Aunque oficialmente no hay una segunda, ni mucho menos, tercera vuelta para elecciones de Cámara de Representantes y Senado en nuestro país, los comicios no terminan con el conteo de votos. Por el contrario, la pelea se encuentra en su punto crítico cuando los boletines consolidados de la Registraduría se hacen públicos la noche de las votaciones.
A pesar del paso de los días, los ecos de fraude electoral susurran en las columnas de los periódicos . Algunos con razones claras, y otros queriendo dar patadas de ahogado, reclaman contra viento y marea aquellos voticos que ‘se perdieron’ en el camino. Lo cierto es que en Colombia las elecciones no se acaban en las urnas, aquí las curules se pueden ganar o perder en tres momentos. El primero, claramente, es cuando los votantes ejercen su derecho; el segundo campanazo suena cuando los jurados electorales cuentan los votos, y el tercero, y más complejo, cuando se realizan escrutinios y las demandas ante el Consejo Nacional Electoral.
Los dos primeros no requieren una explicación profunda, aunque existen un sinnúmero de prácticas que ofenden las buenas costumbres y turban la transparencia de las jornadas electorales, me enfocaré en la complejidad de la tercera vuelta. Para el ciudadano promedio, los escrutinios no pasan de revisar listas y rectificar algunas sumas básicas, sin embargo, quienes se le miden esta tarea en nuestro país, saben que los pabellones de Corferias en Bogotá estarán plagados de candidatos desplazados o en la cuerda floja, seguidos de un equipo preparado con ansias de curul. Primero, hay que aclarar que dichos equipos de veedores ciudadanos no son samaritanos de buen corazón que sacrifican su tiempo por el bienestar de nuestra maltrecha democracia, son grupos de personas capacitadas por algún partido o candidato específico que tiene indicios o certezas de que existieron irregularidades en el conteo de votos para las curules que pueden o podrían haber ganado.
Se debe tener en cuenta, además, que existe la posibilidad de que algún candidato tenga dicha certeza, y sin embargo no conciba un equipo para esta tarea por el simple hecho de que así le aparezcan los votos perdidos, no tiene esperanza alguna de reclamar una curul, es decir, “esa platica se perdió”.
Cuando se conforma el equipo, es preciso tener claras las razones por las cuales se puede interponer una reclamación sobre una o varias mesas, ya que no se permite abrir una mesa ya cerrada sin una razón justificable. Dicha reclamación puede ser impuesta por un error aritmético, porque las actas no coinciden (ya sea el acta E-14 de la mesa específica o el acta parcial de escrutinio de la zona, E-26, o el consolidado bajo el acta E-24), porque hay un 10% de los votos del candidato que no coinciden en la mesa, entre otros.
Ésta instancia de reclamaciones es la última pieza de una serie de eventos desafortunados (o afortunados), en donde se puede llegar a desequilibrar la carrera. Sin embargo, dichas denuncias no siempre tienen final feliz, comenzando porque hay una retahíla de formalidades que pueden llegar a limitar la consecución del trámite, -como el poder legal otorgado por un candidato o la legitimación del testigo- que si bien no están mal vistas ante la importancia del asunto, dejan mal parados a quienes podrían tener qué reclamar, y no pueden hacerlo por falta de requerimientos. Es preciso, que aprendamos a seguir de cerca, no solamente los boletines de la Registraduría o los escándalos de aquellos quienes tiran la piedra denunciando el robo de más de 200.000 votos y después esconden la mano porque les aparecieron votos en donde ni tenían listas para ser elegidos, sino todo el proceso de reclamación, para que no se enrede más el camino que lleva a los candidatos a ostentar sus curules.
Así pues, el laberinto sigue y nosotros aún a la espera del juicio final, en donde las quejas y reclamos pueden terminar en saco roto si en las dos primeras vueltas algunos lograron curarse en salud, desapareciendo los votos de mesas enteras con la ausencia de la firma de algún jurado o, sencillamente, cambiando un par de votos con un apretón de manos de nuestros próceres Santander y Bolívar. Lo cierto es que, a aquellos quienes logren cambiar el panorama luego de la celebración, hay que seguirles la pista, ya sea por victoriosos luchadores que supieron hacer justicia, o por culebreros astutos que aparecieron votos donde no los había.
La política, más que cuentas y recuentas, es cuento y recuento, pero ojalá que de cada puesta en escena nos quede una que otra moraleja, porque a pesar de todo, aguanta hacer valer nuestros derechos, decidir y rectificar.