Los deportados de Maduro

El pasado viernes 21 de febrero, Luis Bernardo Martínez, un comerciante araucano y su hijo Luis Alberto quien hace su sexto semestre de medicina en una Universidad en Mérida, estaban a punto de llegar a Barinas, cuando en el sector de Dolores de Ramales un retén de la guardia venezolana paró al bus en el que venían. “Nos pidieron papeles y a los que éramos colombianos nos invitaron a bajar del vehículo”- Dice Luis Bernardo a quien se le nota en el rostro el cansancio padecido en las últimas 48 horas.

El sol calcinante del llano estallaba sobre la cabeza de los nueve colombianos “Todos teníamos los papeles en regla, pero la guardia no quiso escuchar de razones, nos subió a un camión y nos llevaron como si fuéramos ganado”.

Como única explicación para su detención les dijeron que necesitaban registrarlos en el SAIME (Servicio de Identificación, Migración y Extranjería) y que la diligencia no iba a tardar demasiado. “Nos prometieron que una vez nos registraran nos iban a embarcar a nuestro destino, que no perderíamos el pasaje”.

Los nueve compatriotas se sorprendieron al ver que no los llevaban al lugar que habían dicho, sino al batallón Tavacare, en el estado de Barinas. La poca amabilidad que habían mostrado los uniformados se acabó una vez el camión se detuvo. Abrieron las compuertas y sin mediar palabra “Nos quitaron nuestras pertenencias, los celulares, las carteras, los documentos, la plata que llevábamos.

Después nos metieron a la fuerza en un cuarto como de ochenta metros cuadrados en donde habían otros cincuenta colombianos” De nada le sirvió a Luis Bernardo gritarle una y otra vez a la puerta que se cerró en sus narices, que estaban cometiendo un error. “Usted no se imagina el calor que hacía adentro. En Barinas como es llano es muy caliente. Yo estoy acostumbrado al calor porque también soy llanero, pero en un cuarto con 59 personas eso es muy bravo”.

La humedad era tan espesa que el aire, como si fuera una cortina delgada, se podía cortar con un cuchillo. “No se podía caminar en el salón. Si uno necesitaba hacerlo tenía que pedirle a la gente que le abriera un campito entre las piernas para poder pisar”.

Pasaron la noche allí y todo el día del sábado. “Teníamos sed y hambre y nadie nos dio nada. A mí me daba mucho afán porque había gente de edad. Había un hombre que tenía 75 años y lloraba porque decía que lo iban a deportar y que él estaba cuidando a su esposa en un ranchito que tenían en pleno campo. La señora tiene más de ochenta años y no puede caminar. Si a él lo sacaban del país imagínese, la esposa se le podía morir de hambre”.

Al mediodía del sábado una señora entró vendiendo jugos. Luis Alberto, el joven estudiante de medicina, había logrado esconder entre sus calzoncillos unos cuantos bolívares. Compraron unos jugos y los repartieron a los sedientos y mal tratados huéspedes. Pero Luis Alberto no sólo encaletó el billete sino que también había hecho lo mismo con un celular. “Como pudimos encontramos el teléfono de la Cónsul en Barinas y ella al momentico vino, nos trajo pan y agua de panela y le exigió al comandante del batallón que se presentara inmediatamente un funcionario del Saime para que aclarara nuestra situación, pero dicho funcionario nunca apareció”.

En la noche llegó un bus que los llevaría para San Cristóbal. Los iban a sacar por Cúcuta sin tener en cuenta que la mayoría de ellos, como Luis Bernardo, son naturales de Arauca “Y a nosotros nos convenía más que nos sacaran por el Amparo… pero bueno, con tal de no estar más en ese cuarto hacinados, nosotros obedecimos”. Los montaron en un bus y cuando faltaba poco para llegar a San Cristóbal se encontraron con otro retén de la Guardia Nacional. En ese punto se encontraron con el funcionario del Saime. El hombre tenía orden expresa de hacerlos devolver para Tavacare.

A pesar de las protestas no tuvieron otra opción que obedecer. “Estaban jugando con nosotros. En el batallón nos registró el funcionario pero después los soldados comenzaron a amenazarnos con que nos iban a meter otra vez en el salón. Nos resistimos y a las cuatro de la mañana del domingo nos dejaron libres. El problema era que teníamos que irnos del país por Cúcuta, no nos dejaban pasar por el Amparo. Gracias a Dios teníamos plata y pudimos pagar un bus hasta San Antonio”- Luis termina su relato mientras saborea un tinto. Acaba de llegar al Centro de Migraciones de Cúcuta, en donde espera que la Cancillería y la Defensoría del Pueblo le ayuden a volver a Arauca.

Le pregunto qué pasó con el resto y el hombre se encoge de hombros y dice “Pues nada… ellos siguen allá, varados, sin plata ni nada y lo más grave es que como estaban incomunicados, sus familiares no deben saber nada de ellos”. Luis Bernardo y su hijo no podrán entrar a Venezuela en los próximos tres años. La carrera universitaria del muchacho, al menos por el momento, se ha visto truncada.

Como él han llegado, en lo que va corrido del año, 76 colombianos deportados, una cifra escandalosa teniendo en cuenta que en el 2013 el Centro de Migraciones atendió a 52 “La diferencia es que todos los que atendimos el año pasado estaban en condición de ilegales en el vecino país. Ahora llegan incluso con sus papeles en regla” Dice Willington Muñoz, director del Centro “La semana pasada atendimos a 7 personas que venían desde Puerto Ayacucho.

Legalmente ellos deberían haber sido entregados en Puerto Vichada, pero las autoridades venezolanas decidieron darles la vuelta y sacarlos por Cúcuta. Gracias a la Gobernación y a la Cancillería lograron conseguir los 350 mil pesos que necesitaba cada uno para pagar el pasaje hasta Puerto Carreño”. Recalca el funcionario.

“Pareciera que fuera una política del gobierno venezolano que se ha agudizado con la coyuntura”. Dice Edwin Camargo, experto en temas de frontera y co-autor del libro La frontera caliente. Las cifras parecen darle la razón a este estudioso del tema venezolano. Entre 2012 y 2013 se pasó de 133 a 2.635 deportados, una variación de 1.881%. Una cifra que preocupa, sobre todo a los colombianos que viven en el país hermano.

El panorama lejos de mejorar parece que empeorará en las próximas semanas. Ni siquiera el tener hijos y esposa venezolana, son una garantía para permanecer como colombiano en ese país. Ese es el caso de Carlos Rodríguez, un barranquillero de 38 años que desde hace nueve vive en Caracas. “A finales de enero me paró un guardia y yo le mostré la medida cautelar en donde se demostraba que mi nacionalidad estaba en trámite, el guardia me dijo, con mucha amabilidad, que lo mejor era que me presentara a una dirección que me dio para que me cambiaran inmediatamente la medida cautelar por un pasaporte.

Yo me presenté pero me detuvieron y a las pocas horas me mandaron de vuelta a Colombia. No tuve tiempo de despedirme de mi mujer, de mis hijos o de sacar ropa. Me vine con lo que traía puesto. Mi vida cambió para siempre” me dice con la mirada perdida este hombre que se gana sus centavos haciendo trabajos de latonería y pintura y que espera que pronto la Cancillería le permita traer a Colombia a su familia puesto que a Venezuela no podrá volver a entrar en un buen tiempo.

Todo parece indicar que en los próximos días el Centro de Migraciones de Cúcuta recibirá a otra oleada de colombianos deportados. La crisis política que vive el gobierno de Maduro ha alborotado, como si de un panal de avispas se tratara, la xenofobia que parecía dormida desde hace muchos años en Venezuela.