Lo que dicen las urnas

¿Qué fue lo que pasó, que ganaron los que ganaron y perdieron los que perdieron? Después del cansancio de campaña, las emociones del triunfo y las lágrimas de la derrota, queda planteado un escenario político que dice más del carácter de los votantes que de la fortaleza de los partidos. En el Cauca y en Popayán, como en Colombia, los resultados del domingo dejan un panorama de partidos partidos, desmembrados en coaliciones personales no estructurales, y evidencian que la gente vota por las personas, no por las camisetas que se pongan.

¿Qué pasó? Debe preguntarse Luis Fernando Velasco, presidente del Senado, que después de las elecciones presidenciales del año pasado había quedado parado como el gran jefe político del departamento. Perdió en la Alcaldía, donde toda la publicidad invertida, las alianzas logradas y la fuerza fraterna no le alcanzó para llevar a su hermana Jimena a dirigir los destinos de Popayán. Y con todas las ambigüedades de las dinámicas internas de los partidos, Velasco también perdió un poco en la gobernación, al no meterle la ficha de campaña a Oscar Campo, el liberal que llega a la gobernación.

A Luis Fernando le sucedió como a Narciso, que se ahogó enamorado de su propio reflejo. Los deseos de convertirse en el nuevo gamonal de la región, de ser la nueva versión de Víctor Mosquera Chaux o de Aurelio Iragorri Hormaza, quienes por décadas fueron los dueños incuestionables de los votos del Cauca, lo llevó a creer que era sobre las banderas de los partidos que iba a perpetuar su poder, y además, sobre la punta de lanza de su propia hermana. Aunque ahí no haya ilegalidad alguna, el olor acre del nepotismo circuló alrededor de esta propuesta, que entre más aliados recibía en su seno, más desfiguraban la imagen de la candidata: con el fracaso de la candidatura de Jimena, pierden el partido Liberal, el Mira, Cambio Radical, Uribe y Piedad Córdoba, un revoltillo electorero que dejó mareado a más de una persona que en su momento llegó a pensar que ella, la candidata, era una buena opción.

Ganó Cesar Christian Gómez, el candidato al que Velasco dio la espalda hace cuatro años y que, tozudo, siguió buscando caminos para llevar su candidatura adelante. Hizo campaña como movimiento ciudadano con la C de sus nombres, de César, de Christian, de Cambio y de Ciudadanía, y en su discurso de la victoria reiteró su autonomía e independencia, aunque se sabe que parte de su triunfo se lo pone como medalla el ex senador Aurelio Iragorri. Un alcalde que tiene especialización en Derecho Empresarial, Revisoría Fiscal, Auditoria Internacional y Gestión Empresarial, que llega a la alcaldía con un programa apuntalado en tres temas: emprendimiento, su fuerte; educación y calidad de vida, y aunque ni es tan independiente como parece, tampoco es tan amarrado a los barones como se teme. El tiempo y sus actos de gobierno lo dirán.

En la gobernación del Cauca el triunfo también resultó, cómo decirlo, tranquilizador. Óscar Campo tiene por delante una tarea titánica, ser el gobernador del ombligo de la guerra en tiempos del post conflicto. Los votantes del Cauca parecen haber entendido esto, y votaron por una opción que si bien puede llamarse “continuista” al ser el candidato del gobernador Temístocles Ortega, se desligó de las mafias ligadas a Martínez Sinisterra, a Roy Barreras y al carrusel de la salud. Con el triunfo de Campo, también el Cauca (como toda Colombia) dejó en los rines al Centro Democrático, que pretendía llevar a un militar a manejar los designios del territorio donde se debe acordar la paz.

Ahí están los resultados, que dejan mucho qué pensar. Queda demostrada la nueva hipótesis electoral colombiana, según la cual no son los partidos los que ganan las elecciones, sino las personas, que halan a sus campañas a los partidos, o partes de éstos. No hay feudos comprados, es la empatía que despiertan los candidatos y su conexión emocional con la gente, lo que augura el triunfo. Las maquinarias sirven para movilizar a la gente, cómo no, pero no para arrastrar rebaños. Algo ha cambiado, aquí no hay barones ni baronesas, solo hay ciudadanos que votan. Y eso ya es algo, en esta democracia tan precaria.

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