A pesar de que captan la atención mediática, que sobre ellas se habla en almuerzos de trabajo, cenas de amigos y reuniones sociales, los colombianos en general no se detienen por un momento a oír a la guerrilla. Opinión
Ni leen lo que escriben, ni escuchan lo que dicen, ni se interesan por lo que proponen, ni siquiera se percatan de lo que acuerdan. Pocos ciudadanos de este país con 50 años en guerra, pueden responder la pregunta de cómo es que argumentan “su” propia existencia los grupos armados.
Es un bloqueo natural producto de años y años en los que el sonido de sus balas, de sus bombas y de sus minas quiebrapatas, y de sus acciones de intimidación han sonado más que sus palabras, y también porque se volvió paisaje subrayar el incumplimiento de sus compromisos.
Eso es lo que percibe una gran parte del país que está decidido a no creerles. Aupados por la intimidación de la guerra, el dolor de las tragedias, y por el discurso de quienes ven la paz como un imposible, sumado a la narrativa preponderante de una opinión, que en los medios de comunicación repite casi como obligación que lo que procede es desconfiar. Es el eco eterno del miedo. No en vano, claro. Pero es más de lo mismo.
Ese es el camino ya recorrido. El fácil, el que conocemos, al que nos hemos acostumbrado de rutina. Los comunicados de las Farc se quedan en la interpretación de una o dos líneas sonoras que recoge la versión mediática. Entiendo que parezcan aburridas las retóricas marxistas y “antimperialistas”, que adornan de forma extravagante sus posturas, pero aun así, y a sabiendas de que muchos me van a llevar al paredón, creo que llegó el momento para tomarse un tiempo y leer lo que están escribiendo y oír lo que están diciendo.
Los últimos comunicados de las Farc, en los que asumen la responsabilidad por la violenta masacre de Bojayá, la manera como describen el hecho, y como se avergüenzan por haber provocado esa barbarie es un paso para acercarse al lenguaje que necesita esta sociedad adolorida por la arrogancia que les otorgan las armas a los guerreros.
El anuncio del cese del fuego indefinido tiene elementos de reflexión que no deben ser tomados a la ligera. Incluso, hay avances significativos que indican, una vez más, que las Farc se metieron en este proceso para llegar hasta el final.
El momento que vivimos nos obliga a tomar esa iniciativa. No para que suscribamos con una firma lo que dicen, sino porque al saber lo que están diciendo en este proceso de paz, la sociedad misma va a ser la que vele por el cumplimiento de los compromisos y la afirmaciones que se hacen como organización armada con asiento en una mesa, en la que estamos todos representados por el Estado.
Pasemos del reproche visceral, a veces ignorante y rutinario que los deja en libertad de incumplir; a la exigencia por hacer cumplir el sentido que tienen sus propias palabras.
Con el paso de los meses en esta negociación, el grupo guerrillero ha dado un verdadero vuelco a sus formas de comunicación y ha intentado estar más conectado a través de nuevas tecnologías, con el sentido común de los colombianos de a pie que no se toman el trabajo, ni tienen por qué, de descifrar el verdadero propósito de sus mensajes.
Cada cosa en su momento. La cita con la paz, que ha estado tantos años aplazada, parece cumplirse. Y el destino que nos puede marcar a todos el proceso de paz, demanda por lo menos, tomar conciencia ciudadana para no desperdiciar el momento que están viviendo.