Muchos niños fueron autores de incontables atrocidades durante la guerra civil de Sierra Leona. Mutilaron a hombres con sus machetes, violaron a mujeres, acribillaron a civiles desarmados… Pero diez años después de que el Gobierno impulsase el Proceso de Reconciliación, el país vive una paz verdadera. Ha perdonado a sus verdugos. Un misionero javeriano que coordinaba un centro de rehabilitación para excombatientes relata a El Confidencial las claves del perdón.
Los niños que llegaban al centro St. Michael habían enmudecido. Nadie dudaba de que supiesen hablar, pero, a su corta edad -todos tenían entre 6 y 18 años-, los crímenes que habían cometido durante la guerra civil de Sierra Leona les pesaban demasiado. En su cabeza escuchaban los alaridos de aquellos hombres a los que habían mutilado con sus machetes, los gritos de las mujeres violadas, el impacto de las balas perforando los cuerpos de los civiles… Sonidos que, debido a las drogas, recordaban más como parte de una pesadilla que de la realidad.
“Así permanecían unos seis meses, hasta que rompían a llorar y se vaciaban. Solo entonces dejaban de mirar atrás y comenzaban a soñar con un futuro”, recuerda ahora Chema Caballero. Él, entonces misionero javeriano, coordinaba el centro St. Michael, instalado en la localidad de Lakka, muy cerca de la capital, Freetown. “Comenzamos con este proyecto en 1999, con la duda de si cabría algún tipo de rehabilitación para estos chicos -explica Caballero a El Confidencial-. Había tratado con algunos de ellos desde que se desató la guerra. Paraban nuestra furgoneta en los check-points que salpicaban la carretera, nos metían el fusil por la ventanilla y nos pedían un balón de fútbol. Nosotros debíamos encontrar un poco de humanidad detrás de todo eso y trabajar con ella”.
Por aquel centro de rehabilitación pasaron más de 3.000 niños, en una convivencia que no siempre resultó fácil. Los vecinos de Lakka -muchos de ellos desplazados por la guerra- veían que aquellos niños, protagonistas de incontables atrocidades, comían tres veces al día y disfrutaban de acceso a juegos y a una educación básica; ellos, por el contrario, tenían las manos vacías y una mochila cargada de sufrimiento. Decidieron tomar la justicia por su mano. Secuestraron a Chema Caballero y se dispusieron a asaltar el centro St. Michael. Los niños, excombatientes rebeldes, liberaron al español y frenaron la arremetida.
“Posiblemente, ese fue el primer momento difícil que tuvimos que atravesar”, reconoce Caballero. Sin embargo, admite que se sintió reconfortado al comprobar que aquellos chicos lo liberaban con el objetivo de que prosiguiese el programa de rehabilitación. “Sentí que algo había cambiado en ellos -explica-, pero no podía imaginar la dimensión de ese cambio hasta que, unos meses después, apareció Sankoh por allí”.
Aquel nombre infundía miedo entre la población. Bastaba pronunciarlo para desatar el temor. Sankoh lideraba una de las mayores facciones de los rebeldes y quería recuperar a aquellos niños que una vez combatieron bajo su mando. Caballero se enfrentó a él y, con un “no sabes con quién te has metido”, logró que el líder rebelde se marchara. “Ningún chico lo siguió”, apunta el español. “Por un momento sentí miedo, pero el resultado fue positivo. Aquella sensación es indescriptible”, añade, emocionado.
El regreso a casa de los niños-soldado
En 2001, comenzaron a llegar algunos rumores al centro St. Michael. A pesar de que no tenían mucho fundamento, cada vez era más frecuente escuchar que los rebeldes estaban sitiados, que las tropas oficiales y las del ECOMOG (una suerte de unión de países de África del Oeste) dominaban el país y que pronto se firmaría la ansiada paz. Esta llegó de forma oficial en enero de 2002 y era el momento de hacer balance: Charles Taylor, presidente del país vecino, Liberia, había hostigado el conflicto para hacerse con el control de las codiciadas minas de diamantes de Sierra Leona, dejando tras de sí un reguero de entre 20.000 y 75.000 muertos, y cientos de miles de desplazados.
La herida era muy profunda y dolorosa, pero los deseos de vivir en paz latían incluso con más fuerza que el rencor y el odio. Así, el Gobierno de Sierra Leona impulsó el Proceso de Paz y Reconciliación, encabezado por una Comisión de la Verdad. No bastaba con echar tierra sobre lo sucedido y mirar hacia otro lado: era necesario saber, profundizar y comprender para no repetir los mismos errores.
Durante dos años, la Comisión de la Verdad elaboró un informe que ahora, comparado con otros proyectos similares, está considerado como uno de los más exhaustivos y acertados. Además, se concertaron encuentros entre excombatientes y víctimas: mientras los primeros pedían perdón y se echaban al suelo en señal de arrepentimiento, los segundos tendían las manos sobre sus cabezas en señal de clemencia. En el Museo de Historia de Sierra Leona, en Freetown, hay varios murales que reflejan esta escena, a la vez memoria del pasado e inspiración de futuro.
Asimismo, el Gobierno prometió a los excombatientes que, a cambio de entregar sus armas, estos recibirían herramientas y formación para desempeñar un oficio. Muchos de los rebeldes, captados desde su infancia, solo sabían más matar para ganarse el sustento. Para ellos, el valor de una vida era el mismo que el de un plato de arroz o un trozo de pan. La mayoría aceptó la propuesta, no sin ciertas reticencias, y comprobó que las promesas eran ciertas.
Hoy, diez años después de que la Comisión de la Verdad presentara su informe, es posible caminar entre las villas de Sierra Leona sin que importe que uno sea Mende o Temne -las dos tribus mayoritarias, enfrentadas durante la guerra civil-, o pertenezca a cualquiera de las otras tribus menores. La mayoría de la población se refiere a aquel conflicto como “no sense” (sin sentido) y, aunque todos tienen historias que contar, prefieren hablar de proyectos y ambiciones. “Ha habido perdón, pero difícilmente se puede hablar de justicia”, considera Chema Caballero. “¿Cómo se puede hacer justicia con esas personas que han sufrido todas las atrocidades de la guerra?”, se pregunta el español.
El nuevo enemigo es un virus
Con lo que la población de Sierra Leona probablemente no contaba era con que, conjuntamente y apenas unos años después de firmar los acuerdos de paz, deberían hacer frente a un nuevo enemigo. Este ha llegado en forma de virus y, por el momento, se ha llevado la vida de unas 2.000 personas en todo el país. No obstante, médicos locales apuntan a El Confidencial que la cifra podría ser mucho mayor, teniendo en cuenta que apenas llegan estadísticas de las zonas más rurales y aisladas.
“Antes de toda esta crisis era más optimista respecto al futuro de Sierra Leona -apunta Chema Caballero-. Tengo mucha esperanza en los jóvenes, pero ahora el país va a quedar muy tocado económicamente. El desánimo de la gente es patente y se revive el miedo al ver a los militares en los check-points. La educación es un privilegio y la sanidad es carísima. Según la Comisión de la Verdad, estos dos puntos fueron causas desencadenantes de la guerra civil y eso no ha cambiado desde entonces. Se ha invertido mucho dinero en formar a profesores y médicos, pero el ébola se está llevando a muchos de ellos”.