La marcha del 9 de abril marca el inicio de una nueva etapa del proceso de paz. La movilización masiva en Bogotá, organizada sobretodo por sectores de la izquierda y apoyada por el alcalde Petro, pone las cartas destapadas sobre la mesa en el juego que se viene para quienes le tienen fe al proceso de paz, y para quienes le apuestan a su fracaso.
Santos dejó el complejo. El día anterior a la marcha, hizo una alocución televisada en la que se le notó enérgico en su defensa a la mesa de conversaciones y pronunció un discurso con “línea política” sobre el propósito nacional que tiene convocar este proceso. Habló de la necesidad de la “unión nacional” y se dirigió sin tapujos a los opositores para reclamarles por las versiones, según él equivocadas, sobre la impunidad para los guerrilleros y las nefastas consecuencias que traerá el proceso para el país.
Por primera vez, Santos se quitó la manta que le tapaba la mitad del rostro y encaró su decisión. Anunció además, que pronto iniciará un proceso con el Eln, la segunda taza para el que no quiere caldo. Ya se extrañaba en el ambiente que el Santos estratégico que se empeña en mostrar una agenda de gobierno reformista y liberal, se dejara asustar por el trinar del opositor Uribe y por el cálculo de las consecuencias electorales. El proceso de paz avanzaba ante el país a la deriva de las pocas noticias que le llegan a la opinión pública desde La Habana. Hoy importa más el apoyo simbólico que marcó la marcha, que las informaciones concretas de los avances de la negociación de la agenda.
Las Farc también son ganadoras de la marcha, es claro. Y eso no tiene ningún problema. La importancia de que la contraparte en la mesa confluyera en el mensaje de apoyo al proceso de paz, significa que es posible compartir escenarios con quien se pretende construir un acuerdo para la terminación del conflicto.
Es interesante que, en aras de cumplir el objetivo de salir del eterno atolladero de la guerra, los protagonistas desafíen la supuesta lógica política y sin sentirse amedrentados se expongan ante los ciudadanos y se alejen de los complejos de las descalificaciones. Santos, su gabinete –incluidos los militares y el Ministro de Defensa–, el Alcalde Petro, las Farc, el Congreso, los Partidos Políticos, el Fiscal, sectores de trabajadores, los comunistas, los campesinos, todos movidos por una razón o por otra, pero en general metidos a fondo, tomaron el riesgo de aparecer juntos en una foto que habrá que dejar en la historia.
Claro, hay que decir que esto sucedió en Bogotá, y quizá quienes escribimos desde aquí pensamos hoy que no hay nada más importante en el escenario nacional que ésta movilización. La realidad mediática pesa. En las regiones la percepción es a otro precio, pero en un país centralista, los mensajes que salen de la capital tienden a regionalizarse y ese debe ser el paso que sigue. El conflicto no está en el centro del poder, está en la provincia, en la Colombia del municipio, el corregimiento y la vereda. Y los ciudadanos que lo resienten con más crudeza, son los que más derecho tienen de levantar su voz.
Hay gobernadores y alcaldes alineados para apoyar los diálogos, así que las movilizaciones comenzarán a darse en varias ciudades del país, alimentando el ánimo nacional. El riesgo de que crezca a expectativa sobre el resultado del proceso existe, y es el mayor temor de lo que han llamado los “errores” del pasado. Es decir, que una masificación de un concepto intangible como “ La paz” se convierta en el talón de Aquiles de un gobierno que no sea capaz de concretarla. Los ejemplos están escritos en la historia, sin embargo, es cierto que hay algunas realidades que se imponen.
La marcha del 9 de abril se iba a dar, con o sin Santos. Fue una iniciativa que no promovieron ni el gobierno, ni la alcaldía, ni las instituciones. La marcha la organizó un grupo de sectores, dentro del cual pesa el movimiento Marcha Patriótica, que demostró con el impulso político que tomó la iniciativa, que tiene un lugar en el escenario.
Más allá de la estrategia oficial de contener los ríos de información sobre el proceso de paz, la movilización mostró que el horizonte de los diálogos le interesa a muchos más que a los que juegan en el terreno de las declaraciones públicas, de la política partidista y electoral.
Al proceso se le metió pueblo, y lo metieron los sectores afines a la izquierda y, por qué no decirlo, a las Farc. El gobierno se sumó para no quedar colgado, y logró que el mensaje se convierta en compromiso, y eso juega en beneficio de la paz.
Con reelección o sin ella, después de hoy, no hay forma de que el Estado eluda la responsabilidad de haber comenzado un proceso y las Farc de haberse sentado a la mesa. Deben actuar con audacia para conseguir que la “alineación” de los astros, de la que habla Santos, signifique un consenso nacional que defina el siguiente paso para el futuro de una Colombia sin guerra.
* Columna publicada simultaneamente en El País de Cali.