El concepto de ‘vida privada’ es cada vez más difícil de delimitar, pues todo el mundo invoca su derecho a ella pero pocos parecen ser conscientes de que también exige obligaciones.
Hay un ejemplo muy evidente del que las celebridades españolas dan cuenta casi cada día, como la princesa Letizia cuando invoca su derecho a unas vacaciones privadas. Del mismo modo, cualquier famoso novio del primo del rollo del amigo de algún famoso acude a un programa de televisión y, tras contar con pelos y señales que su madre se drogaba, que su padre le violó y que padece ansiedad crónica, cuando es preguntado sobre su vida sentimental hace un gesto de “hasta aquí hemos llegado” y, mirando a cámara, sentencia con seriedad: “Yo es que de mi vida privada no hablo”.
El problema es que, gracias a las redes sociales, este debate entre lo que se muestra y lo que no ya no es ámbito exclusivo de los famosos. Todos somos el célebre protagonista de nuestro propio Facebook y, además, nuestros propios paparazzi.
Crece el uso de las redes sociales
El asunto se ha agravado recientemente, cuando ha salido a la luz que los programas de espionaje estadounidenses se beneficiaban de la información vertida en internet para llevar a cabo sus pesquisas. Fue una noticia que generó mucho revuelo en un primer momento, pero que en nada ha modificado la actitud de los usuarios para con las redes sociales.
¿Es lícito espetar a los demás que ‘no se metan donde no les llaman’ cuando damos informaciones de todo aquello que no interesa a nadie?De hecho, los números revelan todo lo contrario. Según el último estudio del IAB (Interactive Advertising Bureau) al respecto, ocho de cada diez internautas usa las redes sociales. Esto supone un aumento del cinco por ciento con respecto a los resultados obtenidos en 2011. De entre todas las redes, aunque Tuenti es la más popular entre los más jóvenes (entre los 14 y los 17 años es la más celebra), sin duda es Facebook la que se eleva como la red social preferida. La usan el 96 por ciento de los internautas españoles de entre 18 y 55 años. El uso de Twitter, además, se ha incrementado un 35 por ciento.
La popularización de los smartphones ha contribuido a este crecimiento, pues cualquiera, esté donde esté, puede acceder a su cuenta y actualizar lo que hace en cada momento. El porcentaje de personas que acceden a las redes sociales a través de su dispositivo móvil es del 56 por ciento, lo que supone un aumento del 47 por ciento en un año.
Como se ve, las cifras hablan por sí solas. El número de usuarios no hace sino crecer, y cada vez es más frecuente dar parte de lo que estamos haciendo en el momento mismo de llevarlo a cabo. ¿Tenemos derecho, entonces, a reivindicar con fervor la intimidad de nuestra vida privada? ¿Es lícito espetar a los demás que “no se metan donde no les llaman” cuando constantemente damos muestras e informaciones de todo aquello que no interesa a nadie? Las respuestas son complicadas, por la línea divisoria es muy difusa.
La importancia de la mesura
El problema –como casi siempre– no son las redes sociales en sí mismas, sino el uso que hacemos de ellas. Pero las publicaciones impúdicas o las confesiones inadecuadas que se quedan por escrito son más frecuentes de lo que deberían. Por un lado, parece evidente que hay cosas que no deben decirse en las redes sociales, ni por correo electrónico, ni por pergamino atado a la pata de una paloma. Si uno ha enterrado un cadáver bajo el olmo junto al río, ha apoyado a un imputado o ha criticado a su suegra, tal vez lo más prudente sea no dejar constancia de ello por escrito.
No obstante, y a pesar de lo escandaloso del caso PRISMA revelado porSnowden, a la gente no parece importarle demasiado que la CIA les tenga vigilados o, al menos, no han cambiado su conducta a raíz de las últimas revelaciones.
Se tiene mucho más miedo a la ‘vigilancia interpersonal’ (la que opera entre sus amigos y familiares) que a la vigilancia abstracta del EstadoEl sociólogo de la Universidad de NizaEmmanuel Kessous señalaba en Le Monde que se trata de una extraña paradoja sobre la vida privada. “La gente se queja por estar vigilada, pero se exponen cada vez más”, explica el sociólogo. Efectivamente, parece que así ocurre. Del mismo modo que el famoso de turno se queja de que los fotógrafos lo acosan al tiempo que desgrana sus intimidades en las cadenas de mayor popularidad televisiva, la gente de a pie reivindica una privacidad total mientras sube incansablemente fotos, mensajes y comentarios en las redes sociales.
En la misma línea habla Dominique Cardon, sociólogo y autor del libro La Démocratie Internet, quien cree que los usuarios de Facebook, Instagram o Twitter tienen mucho más miedo a la “vigilancia interpersonal” (la que opera entre sus amigos y familiares) que a la vigilancia, al fin y al cabo muy abstracta, del Estado.
Sin embargo, parece que para beneficiarse de las ventajas que estos medios ofrecen sin caer en riesgos inabarcables, debemos hacer un uso más moderado de los mismos. Facebook puede ser un lugar idóneo para compartir vídeos, música, comentarios de felicitación o ideas, pero no para contar secretos o revelar intimidades. Más si tenemos en cuenta el gusto que da ver la reacción del interlocutor cuando se entera de algo que no debe ser contado.
Tomado de El Confidencial