Tan solo unas hora más tarde de la indigestión por parte de la vieja Europa de la desafortunada victoria del “Brexit”, España encaró el domingo la “segunda vuelta” de las elecciones que empezaron el 20D (20 de diciembre) del año pasado. Con mas miedo que vergüenza se presentaron los partidos políticos tradicionales a este nuevo proceso electoral, producto del desacierto y la desconfianza mostrada por las formaciones políticas y su incapacidad de abrir cualquier atisbo de generosidad con la institucionalidad que demandaba la sociedad española.
Este nuevo paso por las urnas, podría interpretarse en dos claves diferentes: La primera, sería un referéndum reprobatorio hacia la particular manera de gobernar del presidente Mariano Rajoy sin escuchar y sin mostrar ninguna capacidad de mover las fichas salvo las de su ajedrez; o por el contrario la posibilidad de una izquierda populista y oportunista, para formar un frente amplio, capaz primero, de mandar al PSOE al banquillo e intentar formar un gobierno con perfiles no necesariamente constitucionalistas.
Los resultados han dado la razón a unos y han descalificado los proyectos “antinaturales” a otros. El PP con un 33.03% y casi ocho millones de votos ha ganado claramente las elecciones aunque lejos de los resultados que en otrora le dieron la mayoría absoluta.
El proyecto Unidos Podemos que tanto empeño puso en adelantar por la izquierda al partido socialista, quedó parado en seco, por su propia indefinición y el mayor conocimiento que adquiere la sociedad española sobre cómo piensan estos jóvenes personajes que vaticinaron un futuro apocalíptico para todos. Un millón de votos se quedaron en el camino después de tanto amedrentar a los socialistas y torturarles sicológicamente con acabar con su legado histórico y relegarlos a la tercera posición del ranking.
No mejor parado salió el PSOE, con cinco diputados menos y con la sensación de haber ganado algo que tenían virtualmente perdido. Como si un gol en contra en el último minuto del partido les clasificara para la siguiente ronda.
Y para terminar con los cuatro grandes, hay que ver la formación Ciudadanos, muy afín políticamente a los conservadores del PP que tuvo su peor día por el despiste de su alianza para formar gobierno con los socialistas y el castigo infligido del voto útil que mandó una parte de los trasvasados en diciembre de nuevo hacia el partido popular, quien se quedó con ocho de sus antiguos diputados.
¿Y ahora qué? Se preguntan todos. Después de estos malos resultados que matemáticamente no suman para poder formar gobierno.
Los ciudadanos demandan una España fuerte en estos momentos borrascosos desde el punto de vista político y económico donde además se suman los problemas existenciales de la vieja Europa.
Lo normal sería que los conservadores aceptaran la propuesta del Rey Felipe para formar gobierno y relajaran sus filias y fobias hacia los partidos afines, aceptando las propuestas razonables de reformas en la constitución, la Ley electoral, introducir mejoras en la educación y por supuesto en el sistema judicial.
También los socialistas tienen que decidir de qué lado están, y sí sus apuestas van por el apoyo sin fisuras de los procesos constitucionalistas, hoy seriamente amenazados por partidos que han sido exitosos en estas últimas elecciones.
El tiempo dirá como sigue esa alianza de Unidos Podemos que lejos de cosechar éxitos, ha metido a la izquierda moderada española en una espiral de propuestas sin sentido que poco rédito les van a proporcionar. Después de tanta campaña del miedo contra el PP consiguieron lo imposible, que los suyos se quedaran en casa confiados en la victoria y los votantes conservadores salieran a consolidar sus posiciones regionales que nadie sin su consentimiento les iba a arrebatar.