Lo que está sucediendo no es más que el recalentamiento del modelo de crecimiento de antes de la apertura y de los errores estratégicos de esta. [Opinión]
El viejo modelo y sobre todo el nuevo modelo terminaron resolviendo sus contradicciones con subsidios. Aquel se acostumbró a la protección arancelaria sin rumbo; el actual modelo, dedicado al libre comercio, por no implementar políticas de desarrollo de largo plazo como Chile, todo lo arregla con subsidios.
Quedaron pocos aranceles, llegaron los subsidios, pero nunca llegó el gran acuerdo por la productividad.
Por definición, los aranceles y los subsidios solos, son perezosos, poco creativos, facilistas, capturadores de rentas del estado, se vuelven indefinidos, y consumen ingentes recursos fiscales del presupuesto nacional.
Las protecciones son buenas, necesarias, mientras sean transitorias, se revisen periódicamente, se actualicen según evolucione la política de transformación productiva y de innovación, articulada a fuertes y duraderas estrategia de ciencia, tecnología, educación, emprendimiento, autonomía regional y reinversión del ahorro. Pero Colombia no ha hecho esto, por eso ahora está metida en la trampa de sus debilidades y errores de largo plazo, que demorará su ascenso al estatus de economía emergente dinámica e inclusiva, por más que algunos áulicos digan que es el país de “moda”.
Los países avanzados y los emergentes de estos días, han implementado políticas de desarrollo productivo y de innovación para impulsar sectores estratégicos y transformar permanentemente la producción y estimular la innovación. A partir de esta idea superior, han implementado subsidios temporales que se reemplazan por otros en la medida que el avance productivo lo va necesitando, según cambian las políticas, las metas y la economía global, para consolidar una senda de cambios constantes.
Por supuesto no todas las sociedades cambian con igual profundidad y éxito. La manera como lo hace cada una, es lo que determina el mayor o menor éxito de su modelo político, económico y social, en últimas, cultural.
Es gratificante, envidiable y aleccionador estudiar cómo países emergentes se han desarrollado en los últimos 60 años, y desoladora la saga imperfecta de Colombia, donde brevísimos períodos de lucidez han quedado solapados por largos periodos de equivocaciones, de verdades a medias, de improvisación, inmediatismo y baja productividad.
La agenda de reivindicaciones de quienes lideran los paros agrícolas es válida, no así los de la minería ilegal por sus vínculos a la minería criminal de enclave y al abandono rural. Tampoco son válidas las reclamaciones de los transportistas que usan los combustibles más contaminantes del mundo respecto a economías comparables.
La protesta del sector público de salud se deriva en un periodo de profunda crisis por culpa de la corrupción (hospitales públicos sin terminarse y otros sin renovación), de las EPS, su ley 100 y su nueva ley estatutaria.
Pero es también una crisis por la falta de instrumentos de política industrial y de innovación para conformar un sector de servicios de salud de alta complejidad y una industria de alta tecnología que produzca y desarrolle insumos, instrumental, equipos, medicamentos e investigación, como lo está haciendo Brasil, y como lo propuso el proyecto de Ciudad Salud Región en Bogotá, el cual, ni la Secretaria de Salud de Bogotá, ni la ERU entendieron, tampoco el alcalde, y por eso se fueron a pleito con el consorcio que hizo la factibilidad.
Pero, las reclamaciones de los pequeños agricultores no son más que el producto de incompletas políticas del estado, y en el caso de la minería, al problema interminable de la violencia y la premodernidad rural.
La agenda de reivindicaciones de los productores agrícolas es válida pero insuficiente en la medida que nada piden ni proponen para una estrategia nacional de productividad. Su cabeza está en el pasado y en el presente pero no en el futuro. Siempre ha sido así.
Los altos precios de los insumos y su alta participación en los costos de producción, en parte son por rezago tecnológico y por el poder de enormes oligopolios, que al igual que en medicamentos, cemento, y otros sectores más, acuerdan manipular precios ante las debilidades de un estado que resultó regular regulador.
El estudio de los oligopolios y su impacto en los costos de producción y en los precios al consumidor final, está por hacerse.
Pero, es la cultura del ya y del ahora la que tiene bloqueada la inteligencia para iniciar procesos de transformación duraderos. Los subsidios per se son parte de esta cultura. Cabe preguntarse, por ejemplo, por qué los cafeteros no han desarrollado la cadena de valor como lo ha hecho Brasil? Brasil tiene el paquete tecnológico para toda la cadena, Colombia ni la tercera parte, por eso compra tecnología brasilera.
Así pasa con todo el sector agropecuario, y también con la minería, con el transporte, la infraestructura, la industria, el emprendimiento, las TICs. Un país a medias, al que a veces le funciona un hemisferio de su inteligencia a veces el otro, pero nunca los dos de manera permanente, es decir, donde la razón y la creatividad se retroalimenten continuamente.
Las razones del gobierno para frenar los paros, también son válidas, porque no tiene un peso para más subsidios, pero no se constata en sus propuestas promover una estrategia de desarrollo productivo para el incremento sostenido de la productividad. Sus políticas son más bien de corto plazo, y son fiscal y políticamente insostenibles.
En este contexto, no hace bien al problema agropecuario y a la paz, el amparo a grandes cacaos que de manera ilegal se apropiaron de tierras baldías. Inverosímil que en el siglo XXI, megacapitales vinculados al sector industrial, agroindustrial y financiero, capturen de manera tramposa tierras del estado que eran tierras para la paz. Una privatización a las malas.
No importa si el paro no fue lo que muchos temieron, pero refleja un país polarizado, dividido, con muchas deudas de distinto tipo por saldar.
Al final, la izquierda y la derecha no tienen una visión moderna para el desarrollo de Colombia, una gran hacienda del siglo XIX en el siglo XXI.