinero suficiente para emprender varios negocios. El empresario defiende fervientemente al presidente Afewerki y asegura que “todos los que escapan son avariciosos y traidores, dejan su país para ganar un poco más y no valoran la gran vida que el Estado les proporciona”. Daniel pertenece al reducido grupo que tiene pasaporte y dinero para salir y entrar de Eritrea cuando lo desea.

El empresario afirma que la situación de crisis que vive el país es originada por el bloqueo internacional. “Americanos y europeos quieren explotar Eritrea y hacerse con nuestros recursos naturales, como no les dejamos, nos asfixian económicamente. Pero esto durará poco, los chinos nos están apoyando y el país está renaciendo”, afirma.

La falta de libertades la justifica como “un asunto de seguridad nacional”. El duro servicio militar que tienen que hacer todos los ciudadanos y que puede durar toda la vida lo denomina “la contraprestación que le das a tu patria por ofrecerte educación, sanidad y protección”.

Daniel no realizó el servicio militar. Presume diciendo que el Estado sabía que el haría más por el país en los negocios que con las armas, por eso lo pudo evitar. Sin embargo, tras beber unas cervezas también reconoce que las donaciones periódicas que realiza al régimen le ayudan a tener ciertos privilegios.

Un inmigrante cubierto con la Union-Jack duerme en junto al puesto fronterizo de Saint Ludovic (Reuters).Un inmigrante cubierto con la Union-Jack duerme en junto al puesto fronterizo de Saint Ludovic (Reuters).

Además de un incalculable dolor y sufrimiento, este éxodo también está provocando que el país se quede sin mano de obra cualificada. A la profunda crisis económica y energética que atraviesa Eritrea hay que sumarle la pérdida de jóvenes preparados que podrían generar nuevos proyectos, pero que se ven obligados a emigrar por la represión.

En los últimos años, decenas de médicos han desaparecido de un día para otro en el hospital Halibet de Asmara. Meses después, alguno de ellos ha dado noticias de que está en Suecia, Alemania o Israel.

En el Colegio Internacional de la capital, donde estudian los hijos de la élite y del personal diplomático, seis profesores dejaron sus trabajos en los últimos veinte meses para emprender el camino de la emigración. Algunos de sus compañeros también se están planteando arriesgarse y partir.

Las sucesivas guerras, el hambre y la cruel dictadura han empujado en las últimas décadas a un millón de los siete millones de eritreos que hay en el mundo a irse de su país.