El escritor argentino César Aira, uno de los posibles candidatos al premio Nobel de Literatura, quien lleva publicadas más de setenta novelas, estará en la FILBo Feria Internacional del Libro de Bogotá en una conversación con el poeta Darío Jaramillo Agudelo este primero de mayo. No saber quién es significa, en este caso, que Aira siempre es otro, siempre una sorpresa. Opinión. Por Marcelo Páez
Me topé por primera vez con Aira gracias al cine. Las películas La guerra de los gimnasios y Tan de repente fueron adaptaciones que el director Diego Lerman hizo de sus obras a principios de los noventas. Pasaron alrededor de diez años para que volviera a encontrármelo mientras trabajaba como librero en el Parque Rivadavia, la feria de libros usados más grande de Buenos Aires: Embalse y su Moreira, que compro por cinco pesos. Ahora me urjo a escribir y no sé quién es César Aira. No leí Ema, la cautiva, ni Una novela china, ni La liebre, ni Cómo me hice monja. No me amilano, pregunto. A mis amigos lectores, a los amigos libreros. Todos me dan señas de él con casi las mismas palabras, palabras que no describen sino que se le adosan como un olor que llega antes que él: inteligente, imprevisible, prolífico, marginal, raro.
Este escritor, ensayista y traductor nacido en Coronel Pringles, un pueblo de la pampa bonaerense, es un inclasificable. Su copiosa producción y su procedimiento de escritura lo ubican en la literatura latinoamericana en un lugar difícil de definir, de rara avis. Pablo, un amigo licenciado en letras, me dice que ni la academia ni el mercado editorial pueden asimilarlo. César Aira escribe mucho, no corrige, no relee, huye, en su búsqueda del presente de su literatura, hacia adelante, escribe otra novela, que es la misma. Una página por día o menos, siempre a mano, en un bar. No le gustan las recopilaciones: Cada historia es un libro. Ha llegado a publicar hasta cuatro novelas en un año. Las hay de menos de treinta páginas, rara vez exceden las cien. Publica en editoriales emergentes porque “me gusta que el lector tenga que buscar el libro, hacer un trabajo para encontrarlo”. En Buenos Aires, Aira es reticente a dar entrevistas y esquiva casi sistemáticamente los círculos literarios.
Bajé algunos textos sobre él y leí seguido, azorado y con cierto regocijo, otra palabra que mis amigos no habían mencionado: felicidad. Laura Estrin, docente de la Universidad de Buenos Aires y especialista en Aira, en una entrevista publicada en Escrito en las mangas, confirma que “Aira tiende una magia literaria, una felicidad literaria… Aira escribe en un ensayo que la literatura es una “especie de efecto feliz que no tuvo causa”, la coincidencia final de la literatura consigo misma. Aira hace equivaler novela a milagro, literatura a felicidad, no es poco.”
En una entrevista que le hizo Soledad Gallego-Díaz para El País de España, le comenta: “Una de las cosas que produce un gran placer al leerle es la simplicidad de las palabras. La historia nunca es simple, pero la manera en la que está contada lo es.” Aira dice, entonces, que es normal para él intentar escribir claramente para que el lector pueda imaginarse lo que él imaginó, que es muy visual su manera de escribir y que necesita una prosa clara, lo más limpia posible, para poder dejar volar la imaginación. La periodista concluye que “en sus novelas, cualquier suposición que pueda hacer el lector sobre lo que va a ocurrir será, con toda seguridad, incorrecta.”
En el The Barcelona Review el escritor se sincera sobre el modo de concebir su propio realismo: “Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente”. Se nombra a Aira como un escritor realista. Alguien que habla del mundo y lo construye al mismo tiempo, con el gesto vanguardista de la creación constante. En el ensayo La nueva narrativa, dice “el arte entonces sería el intento de llegar al conocimiento a través de la construcción del objeto a conocer; ese objeto no es otro que el mundo.” En Fragmentos de un diario en los Alpes, Aira dice que “arte es la actividad mediante la cual puede reconstruirse el mundo, cuando el mundo ha desaparecido”.
Después de varios días leyendo sobre él, viendo entrevistas y preguntando por ahí, me convierto decididamente a la religión ‘aireana’. Mis amigos me recomiendan fervientemente leerlo y yo me prometo invitarle un café, si lo veo. Quisiera conocer de cerca a este escritor que no depende de ninguna musa ni estado especial para escribir, un hombre para quien todo es susceptible de llamar su atención, como concluye en La princesa primavera: “No hay objeto en el universo que no merezca atención y que no recompense el pensamiento que se le dedica”.