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Lección de valor de una sobreviviente


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Sobreviviente a la masacre de los resguardos wayúu de Bahía Portete y Bahía Honda en el municipio de Uribia, donde el 18 abril del 2004 paramilitares atacaron la población durante tres días, Débora Barros Fince, abogada y líder indígena wayúu habló con Confidencial Colombia sobre su lucha durante más de una década para que fuera reconocida la masacre por el Estado, la sabiduría ancestral que imparten a las nuevas generaciones tras regresar a su territorio, sobre la reparación de víctimas y el aporte social al actual proceso de paz en Colombia.

Cerca de 600 wayúus huyeron de sus rancherías producto de la violencia desatada por el Bloque Norte de las AUC al mando de Rodrigo Tovar, alias Jorge 40. La masacre, que se prolongó durante tres días, tuvo gran incidencia entre la población debido a que la mayoría de víctimas mortales y desaparecidos fueron mujeres, consideradas en la tradición wayúu como la figura de autoridad entre los clanes.

Luego de luchar por más de una década para que el Estado hiciera justicia, reconociera lo sucedido y capturara a los responsable, así como trabajar para que familias enteras regresarán a la tierra de donde fueron desalojados, hoy Débora Barros habla con alegría y con un tono esperanzador frente al futuro de su comunidad y la de los niños wayúu, que sin nacer imbuidos en su tradición y cultura guajira, ahora viven y aprenden sus raíces con gozo y diversión.

Gracias a la organización defensora de los derechos humanos World Coach Colombia, a la entidad bancaria BBVA y a organizaciones como la ONU, Usaid, OIM y Proniñez entre otras, el corregimiento de Bahía Portete en la Alta Guajira, cuenta con un Aula de Reconstrucción de la Memoria Ancestral, Akuaipa, para que los niños de la comunidad, que han nacido en zonas urbanas y alejados de las costumbres ancestrales, aprendan a tejer, pescar, bailar la Yonna (danza tradicional), a elaborar productos artesanos como las hamacas y su idioma: wayuunaiki.

C.C.: ¿Qué significa ser guajiro?

Débora Barros: Ser guajiro, ser mujer es la esencia de la naturaleza, del mar, del viento, de las olas, de las brisas del desierto, de esa arena, eso es ser guajiro.

C.C.: ¿Qué sabiduría es transmitida a los niños de la región?

D.B.: El mensaje claro es que así como nosotros tenemos nuestras propias costumbres, nuestra autonomía, nuestra propia lengua, nuestra propia vestimenta, nuestros territorios, también tenemos que conocer lo occidental, porque así como a nosotros también nos gusta que nos respeten nuestras tradiciones también tenemos que respetar y valorar las tradiciones de las otras personas. Yo creo que eso va en el marco del respeto, de los valores.

El hecho de que seamos indígenas eso no nos conlleva a que seamos menos o que nos excluyan de algunos sectores. Es demostrarle también a la sociedad de que nosotros somos seres humanos y así como somos seres humanos, los Arijunas también son seres humanos y debe de haber una igualdad.

C.C.: ¿Cómo romper esas barreras a veces de pensamiento, de género, de sentirse diferente?

D.B.: Yo creo que frente a las barreras de sentirse diferente habría varios motivos. Yo hablaría de las barreras del conflicto, que nos llegó y nos hizo daño. Rompería las barreras de dolor por esperanza; las barreras de truncarse los sueños por lograrlos y alcanzar metas para poder sumar a ese sentir de que sí se pueden cambiar las cosas cuando uno se lo propone.

No es fácil. Sin embargo yo creo que dentro de todo eso, lo que uno no puede perder es la esperanza. He sido muy propositiva, he sido fuerte en que no debemos de perderlo, tenemos que mantenerlo y eso ha sido un elemento que le he transmitido a la comunidad, la esperanza.

Yo pienso a veces que son los espíritus, que son las fuerzas de mi tía que está muerta, de mi tía que está desaparecida y mi prima. Siento que a veces son ellas las que hablan por mí, siento que son las que transmiten. El mensaje que hoy doy, es el sentir de todos.

C.C.: ¿Espiritualmente Débora de qué se nutre?

D.B.: Espiritualmente me nutro de la fuerza de mi comunidad, de lo que nosotros como indígenas tenemos, de nuestra esencia, de cosas muy íntimas que podemos hacer para mantenernos porque también tenemos debilidades en el sentido que a veces uno pierde la fuerza para seguir luchando pero yo me he nutrido por ellos.

Cuando escucho hablar a los niños, cuando escucho su risa, cuando escucho mis propios hijos, cuando escucho a mi abuelo, cuando escucho a las mujeres: a mi madre, mi abuela, mis tías, a los miembros de la comunidad hablar y decirme que hemos avanzado, eso me nutre y me llena espiritualmente porque me digo, ¡sí podemos!

Solo eso, me llena y me da fuerza para seguir tocando puertas. No todo puede ser la plata, no todo es factor dinero sino también las ganas y el afán de tener una dignidad dentro de la misma comunidad y mostrarle a los demás que somos capaces.

C.C.: En ese proceso de lucha de 12 años, ¿Qué fue lo más difícil?

Fue muy difícil porque al principio el mismo Estado no reconocía las cosas, el tema judicial fue difícil, no capturaban a los responsables. Estuve muy amenazada, intentaron matarme muchas veces no solamente a mí sino a mi hermana, a mi urbanización, a mi equipo de trabajo. No fue fácil. Solamente saber que existen dos personas desaparecidas en la comunidad, eso nos da a todos la fuerza para seguir buscando, para seguir luchando y enfrentando eso.

En su momento en Venezuela nos reuníamos. Era muy triste cuando dormíamos debajo de palos de mango mientras nos organizábamos allá. Eso para mí era tan doloroso, tan terrible porque nosotros vivíamos muy bien, no necesitábamos tantas cosas porque lo teníamos todo. Sí, históricamente hemos padecido por el tema del agua pero aquí nosotros ya sobrevivíamos en nuestro desierto.

Cuando evaluamos la posibilidad de volver, muchos alzaron la mano, muchos dijeron -nos vamos porque queremos volver-. Algo que nos ayudó a que eso se mantuviera vivo fue que nosotros todos los años hacíamos un evento que se llama Yanama, en conmemoración de cada aniversario de la masacre y eso nos fortalecía. Duraba una semana en nuestro territorio y cuando nos íbamos, que dejábamos la tierra sola, todo el mundo se iba llorando como si eso fuera un velorio.

Llegó una última Yanama en el que dijimos -¿Quién se quiere quedar?-. De ahí iniciaron 5 familias, después fueron diez, quince y ahora ya son setenta y cuatro familias. Apenas tenemos un año y medio y todo lo que hemos logrado.

C.C.: ¿Cuál es su sueño?

D.B.: Mi sueño es que Bahía Portete sea un territorio de paz. Tenemos el centro de memoria histórica, que ni si quiera el centro de memoria histórica nacional ha dado nada. Ya está quedando el espacio bien bonito con la colaboración de World Coach, conseguimos un aula virtual a través de Manuel Guillermo, Director Ejecutivo de la organización, conseguimos con el banco BBVA un aula, conseguimos con OIM el parque infantil, las plantas para la luz, la lancha. Todos esos componentes hacen parte del Centro de Pensamiento Akuaipa.

Tenemos niños que no hablan la lengua y ese es uno de los trabajos más difíciles. Ya algunos niños le tienen amor y dicen algunas palabras. Mis hijos por ejemplo no hablan la lengua, saben algunas cosas. Para mí lo más fundamental para no perder la identidad como mujer, como pueblo, es hablar la lengua.

C.C.: ¿Deborah hoy en día a qué le tiene miedo?

D.B.: En estos momentos ya no le tengo miedo a nada. Al principio, no crean, me hacia la fuerte pero en el fondo mis piernas temblaban cuando decía algo o cuando estaba haciendo algo frente al gobierno, cuando hacia las denuncias. Hoy no, hoy creo que soy una mujer fortalecida por Dios. Soy una mujer que he aprendido a escuchar. La oportunidad de participar en el proceso de paz me hace pensar que puedo aportarle a la paz y lo podemos hacer desde los territorios, desde todo el sentir de la mujer porque yo pienso que el papel de la mujer en Colombia de alguna manera en los últimos años, en las últimas décadas, las mujeres no han sido un eje importante para la sociedad y ha sido un error. Yo pienso que nosotras las mujeres somos un eje fundamental en esta sociedad y hay que darle el valor en todo el sentido de la palabra.

C.C.: ¿Independientemente de la firma de un acuerdo de paz, qué cree que debe hacer cada persona día a día para que se construya paz?

La paz es un papel de todos, de toda la sociedad colombiana, tenemos que desde las diferentes dinámicas, desde los diferentes territorios, tenemos que trabajar el tema de la pedagogía de la paz en los estudios desde el marco del respeto, de la igualdad, tiene que haber más inversión social para que podamos lograr realmente ese sueño que todos queremos. Si no se hacen esas inversiones sociales en el tema de la educación, de salud, no existan esas reparaciones para las víctimas, no exista ese reconocimiento, pues no podríamos avanzar en esa dirección. Es una construcción de día a día.

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