Son emprendedores. Adalides del ‘hecho a mano’. Sus productos triunfan ya que ponen en valor lo exclusivo: la no producción en serie. Estos son los negocios con aroma a artesanal y espíritu ‘cool’
El director de cine Spike Jonze lo intentó todo con su película ‘Her’. Sentó las bases de una nueva profesión para el hombre del futuro –ser redactor de cartas de amor–; puso de manifiesto que la estética y decoración ‘vintage’ continuará vigente durante algunos años y demostró que el hombre puede ser capaz de enamorarse de un sistema operativo con inteligencia artificial. El actor Joaquin Phoenix, convertido en Theodore Twombly en esta ficción, torna en todo un apologeta de los oficios de antaño. Ser escritor de misivas de corte amoroso es como reinventar al espartero que abandona la cestería para crear cabezas de rinoceronte, por ejemplo.
Crisis mediante o no, muchas profesiones antiguas –desde curtidores a guarnicioneros pasando por anticuarios– se han convertido en motores de cambio económico a pequeña escala. Pero ¿se puede vivir de oficios tan residuales? Aunque muchos de los consultados por este medio sostienen lo complicado que resulta hacer rentables este tipo de negocios, todos sostienen que sí, que es posible. Viven como autónomos sin grandes alardes. Pero haciendo que sus pymes prosperen poco a poco.
Estos y otros motivos, quizá la estética cuidada de sus locales o la factura tan exclusiva de sus productos, ha llevado a los consumidores a poner en valor el clásico ‘hecho a mano’ para ‘abandonar’ lo producido en serie. Ya no es necesario que estos maestros de lo artesanal se agrupen en gremios por las angostas calles del centro de cualquier gran ciudad europea. Muchos de ellos han visto en las redes sociales la mejor plataforma para dar visibilidad a su encomiable labor. Callada y tradicional. ‘Vanitatis’ traza una ruta por algunos de los negocios donde el valor de lo manual no solo no es loable, sino que también está de moda.
1. Teté CaféCostura
Han pasado algo más de cuatro años desde que Teresa Barrera decidiera romper de forma unilateral con su vida profesional anterior. “Corría mayo de 2011 y alguien me comentó que en Berlín alquilaban máquinas de coser por horas para realizar trabajos ‘Do It Yourself’ (DIY); la idea me pareció divertida y comencé a organizar una serie de talleres donde la gente aprendiera a coser”, asegura la propietaria de este pequeño local situado en el número siete de la calle de San Pedro (Madrid).
Hasta entonces, Barrera trabajaba como diseñadora y estilista de vestuariopara producciones de cine y televisión. Nunca ha llegado a desvincularse del todo de ella, ya que a pesar de regentar este negocio continúa haciendo colaboraciones esporádicas con este sector. Además, lo suyo es tradición familiar: “Mi madre era modista y me enseñó a coser”, argumenta.
Además de enseñar a coser, a hacer punto, ganchillo o a reciclar prendas, enTeté CaféCostura también venden sus propias telas; las de estampados japoneses, en concreto, son las más demandadas.
2. José María Passalacqua
Este argentino, afincado en España desde hace 15 años, lleva más de 13 dedicándose al noble arte de la caligrafía. Gracias a una factura genuina, que emula a la de los escritores del Siglo de Oro español, Passalacqua se ha hecho un hueco en el mundo de las marcas de lujo de nuestro país. Invitaciones, menús o rótulos de ‘sitting’ en actos protocolarios han convertido a estediseñador gráfico de formación en todo un referente del trabajo artesanal. Firmas como Gucci, con quien trabaja en exclusiva, confían en su particular manufactura a la hora de preparar cualquier tipo de evento.
“La escritura es algo que nos identifica y está considerada como la primera forma en que uno se adentra en la comunicación no verbal”, dice a ‘Vanitatis’.Passalacqua, que cursó sus estudios hace 20 años en su Buenos Aires natal, asegura que entonces existía “mucha cultura del trabajo manual: se bocetaba a mano y uno presentaba sus trabajos realizados de forma manual”. Un saber hacer del que ahora disfruta. “Cuando me embarco en un proyecto, siento la satisfacción de tener el control sobre el resultado porque gracias a miformación visual, siempre que escribo sé cómo diagramarlo, cómo conectar las letras y con qué trazos las palabras quedarán más armónicas”, sostiene.
A pesar de haberse especializado como calígrafo, lo suyo le viene por tradición familiar: “De pequeño me educaron con unos libros de caligrafía de los años 30. Mi padre y mi abuelo eran ingenieros civiles y escribían en sus planos con unas letras maravillosas”, apunta. Passalacqua sabía que el germen estaba ahí, “lo que pasa es que me dediqué en un primer momento al diseño gráfico sin saber que lo que hago ahora es el oficio que llevaba dentro”, redondea.
3. La cocina (y el horno) de Babette
Baguettes, hogazones en todas sus variedades (sencillo, cententrigo, de espelta e integral) y tarta de limón. Estas tres grandes gamas productos definen el éxito de este obrador que también es escuela-taller de pan casero.Hace ocho años, Beatriz Echavarría dio un giro a su carrera profesional -es doctora en Historia- y se embarcó en este proyecto cuyo fin era enseñar a grupos de alumnos a realizar pan casero. Y lo hacían de forma presencial y ‘online’.
Esta iniciativa docente fue el germen de lo que hoy es El horno de Babette:una panadería con dos sedes: una en el número 15 de la calle Ramon de Santillam y otra en Joaquín Lorenzo, 4. Ambas en Madrid. Un lugar desde el que Echavarría enseña y realiza un exigente oficio artesano: “Es muy duro porque tu jornada empieza cuando el resto de la gente duerme”.
Y que ahora realiza con más maña que antaño. “Un día saqué del horno una barra medio cruda; entonces me empeñé en hacer buen pan en casa. Aquello se convirtió en una obsesión y de ahí surgió la escuela. Estaba claro que la Historia no era mi pasión”, redondea Echavarría.
4. Olivia The Shop
¿Jabón de mojito? Sí. Y, además, ecológico. Este es uno de los productos que más y mejor se venden en Olivia The Shop, una pequeña tienda situada en la plaza del Doctor Laguna, 2 (en Segovia), y un centenar de tiendas repartidas por España donde las pastillas creadas por Paula González despiden su particular aroma.
Unos perfumes capaces de trasladar a quienes los compran a destinos tan dispares como París o el Caribe. Nueve tipos diferentes de jabones y otros seis de velas aromáticas. Unos productos que ideó su padre: un químico obsesionado con los aceites esenciales “cuya ilusión era fabricar artículos respetuosos con el medio ambiente y de máxima calidad”, asegura González a este medio.
Tras la muerte repentina de su progenitor, la propietaria de Olivia The Shopdecidió ponerse manos a la obra y materializar el deseo de su padre. “Fue mi forma de superar el duelo y de homenajearle”, sostiene. Ahora, desde su base de operaciones en Segovia, trabaja contrarreloj para elaborar y empaquetar interminables series de sus productos que reparte por toda la geografía española. “El espíritu de la marca es respetuoso con el entorno: los envoltorios están hechos a base de papeles reciclados y las tintas son ecológicas”, argumenta.
Además del sacrificio personal que supone regentar un negocio con unelevado nivel de producción –Paula ha pedido como regalo de cumpleaños un día libre, asegura entre risas–, tiene en plantilla a cinco personas y asegura facturar más de lo que parece. Además, Olivia The Shop no solo vive de jabones: “Somos consultores para otras marcas de cosmética a las que ayudamos a formular y a hacer perfumes”.
5. ¡VivaBicicletas!
Desde este curioso rincón, situado en la madrileña Plaza del Dos de Mayo, Rubén Morillo trabaja con mimo todo lo que esté relacionado con el mundo de las bicicletas. Un simpar ‘corner’ donde restauran modelos clásicos o los confeccionan desde cero. “Pintamos, pulimos, diseñamos y realizamos pegatinas o fabricamos accesorios de cuero según el gusto del cliente”, asegura a ‘Vanitatis’. ¿Su ‘leitmotiv’? Dar a cada persona el vehículo que más se adapte a sus necesidades sin tener que ceñirse a lo que ofrece el mercado. “Además, buscamos fabricar pequeñas cosas en Madrid para gente de la capital”, sostiene.
Promover la cultura del ciclismo por las calles de la capital y poner en valor el pequeño comercio, “lo local”, como ellos mismos aseguran, “ayudan a mejorar la ciudad donde vivimos”.
Cuenta Morillo que ser arquitecto de formación le ha ayudado en este negocio. “Mi carrera me ha brindado las capacidades creativas y técnicas que me permiten trabajar en este y otros campos”. Su gusto por crear cosas quepueda hacer él mismo, en un corto periodo de tiempo y sin ser necesaria demasiada infraestructura fueron tres de los motivos que le llevaron a emprender. Lo que surgió como un pasatiempo acabó materializándose en una tienda para, después, “terminar por ser activistas de la bici”, sentencia.