Por: Urias Velásquez
Que la sociedad modifica al ser humano, parece ser una verdad indiscutible, no obstante la pregunta siempre fue -durante siglos-, si lo hace para bien o para mal. Cualquiera que sea la respuesta genera importantes consecuencias.
Si “el hombre es nace bueno y las sociedad lo corrompe”, como afirmaba Juan Jacobo Rousseau ( 1713-1788) –escritor y filosofo francés del siglo XVIII, arquitecto de las ideas de la revolución francesa-, en su obra El Contrato Social. Entonces el estado debería limitar el influjo de la sociedad en la vida del individuo. Protegiendo a éste de las desviaciones que aquella imprime.
Por el contrario si “el hombre es un ser egoísta y malo” por naturaleza, como lo afirmaban Nicolás Maquiavelo (1469 -1527), en su obra El Príncipe; y Tomás Hobbes (588-1679), en su libro Leviatán. El gobierno debería garantizar la influencia de la sociedad con el fin de limitar la ‘maldad’ del individuo.
Lo cierto es que la discusión parece estar llegando al final, Y lo que está quedando claro es Rousseau tenía razón, pues tres estudiantes de Yales; Kiley Hamlin, Karen Wynn, y Paul Bloom, integrantes del departamento de sicología, en New Haven, Connecticut, han mostrado que desde el punto de vista científico los niños al nacer, incluso antes de desarrollar el lenguaje, son proclives al bien y a los individuos que lo practican.
Las pruebas desarrolladas con niños entre 6 y 10 meses muestran como estos prefieren a las personas que se muestran amigables, socialmente correctas y positivas hacia ellos, en contraste con las poco amigables, socialmente incorrectas y negativas frentes a ellos.
El estudio concluye: “Pudimos demostrar que los infantes (…) tienen en cuenta las acciones de un individuo hacia los demás, en su catalogación de si una persona les es atractiva o repulsiva. Los bebés prefieren una persona que ayuda a otra, en contraste con quien entorpece a los demás. Prefieren a una persona que ayuda a una neutral, y prefieren un individuo neutral a un individuo negativo”.
De lo anterior se pueden deducir dos conclusiones adicionales.
Primero que Maquiavelo y Hobbes estaban equivocados, quizás porque lo único que buscaban, en palabras de Edward J. Murray (refiriéndose a segundo), en su libro Motivation and Emotion: “sus argumentos son convincentes; no obstante cualquiera sospecharía que sus convicciones [necesidades de agradar a su protector el monarca] políticas dictaban sus conclusiones sobre la naturaleza humana. De hecho Hobbes enlaza las dos ideas, haciendo parecer la segunda (Monarquía absoluta) como la solución para la primera (maldad del hombre), al decir: “De aquella naturaleza [la maldad] por la que estamos obligados a transferir a otro [monarca] (…) derechos que si son retenidos obstaculizan la paz de la humanidad”.
Segundo y de mayor relevancia que John Locke (1632-1704) pudo estar en lo cierto cuando dijo: “el lobo del hombre es el hombre”, en otras palabras que quien ataca y corrompe al hombre como individuo es el mismo hombre pero como sociedad.
Queda abierta la cuestión de porqué si la sociedad es un elemento común a los sujetos individuales, estos reaccionan de diferente manera. Así tenemos que dos personas relativamente iguales, ante circunstancias similares, deciden diferente, uno por ejemplo toma el camino del bien, mientras el otro se dedica al mal. Contradiciendo claramente algunos postulados de Charles Darwin(1809-1882), quien consideraba que los humanos tenemos una especie de carga genética que condiciona nuestro actuar y la cual se va desarrollando a través de la evolución y gracias al proceso de selección del más fuerte. Porque en ese caso ambos hombres, al estar en la misma etapa de la evolución, es decir tener la misma carga genética, deberían actuar de manera similar.