La soledad de la vida estadounidense se toma New York

Dibujos, bocetos y apuntes de Edward Hopper constituyeron el andamiaje que el pintor necesitó para construir la soledad de la vida norteamericana contemporánea a través de sus cuadros, los cuales componen la más reciente exhibición en el Museo Whitney de Arte en Nueva York.

“Alguien me preguntó hace poco si Hopper no tenía diario y yo le respondí que estos dibujos eran su diario”, explicó a la prensa el curador de esta exposición, Carter Foster.

A través de estas láminas en diálogo con algunos de sus cuadros, “Hopper Drawings” propone un viaje al proceso creativo del autor de “Nighthawks” o “Despacho en una ciudad pequeña”.

Hopper (1882-1967) había guardado para sí estos bosquejos o pequeñas acuarelas y, tras su muerte, su viuda, Josephine Hopper, las donó al Whitney.

En ese museo había hecho el pintor en 1920 su primera exposición monográfica y, desde entonces, se había convertido en uno de los lugares que más había apostado por su obra.

“Estos dibujos eran para Hopper algo que mantenía en privado. No solía enseñarlos, se los quedó para sí, porque los consideraba un trabajo al que no tenía que dar mucha importancia”, explicó Foster.

Sin embargo, para el comisario, el poder disfrutarlos ahora en su conjunto ofrece la oportunidad de estudiar las sutiles interconexiones entre la obra del artista.
En palabras de Adam Weingberg, director del museo, “ofrecen un viaje por su mente”.

“En el cuerpo de su obra, si sus cuadros son el músculo de su obra, estos dibujos son los tendones que lo conectan al hueso”, añadió Weingberg.

De esta manera, en las ocho salas donde se presenta la exposición, una habitación central ofrece una pequeña muestra de sus distintas aproximaciones al arte del dibujo (“sería el cerebro de la exposición”, según Foster) y las otras siete abren el proceso cronológico de sus bocetos en carboncillo, tinta o tiza, expuestos junto a las obras finales ya sobre lienzo.

Según los organizadores de la muestra, en “Hopper Drawings” se puede rubricar cómo su obra está atravesada “por dos conceptos fundamentales”, señaló Foster, “lo que él llamaba creación ‘desde el hecho’ y la improvisación”.

De esa tensión entre la observación y la imaginación nacía un corpus creativo “que necesitaba de ir a algo más general y más universal” y que utilizaba “esa imaginación para improvisar, como filtro para sus mejores pinturas”, agregó.

Esa aportación suma el elemento hipnótico a “Nighthawks”, por ejemplo, donde retrataba a ese hombre solitario apostado de espaldas en la barra de un bar.

Mientras los bocetos muestran cómo hasta el último salero había sido minuciosamente estudiado y ensayado por Hopper, la luz fría y la distancia impuesta por el cristal creaban el discurso emocional bajo una escena aparentemente aséptica.

Y así, otros bosquejos describen a Hopper como “un minucioso trabajador” que no dejaba al azar la perspectiva de “New York Movie” o la melancolía de una gasolinera vacía.

Pero la exposición también pasea por sus viajes a París, donde se vio influido por el impresionismo y pintó cuadros como “Soir Bleu” en 1914 o se detiene en sorprendentes rarezas, como algunos autorretratos, pequeños detalles de su sobria casa en la neoyorquina Washington Square, estudios de las manos de su esposa, caricaturas grotescas diametralmente opuestas a su estilo habitual o incluso una copia en tinta del cuadro de “El flautista”, de Edouard Manet.

Desde el Museo Whitney se señaló, además, la influencia de Hopper en la pintura, fotografía y cine posteriores, en artistas como Alfred Hitchcock o David Lynch, así como en el artista David Hockney, de quien también han presentado hoy la videoinstalación “The Jugglers”, que a través de dieciocho cámaras muestra a doce malabaristas rodados en Los Ángeles y en Yorkshire (Reino Unido).