Desde que somos pequeños, nos han enseñado que la Tierra tarda 365 días en completar una vuelta alrededor del Sol, lo que supone un año completo. Sin embargo, este dato no es del todo preciso. Aunque en la escuela nos dijeran que el movimiento de traslación es de 365 días, en realidad la Tierra necesita exactamente 365,2421 días en completar esa vuelta.
Al no ser un número exacto de días los que necesita la Tierra para girar alrededor del Sol, cada año teníamos que sumarle a nuestro calendario un cuarto de día. Para que los años y la traslación de la Tierra cuadren en el tiempo, es mejor que cada cuatro años haya un año bisiesto.
Aunque hay datos de que los egipcios ya habían utilizado este método, en Europa se introdujo en el año 46 a.C. Julio César junto al astrónomo Sosígenes, crearon el calendario juliano con el cual en un año habría un total de 12 meses completados por 365 días y cada cuatro años se añadiría un día adicional, es decir, el 29 de febrero.
El año bisiesto nació con el calendario juliano
Esta solución fue la base del calendario que utilizamos actualmente, pero tenía un problema. Al redondear el 0,2421 restante y colocar en su lugar 0,25 provoca un pequeño error matemático que, con el tiempo, provocaría que el año terminara antes de que la Tierra completara su traslación.
Este problema llamó la atención del Papa Gregorio XIII, quién en 1582 sugirió otro método para corregirlo. El calendario gregoriano, que es el que utilizamos actualmente, es igual que el calendario juliano pero éste omite el día bisiesto cuando un el año sea divisible por 100 pero no por 400. Por ejemplo, el año 2100 no será bisiesto ya que su número se puede dividir por 100 pero no por 400.
Con información de nuestro aliado Ecodiario.eleconomista.es