La Bogotá que yo quiero no es la que está viendo desaparecer la belleza de sus cerros tras un muro de cemento, ni la invadida por una legión infinita de motocicletas que ninguna autoridad regula, ni la que abandonó la cultura ciudadana en buena hora propiciada por un alcalde filósofo, como deberían ser todos los gobernantes. La ciudad que quiero es la que busca elevar el espíritu de sus habitantes con el estímulo a los artistas, los creadores, los promotores culturales como los que llevaron a feliz término la idea de dotar a Bogotá de un teatro como el Julio Mario Santodomingo.
Una ciudad que ha crecido de una manera tan rápida por la afluencia de gentes de todo el país desarraigadas por la violencia exige grandes obras materiales para atender las necesidades de sus habitantes. Pero las urgencias en el orden físico no pueden desplazar a un segundo plano las que tienen que ver con el espíritu. Las bellas artes son tan necesarias como el sustento para que los seres humanos puedan disfrutar de una vida digna. La música, la poesía, la pintura, que por fortuna cuentan cada día con más espacios en Bogotá, contribuirán más que las avenidas o los puentes a hacer de Bogotá la ciudad que yo quiero.
Los conciertos de grandes orquestas sinfónicas, de bandas populares o conjuntos folclóricos, en teatros o espacios públicos, así como eventos de la naturaleza de la Feria del Libro y las exposiciones artísticas de distinta índole han contribuido en los años recientes a hacer de Bogotá la ciudad más parecida a la que yo quiero. Hacen muy bien instituciones como Bancolombia en apoyar estas manifestaciones culturales, que son las que podrán hacer que un día la ciudad merezca de verdad el título que se le dio alguna vez de Atenas suramecicana.
Nada de lo anterior pretende ignorar los atractivos de Bogotá en campos como el deportivo, el gastronómico, o el más obvio de todos, que es el de su clima y su hermoso entorno. Tampoco es posible ignorar los problemas que, como en toda gran ciudad, enfrentan diariamente sus habitantes, como las dificultades de movilidad. Lo que sí busca este comentario es balancear, precisamente, esos innegables aspectos negativos con las cosas buenas que infortunadamente no se observan siempre con la atención que merecen.
La Bogotá que yo quiero, idealmente, sería aquella que supere todas las circunstancias que hacen difícil la vida cotidiana de sus habitantes. Pero si la satisfacción de este anhelo puede estar lejana, no lo está la de retomar la ruta de la cultura ciudadana, hacer de la ciudad un centro cultural cada vez más activo y propiciar, así, el surgimiento de la ciudad que yo quiero.