El régimen venezolano hace agua y los vecinos miramos expectantes, con más preguntas que respuestas, cuál va a ser la salida a esa revolución frustrada. En todas las apuestas del continente está claro que Nicolás Maduro no se sostendrá por mucho tiempo y,a la hora que escribo esta columna,ya hasta la Unasur – el organismo internacional nacido de la entraña del régimen chavista, sólo puede decir que espera que la transición sea pacífica y democrática. Está maduro para caer, pero tememos cómo vaya a suceder.
Con la detención del Alcalde de CaracasAntonio Ledezma, Maduro mostróla única carta que puede sacar un presidente inepto, sostenido en las cenizas de un mesías, cuando le hierve bajo los pies el desmoronamiento del poder: detener a quienes pueden estar al frente del movimiento que lo tumbará. Como un dictadorzuelo atrincherado en Miraflores, manda al Sebin – Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, la policía política del régimen – a detener a unalcalde elegido por voto popular, señalándolo de golpista; a la Fiscalía a implicarlo por delitos cometidos a comienzos de los 90; y a los medios a mostrar el hecho como un acto de justicia revolucionaria.
En el momento que escribo esta columna corre el rumor de que la orden es detener, además, a María Corina, a Julio Borges y al gobernador de Miranda Henrique Capriles.Mientras vocifera la retórica del golpe que urden los yanquis y los pitiyanquis, el gobierno colombiano, las oligarquías y todos los enemigos del socialismo del siglo XXI, su legitimidad se socava en cada libra de escasez, en la delincuencia inmune que campea por Caracas, en la polarización que paraliza la economía, en la clandestinidad por la que se deben estar moviendo los opositores, en los planes delos milicianos para actuar con sus armas de dotación oficial ante la orden de cerrar filas para el régimen.
Ningún escenario parece desembocar en la salida pacífica y democrática que piden los países del continente y que se merecen los 30 millones de venezolanos, incluidos los 4 millones de colombianos y colombianas que allá han echado raíces.Atrincherado en Miraflores, Maduromanotea (¿matonea?) y lo hará hasta el último minuto de su permanencia en la presidencia, que no será dentro de mucho.Como observadora sin mayor conocimiento de lo que se mueve bajo la capa mediática de lo que sucede en Venezuela hoy, no veo cómo ser optimista sobre su futuro cercano.
Me preguntocómo se va a dar la destorcida del nudo chavista en este episodio de la historia política venezolana. Podría cambiar todo o cambiar poco, y la situación es tan confusa que cualquier posibilidad parece viable: una toma de poder de los opositores, tipo llegada en hombros de Capriles o Leopoldo a Miraflores, una vez se vuelen o salgan de alguna manera de la cárcel, caso en el cual habrá que temer a la reacción del ejército y de la milicia chavista, prestos a actuar por el poder de las armas.
O una toma del poder por Diosdado, u otro representante del chavismo, cómo decirlo, menos bruto; un presidente queseguramente hará que el Congreso, de mayoría chavista, llame a elecciones para ratificar su mandato.
Lo que suceda será el costo que tiene un proceso revolucionario fracasado: la sociedad fracturada, la dirigencia en aprietos y la oposición acorralada. Ojalá me equivoque, pero no puedo ser optimista de una salida pacífica y democrática en el corto plazo.
Desde Colombia, que resiente cada réplica de la inestabilidad venezolana, no podemos menos que mostrarles a los venezolanoslo desgastante y dolorosa, y a la larga inútil, que es la guerra política. Con chavismo o sin chavismo, el pueblo venezolano merece vivir en condiciones menos azarosas, con una mejor calidad de vida y en una democracia sólida.