Finalmente –pero no del todo- estoy por una vez de acuerdo con el Juan Manuel Santos. Y es en el tema de las reservas campesinas, feudos de la subversión, guaridas de los reductos, de los sediciosos.
Parcialmente porque me parece muy bien que haya dicho que no va a permitir la creación a las malas y con protestas y bloqueos de nuevas de esas zonas de forajidos con azadón. Cuando lo que debería hacer –si tuviera los descomunales cojones de un AUV y un pensamiento fálico y testosteronado- es prohibirlas y que no existieran ni siquiera a las buenas. Le exijo al cachiporro Santos que derogue la ley o el decreto que hace 19 años nos metieron los rústicos y que permitió el establecimiento de cambuches de promiscuidad en lo que deberían ser grandes extensiones de caña, palma y minas de carbón.
Me gustó un poco el tono del presidente-usurpador cuando en secular berrinche y medio gritando, la emprendió contra los facinerosos del Catatumbo y demás bandidos, como el Jerez ese, que tiene nombre de peligroso licor, además de ser heredero del terrorista negroide Patricio Lumumba.
Le va a tocar a Santos –si quiere permanecer en el poder- acordarse de las clases que durante ocho años le dio y nos diera Álvaro Uribe en materia de dedo alzado, emputes doctrinarios, bramidos conceptuales y chillidos retóricos, para poner día a día en cintura a los enemigos de esta democracia, que es –como nosotros- unilateral, unipersonal y unipartidista.
Ya quisiera el pechichón del Santos, tener la fuerza viril de Uribe, ya quisiera permanecer –como lo hiciera el Supremo- en un estado de erección permanente, con las banderas enhiestas y siendo el falo y el norte de nuestro destino. En materia de emputes y santas paranoias, el aguadito y gelatinoso del Santos no le da ni a las alforjas al Magno Jinete del Ubérrimo.
Pero no puede. Se queda corto, o le queda corto. Santos debe tratar de desarrollar ese gusarapo que tiene entre las piernas hasta volverlo de verdad un bolardo peñalosiano y además, hacer crecer sus gónadas hasta que adquieran las proporciones históricas de las contundentes guanábanas de El Gran Colombiano, que además de considerables, las tiene bien puestas para gloria de la femenina patria.
Pero en vista que lo de Santos es apenas un amorcillamiento fugaz, una parola momentánea, yo solemnemente propongo que hagamos hasta lo imposible para que de una vez por todas lo derroque un macho de verdad, un primigenio semental como lo es nuestro inconmensurable ministro de la Defensa, el mariscal Juan Carlos Pinzón, heredero de las justas, de la zaga de nuestra Fuerzas Amadas, él, que si es capaz de pararle el macho al propio Santos y a toda la caterva de mamertoides que medran en su entorno, como el León Valencia ese, indio malicioso, peligroso caimán del Canal Capital, pecarí que otea desde las profundidades de su selva conceptual.
Una vez tumbado Santos y en el Poder el Mariscal Pinzón, el camino estará allanado (allanar, lindo verbo) para entrarle a bala a todas las reservas campesinas, la vía expedita para morteriar y bombardear los reductos de toda esa población civil que es brazo ennegrecido de humus de la subversión leninista.
La vaina es perfecta. Con el pretexto de tumbar a Santos para acabar con las zonas de reserva campesina, podremos, en cabeza de Pinzón, acabar a patadas el proceso de paz con los huele a muerto de La Habana (de ambos lados porque incluyo entre ellos al De la Calle que es más bien De la Trocha). Y podremos con el gobierno cimero de Pinzón, acabar con todo lo que se nos de la gana e inclusive, como por arte de birlibirloque, poner a su altísima pureza Alejandro 007 Ordóñez como vicepresidente, para de paso sacar al grasa del Angelino, a quien en cualquier momento – ¡y ojo! se le puede salir el mamerto que medra en sus entrañas.
Y claro, como no podía faltar en este baile pecaminoso y medio empeloto de las zonas de reserva campesina el peor de todos los conjurados contra le gente decente, saltó como ringlete de feria populachera, como verbena socialista, el gamín del Gustavo Petro, a joder, a provocarnos, a agudizarnos las hernias, úlceras y agrieras que nos produce su gobierno humano, en el cual ha osado beneficiar a la morralla de la pobrecía urbana. ¡Y ahora quiere meterse con el campo, dizque porque tiene allá en el Sumapaz a una manotada de agrestes enruanados!
Ni más faltaba que a las de por si anti neoliberales zonas de reserva de los patanes del monte, se les sumara una en las goteras de Bogotá. Lo que quiere Petro es que empresas benefactoras como Coca Cola o Pacific Rubiales no puedan extraer el agua y demás vainas a las cuales tiene legítimo derecho, por ser los dueños del orbe. Y también quiere –clientelista- que sus amigotes de la UP y de la Marcha Patriótica voten por él, cuando nuestro irrefrenable y chulavita (a mucho honor) referendo revocador lo expulse como pepa de guama del palacio Liévano.
Que los batallones de alta montaña del mariscal Pinzón tienen convertidos esos peladeros del páramo en un basural… Tenemos todo el derecho al avance del progreso, de la legitimidad. La Constitución lo dice. No hay territorio vedado para las fuerzas armadas, no hay sitio donde no podamos desarrollar los muladares. Y si tanto le molesta al Petro, pues que mande sus camiones de Basura Cero y recoja lo que dejan los héroes en su avance inexorable por entre y contra los frailejones, matas que, dicho sea de paso, se parecen demasiado a los inconvenientes chamanes y caciques incivilizados y anti católicos.
Le sugiero al oído al Mariscal Pinzón, futuro Primer Mandatario, que no olvide las ventajas del probado napalm, que nos diera tantas ventajas estratégicas en Vietnam, sobre la tostada piel de esos asiáticos, tan parecidos a los inconvenientes pardillos y sucios labriegos, despreciables paramunos, cuya única fortuna (y se las vamos a quitar) es la terrosa turma, la papa, horror de América. Mariscal: no lo dude, métale candela a todos esos monten a todas esas reservas campesinas y si es necesario llame a los gringos para que arrasen esas tierras y las dejen listas para que los empresarios honestos de la Altillanura asuman esos baldíos y los llenen de palma africana y auto-defensas.
En este país a nadie se le puede dar autonomía ni libertades en zona alguna. Mucho menos a los pata al suelo, que lo único que saben es sembrar yuca y hacer guarapo. ¡Cómo se les ocurre dejar que esa gentuza desarrolle y administre las tierras! ¡Métanle fuerza especiales a las seis reservas que existen! ¡Quemen el Incoder!
Si Petro quiere agua, que se la compre a Ardila Lulle. Que detrás de cada pelotón del ejército, entren al Sumapaz centenares de retro excavadoras para que revuelquen esa tierra malsana y le saquen algún dividendo para los privados. ¡Viva el sagrado latifundio, viva la Drummond! ¡Petro a consejo verbal de guerra!
Y que quede bien clarito: en materia de reservas, las únicas tolerables y más aun, reciclables, con las reservas de las Fuerzas Amadas. ¡Bala señores!