“No tengo ningún buen recuerdo de mi vida”, dice Walid, un joven palestino de 24 años que como cientos de jóvenes vive con el sonido de las bombas estallando cerca de su casa.
Son las 10 de la mañana. Walid llega a su casa de Khan Younis, en el sur de la Franja de Gaza. Ha sido una noche muy larga. Los constantes bombardeos israelíes no les dejan dormir. Junto a sus vecinos, ha pasado la noche pendiente del televisor. Entre los nombre de las víctimas, siempre escuchan el de algún conocido, un vecino, un amigo, incluso el de algún familiar. “Pasamos mucho miedo, hoy han atacado casas cerca del pueblo…”, cuenta a El Confidencial. Dice que ninguna de las ventanas de su casa conserva ya los cristales. “Cada vez que oímos el estruendo nos echamos a temblar”.
Este joven palestino de 24 años nunca ha salido de los 360 km2 que componen la Franja. “He perdido mi infancia y ahora estoy perdiendo mi juventud”, dice, mientras aguanta el llanto a duras penas, “no tengo ningún buen recuerdo de mi vida”. Walid comenzó a estudiar ingeniería en la Universidad de Gaza hace unos años, pero la falta de dinero le impidió matricularse en el último semestre. Ahora hace algunos trabajos como taxista, pero la reciente ofensiva militar de Israel ha detenido los viajes. Dice que ya nadie quiere hacer el trayecto hacia el norte por miedo a que caigan misiles en el camino. “Tengo miedo a perder mi futuro… en Gaza no tenemos futuro”, espeta.
‘No tengo ningún buen recuerdo de mi vida’. Habla Walid, un palestino de Khan Younis. Nunca ha salido de los 360 kilómetros cuadrados que componen Gaza. Desde el año 2004, Gaza se enfrenta a continuas operaciones militares dentro de su territorio. La población gazatí se ha acostumbrado a vivir en un estado de angustia. La última semana, la aviación israelí bombardeó más de 1.100 objetivos y al menos 170 palestinos han muerto. Además, miles de ellos han tenido que abandonar sus casas ante la amenaza de un ataque inminente. El estruendo de las bombas, la pérdida de familiares y el temor a nuevos ataques han causado graves efectos psicológicos en la población, sobre todo en los niños.
Manu Pineda visita con frecuencia la ciudad de Gaza para prestar su ayuda como escudo humano. Los últimos días, acompañado por otros activistas internacionales, ha acudido a proteger el hospital de Wafa, un geriátrico de rehabilitación. “El ejército israelí avisó a la dirección del centro de que iban a bombardearlo. Entonces nosotros acudimos a protegerlo. Avisamos a Israel de que había ciudadanos extranjeros dentro… Entre todos hacemos turnos, yo hoy iré a las 7 de la tarde”. Según cuenta Pineda, dentro hay 14 pacientes que no pueden ser trasladados a otros centros por la situación de emergencia que se vive esta semana. Pero el hospital ya ha recibido varios impactos en los últimos días. “Hay pacientes en los pasillos porque muchas de las habitaciones estás destrozadas”, cuenta Manu.
Un lugar “inhabitable”
Hace dos años, UNRWA (la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados Palestinos) concluyó que “Gaza será un lugar inhabitable en el año 2020”. La concentración de su población (la Franja es el lugar con mayor densidad de población en el mundo) y su carencia de recursos e infraestructuras llevan a la población hacia el abismo. Además, Gaza posee uno de los índices de natalidad más altos del mundo. Cerca del 51% de sus habitantes tiene menos de 18 años. Esto provocará que, en apenas seis años, la Franja pase de 1,8 a 2,13 millones de habitantes.
“Gaza no es sostenible”, explica David Andrés Vinas, asesor en incidencia política y programas de Oxfam en la Franja. El origen de la catástrofe de Gaza es el bloqueo impuesto por Israel en el año 2007, que impide el paso de material de construcción, bienes comerciales y el flujo libre de personas. “Gaza no puede generar sus propios recursos, por lo que está obligada a estar conectada al resto del mundo. Israel, mediante el bloqueo, desconecta a Gaza del mundo y genera una crisis humanitaria artificial”, explica David.
El agua parece ser la primera causa de la inviabilidad de la Franja. Toda su población depende de un único acuífero altamente contaminado. Según UNRWA, el 90% del agua no es apta para el consumo ni para su tratamiento. ¿Por qué? “Por su sobreexplotación, por la contaminación de los fertilizantes que usan los agricultores y por la carencia de un apropiado sistema de aguas residuales”, dice David. “Sólo tienes que darte una ducha en Gaza para entender la gravedad del problema. El agua es demasiado salada y aceitosa. Con el paso del tiempo, te pica la piel y te escuecen los ojos. Obviamente esta agua tampoco es potable”, explica. La UNRWA calcula que en el año 2020 el acuífero será completamente irrecuperable.
Los habitantes de Gaza organizan su día a día en torno a la electricidad. Reciben más de la mitad de su energía eléctrica de Israel, el resto procede de la planta generadora de la Franja y de Egipto, lo que no llega a abastecer toda la demanda de energía. Como consecuencia, la mayoría de los gazatíes se ven obligados a pasar entre 8 y 12 horas al día sin electricidad. “La vida gira en torno a la electricidad”, cuenta David. “Hay quien se marcha antes a casa para poder subir en ascensor, poder poner una lavadora o hacer uso de la luz para estudiar con los niños”, explica. “Una de las alternativas sería reparar la planta termoeléctrica que hay en Gaza que, a día de hoy, sólo funciona al 50% después de que Israel la bombardeara en el año 2006. Sólo funciona dos turbinas: si se reparara la planta de Gaza podría doblar la producción de electricidad. También si entrara el combustible adecuado pero, otra vez, depende de Israel”.