A Pedro Sánchez, nuevo secretario general del PSOE por elección directa y soberana de sus militantes por vez primera en la historia de un partido español, le aguarda una tarea que, para que resulte exitosa, habrá de acometer conjugando las cualidades del titán, para levantar un edificio en ruinas; y del sastre, para coser un partido que hoy por hoy es una agregación de retazos.
Esta vez no hubo rebelión de las bases contra el aparato. Ganó el candidato de Susana Díaz y, con ella, de la mayoría del establishment socialista, incluidos José Luis Rodríguez Zapatero y José Bono, los antepenúltimos duelistas por el liderazgo del partido. A Pedro Sánchez, nuevo secretario general del PSOE por elección directa y soberana de sus militantes por vez primera en la historia de un partido español, le aguarda una tarea que, para que resulte exitosa, habrá de acometer conjugando las cualidades del titán, para levantar un edificio en ruinas; y del sastre, para coser un partido que hoy por hoy es una agregación de retazos. Pero el primer desafío al que se enfrenta es sacudirse la etiqueta de ser un líder tutelado desde Andalucía y sometido a los barones territoriales.
Con el 97,62% de los votos escrutados, Sánchez se impuso con rotundidad a Eduardo Madina, al obtener el 48,69% de los votos frente al 36,19% y ganar en 11 federaciones, Melilla y América, pero los resultados reflejan el papel determinante de la federación andaluza, donde arrasó el diputado madrileño (de los 16.000 votos de ventaja sobre el vasco, cerca de 13.000 los obtuvo aquí, y de estos, 4.000 en Sevilla). Madina sabía lo difícil que era enfrentarse a Susana Díaz cuando lanzó el órdago de la votación directa –mérito que nadie le podrá quitar–, y lo perdió.
El diputado vasco únicamente logró imponerse en Cataluña, por tan sólo 298 votos, y en seis federaciones minoritarias (Extremadura, Asturias, Cantabria, Castilla y León y Navarra, así como Ceuta y Europa –la única agrupación donde Sánchez quedó el último–). Al final, se ha demostrado que tener aparato sí importa –a Borrell le apoyaron los guerristas, que todavía contaban con una poderosa red–. En su mayoría, los aparatos regionales han apostado por el candidato que menos inquietud les producía.
El factor Pérez Tapias
Los resultados también confirman que la irrupción como tercero en discordia de José Antonio Pérez Tapias perjudicó claramente la opción de Madina: la suma de los votos obtenidos por los dos candidatos con un perfil más de izquierdas y menos convencional arroja un 51,31 por ciento de ellos. Más allá de la derrota, probablemente el mayor golpe anímico para Madina ha sido perder en su propio territorio, donde se ha confirmado que su “amigo” Patxi López y Rodolfo Ares jugaban en su contra.
Aunque haya quedado tercero, la derrota de Pérez Tapias (15,12 por ciento de los votos) es una victoria en toda regla para Izquierda Socialista, que no tenía tanto protagonismo desde los tiempos de las controversias de Antonio García Santesmases con Felipe González a cuenta de asuntos como el referéndum de la OTAN, por no remontarse a los de Pablo Castellano o a los de su fundador, Luis Gómez Llorente. El resurgir de esta corriente, subvencionada en sus peores momentos desde Ferraz para mantener la imagen de pluralismo interno, es una manifestación de la tendencia de todo partido a radicalizar sus posiciones cuando pierde el poder.
Puesto que Sánchez se comprometió a integrar a los otros candidatos en la Ejecutiva, Izquierda Socialista volverá a estar en la dirección federal, como ya ocurrió durante el mandato de Joaquín Almunia. Más dudoso es que acepte integrarse Madina, que, posiblemente, ya no se presente como candidato a diputado en las próximas elecciones generales, ya que la lista de Vizcaya que venía encabezando parece reservada para López. Para trasladar desde el primer momento una imagen de unidad, el secretario general saliente compareció tras el escrutinio acompañado de los tres candidatos.
La Ejecutiva, piedra de toque
La victoria cosechada por Sánchez, siendo imprescindible para tomar el testigo de Alfredo Pérez Rubalcaba, es tan sólo la contrarreloj de salida para una carrera por etapas, con muchos puertos de montaña y meta de llegada en las elecciones generales de 2015. Elegido el domingo, desde hoy mismo tendrá que encarar las presiones para configurar la nueva Ejecutiva, cuya composición se decidirá dentro de dos semanas en un congreso de delegados. Y esta será la primera piedra de toque para calibrar su autonomía y temple, que habrá de pasar el examen de presiones y negociaciones que se prolongarán durante catorce días.
Sánchez parte con el plus, del que hasta ahora no había gozado nadie, de haber sido elegido directamente por los militantes como secretario general –José Borrell fue elegido candidato electoral, pero nunca llegó a tener el poder orgánico–. Y el porcentaje de participación, del 65,85 por ciento, despeja cualquier duda sobre la legitimidad de la elección –en las que enfrentaron a Almunia y Borrell en 1998 fue del 54,18 por ciento, aunque entonces era un secreto a voces que el censo estaba inflado–.
A pesar de que esto le concede un inédito e inmenso caudal de autoridad –uno de los agujeros negros del abortado mandato de Rubalcaba–, los barones que le han dado su apoyo, encabezados por Susana Díaz como referente y el valenciano Tximo Puig y el madrileño Tomás Gómez como principales puntales, reclamarán una representación acorde a su condición de federaciones mayoritarias, un sistema de cuotas territoriales que contraviene el espíritu de la consulta a los militantes y que, si prospera, equivaldría a mantener el modelo de “Gobierno de coalición” con Ferraz, según descripción acuñada por Pepe Nevado, exportavoz de Manuel Chaves. Si Sánchez cede a esta presión en aras de la integración, que ha señalado como prioridad, su autoridad se verá mermada desde el primer momento.
Reválida y puerto de montaña
La segunda prueba de fuego para el nuevo secretario general será la convocatoria de las primarias abiertas para elegir al candidato presidencial. A pesar de haber sido aprobadas por un Congreso, ratificadas por una Conferencia y tener una fecha ya establecida –finales de noviembre–, Sánchez ha dejado en el aire su convocatoria para finales de noviembre y todo apunta a que se verán nuevamente aplazadas.
Es lo que quiere Susana Díaz, pero también lo que más interesa a Sánchez, que necesita un tiempo de consolidación como secretario general y ganar proyección pública antes de competir también por la candidatura electoral, un momento crucial de la carrera porque Carmen Chacón se ha reservado para atacar en este puerto de primera categoría y pueden aparecer otros-as pretendientes. Entre ellos no estará Madina, quien ya dijo que, si perdía, “no daré la lata”.
La principal excusa para el aplazamiento es la cercanía de los comicios municipales y autonómicos de mayo y la inmediatez de las primarias territoriales, que empezarán a celebrarse a continuación del congreso extraordinario. Una alteración del calendario sería otra merma para la autoridad del secretario general y otro tanto a apuntar en el libro de cuentas del tetrarca andaluza –señora de una cuarta parte de la república socialista–.
Lo cierto es que la mitad de los candidatos autonómicos ya están decididos, porque en sus correspondientes territorios ese proceso ya se ha celebrado: Tximo Puig (Valencia), Rafael González Tovar (Murcia), Javier Lambán (Aragón), Francina Armengol (Baleares) y Eva Rosa Díaz (Cantabria). A ellos hay que añadir a Javier Fernández, que no tendrá que someterse a primarias al gobernar en Asturias. Así pues, teniendo en cuenta que no habrá comicios en Andalucía, Cataluña, Euskadi y Galicia, en realidad sólo están por elegir los candidatos en Extremadura, Castilla-La Mancha, La Rioja, Castilla y León, Madrid y Navarra, además de Ceuta y Melilla. En las tres primeras, no parece haber gran duda sobre la elección de Guillermo Fernández Vara, Emiliano García-Page y César Luena, respectivamente, de modo que el conflicto se reduce a Madrid (los críticos preparan una alternativa a Gómez), Castilla y León (Óscar López y Julio Villarrubia libran una guerra a muerte, que puede saldarse con el triunfo de una tercera vía) y Navarra (sin alternativa clara al abdicado Roberto Jiménez).
Sobre el papel, lo difícil sería que el PSOE no mejorara los resultados de hace cuatro años, los que marcaron el comienzo de su hundimiento, porque nunca antes había dispuesto de menos poder local y regional. Pero tendrá que enfrentarse a la pujante competencia de Podemos y, si Mariano Rajoy consuma su propósito, al dique contra los tradicionales pactos municipales que supondría la elección directa de los alcaldes. La reforma favorece claramente los intereses inmediatos del PP, pero cabe pensar que, si prospera, provocará un desplazamiento de esos acuerdos hacia el nivel autonómico, por lo que se trata de un arma de doble filo para sus promotores.
La meta de 2015
Pero, si un desafío tiene por delante el nuevo secretario general, y con él todo el PSOE, es recuperar la confianza de la sociedad en los socialistas como alternativa de Gobierno y, más allá del reto soberanista de Cataluña –sin restar un ápice a su enorme trascendencia–, la auténtica piedra de toque será la construcción de una alternativa socioeconómica –creíble y de izquierdas– para salir de la crisis, que se puso de manifiesto como el gran agujero negro en el debate entre los tres candidatos.
De ello dependerá que el cambio de liderazgo traiga una mejora de los resultados en las próximas elecciones generales y de los resultados electorales dependerá que Pedro Sánchez sea sólo otro líder de transición o se consolide como el ansiado relevo. Sabido es que ningún dirigente político alcanza esa consolidación hasta que gana elecciones y escrito está que, si no supera el listón de los 110 escaños conseguidos por Rubalcaba, hay unos cuantos al acecho y la primera, Susana Díaz.