Los caballos de la independencia

Como parte de las conmemoraciones del 7 de Agosto, el Museo Nacional realizó un taller familiar, con el buscaba despertar la imaginación de los niños mediante el juego compartido y la elaboración de caballos de palo.

Los caballos que trajeron los españoles han sido durante siglos los protagonistas de los relatos y cuentos infantiles, en las recreaciones de episodios de la independencia suelen aparecer como los fieles acompañantes de los héroes y los villanos, o acaso ¿Quién no recuerda a Palomo? el bello caballo blanco de Simón Bolívar que ha quedado en nuestras memorias gracias a los libros de historia y la gran cantidad de pinturas que hay del libertador acompañado de su corcel.

Así que a las 11 de la mañana, frente a uno de los cuadros de la independencia, yacían sentados padres e hijos mientras escuchaban fascinados los relatos de la independencia que narraba la tallerista Olga Marcela Cruz Montalvo, este, era el preámbulo al taller “caballitos de la independencia”, en él, los niños tendrían la oportunidad de elaborar sus propios acompañantes de juego.

De manera que al ingresar al salón muchos se veían ansiosos por comenzar las manualidades, tras rellenar las medias que servirían de cabeza para los corceles, era común encontrarlos diciendo “¿alguien tiene otro botón anaranjado? ¡creo que Colorín se vería precioso con los ojos anaranjados!” Y después es inexplicable todo lo que sucedió, cintas de todos los colores pasaban de lado al lado del salón, botones y cientos de estrellas en foami que estaban sobre las mesas iban desapareciendo, los niños se aglomeraban en las esquinas y cuchicheaban entre ellos, los hilos y las agujas se iban entrelazando con las medias, y las cuerdas tomaban la forma de bellos pelajes… cuando de pronto, tras este “caos” iban surgiendo como por arte de magia, en medio del gran salón, caballitos de todas las formas, estilos y colores, acompañados de la gran sonrisa de sus jinetes que los exhibían llenos de orgullo.

Sin embargo, no eran sólo caballos, eran Luna, Estrellita, Lanas, porque evidentemente pensar en Palomo sería recurrir al cliché y los niños siempre suelen ser más osados, más imaginativos, tanto, que era posible encontrarse en la sala con Casito y Ferrari, que según su propietario era el animal más rápido del mundo y prometía proclamarse campeón en la competencia que tendría lugar más tarde en las fuentes del Museo.

Y efectivamente, al abrir las puertas del gran salón, Ferrari corrió inmediatamente para mostrar sus grandes habilidades, aunque tras él emprenderían la marcha todos los demás caballos, iban tan rápido y eran tan agiles que muchos de sus jinetes cayeron al suelo, pero continuaron en la carrera, otros, quizá un poco más perezosos, decidieron parar a comer un poco de hierba antes de emprender el camino de regreso a casa.