Las partes del proceso de paz, acompañadas por muchos sectores de la sociedad, enfatizan en que son capaces de levantarse de la mesa de conversaciones de La Habana. Ningún lugar común más reiterado en la búsqueda de un acuerdo que los discursos preventivos que dan pie al pesimismo.
Dicen que no tendrán miedo para poner el punto final en el momento que sea necesario, que hay suficiente claridad y valentía para no ser rehenes del proceso, para “no dejarse del otro”, para ser “firmes” y para “defender” sus posturas y para sentar sus posiciones.
No les falta razón ante el agudo escrutinio que hace la opinión pública de cada una de sus palabras. Se entiende, sobre todo que el gobierno, tenga un discurso preventivo ante los lugares comunes que descalifican el proceso antes de que éste comience. Pero hay que decirlo, nada más lugar común que esta reacción para enfrentar los retos de semejante apuesta política.
Debería saber el gobierno que incluir en el discurso de la paz, abiertas y reiteradas manifestaciones de temor anticipado sí que significa caer preso del peor de los errores del pasado, que tanto se quieren corregir. Si bien, el proceso tiene que estar aferrado al realismo, es justamente por esto, que hay que romper la circulo vicioso del fracaso cantado, del que se habla con tanta simplicidad.
Es claro que los discursos que anuncian la determinación de suspender el diálogo son parte de la estrategia de contención para tranquilizar los exaltados nervios de las corrientes contrarias al proceso y conseguir equilibrio en los mensajes.
Por supuesto es necesario medir el pulso de la opinión, y el de la oposición para hacer coincidir la realidad de las conversaciones con la percepción que se tiene de ellas, pero caer presos de la reacción a cada provocación es arriesgarse a abrir un boquete difícil de controlar más adelante. El afán por las críticas, que serán reiteradas y vendrán siempre de los mismos sectores, puede llevar a apresuramientos o sobrevaloración de decisiones políticas en la mesa.
Corre el riesgo el gobierno al estar a la defensiva ante cada salida de las Farc, que en su tono naturalmente desafiante plantea posturas y que, sabiéndose provocadoras, logran que se abra el debate entre el establecimiento para así tomarle el pulso a la tolerancia ante sus propuestas.
No debe esto asustar a priori como sucedió con el discurso de Iván Márquez en Oslo. ¿Acaso no era previsible que las Farc plantearan ideas alejadas de las del gobierno? ¿No es por eso que están alzados en armas y es la razón por la que el Estado les da una interlocución?. Las Farc aprovecharan cada escenario político para exponer las razones que los asisten para existir como organización. Es parte del juego. Lo que no quiere decir, que el gobierno no deba referirse en enérgico tono a lo que sea conveniente, porque ese es el escenario de la política, pero para mostrarle al país la linea de su objetivo, de su empeño, el discurso de la transformación que se vendrá como reto para implementar los acuerdos. Asuntos de fondo que vayan mas allá de insistir en que sabe cuando levantarse de la mesa.
Si bien, es imposible evitar los pronunciamientos genuinos de ciudadanos, gremios, u organizaciones ante cada una de las arriesgadas apuestas de las Farc en sus discursos, no debería ser la contraparte, es decir el gobierno, quien anticipe su postura de aceptación o rechazo ante los micrófonos.
Nada menos coherente con la estatura de la decisión política que significa para el Presidente embarcarse en el proceso, que ante cada declaración contraria al proceso, la respuesta del Estado alimente la tesis del fracaso y se sume a la corriente pesimista.
Esa es la salida fácil ante la que gobiernos anteriores han sucumbido. Lo arriesgado es seguir, mantener el pulso para sortear sin llorar lo que se sabe vendrá en la mesa y fuera de ella; lo arriesgado es lograr que la sociedad entienda el propósito que está en juego, y que el Estado se haga responsable de haberse empeñado en construir una salida al conflicto.
Lo demás, levantarse indignado, excusarse por no seguir avanzando, es caer en el más lugar común de estos procesos: achacarle el fin del proceso a la falta de voluntad de las Farc, y con el pecho hinchado de heroísmo pasar la página en el curriculum presidencial. Eso ya lo han hecho otros, con el mismo resultado: Que todo un país ilusionado baje los brazos y vea impotente que la guerra, esa sí, sigue su camino.