Por mirarnos el ombligo

Cuando era estudiante de un colegio de estirpe municipal en Soacha, aprendía bajo la tutela de mi profesora de Geografía que Colombia era un país de regiones y cada una con sus propias características conformaban “la grandeza de nuestra riqueza nacional”. Sin embargo, a medida que iba levantando mi mirada y abría mi conciencia política me embargaba un espíritu de decepción porque mi profesora querida me había mantenido engañado, Colombia no era un país de regiones, Colombia era un país centralista.

Me di cuenta que las regiones no existían sino para ilustrar un mapa, hacer “milimetría política electoral” y rajar a estudiantes desaplicados que como yo, olvidaban la lección para el examen.

Aun cuando ya no se habla de aquellos “territorios nacionales” que sugerían esos rincones del país donde el viento se devuelve, al día de hoy pareciera que se mantuviera el concepto de aquel término déspota, tan déspota como sigue siendo la mirada centralista que ha imperado desde tiempos coloniales.

Es que el país de regiones va mas allá de ver al presidente de turno bañarse con totuma en el río Guatapurí o hacerse poner aseguranzas en la Sierra Nevada de Santa Marta. Fortalecer las regiones significa que no vuelvan a suceder tragedias como las de La Guajira, Yopal o Santa Marta, donde escasea el agua mientras en cómodos despachos se discute la pertinencia de las inversiones que debieron hacerse con antelación.

La visión miope con la que se ha manejado el rol de los departamentos y municipios en el marco de la descentralización ha permitido que bajo su sombra se cometan abusos, sin que ello disculpe al poder central cuando inclusive se hace el de la vista gorda en estos asuntos o, sencillamente, ni se da por enterado porque está ocupado planificando con zapato de charol lo que requiere hacerse con las botas puestas.

La verdadera descentralización se debe ver reflejada en el accionar del poder central al interior de las regiones, no con imposición sino con articulación plena entre los diferentes planes de desarrollo que, aunque dispares en tiempo, deben encontrarse en las líneas gruesas de sus políticas públicas. La reivindicación de las regiones pasa por reconocer su identidad para que el accionar del gobierno central no sea a su estilo sino con la impronta autónoma de cada región del país.

Acercar el gobierno a las regiones no es hacer consejos comunitarios o cualquier metamorfosis del otrora sainete popular, sencillamente es estar ahí cuando se necesita y dejar actuar con sutil vigilancia. Esta es una directa invitación para el segundo tiempo del gobierno Santos, para que se involucre más en las regiones, pues en gran parte serán claves en la difícil tarea del posconflicto, pero para eso, debemos dejar de vernos el ombligo para descubrir las potencialidades que ofrece nuestro alrededor.

Un buen comienzo sería fijar la atención aquí no mas en Soacha, donde aprendí el mapa de las regiones, el mismo pueblo en donde se condensan todas ellas en una sola ciudad, la misma que está por estallar por su crisis social.

P.D. : Recordemos que hay departamentos sin representación en el Senado y que de nada sirve armar un gabinete “regional” si los ministros no se conectan con las regiones.

Augusto Reyes Abogado @augustoreyes

Manager Político PODER & PODER