Vivimos unas semanas convulsas. Todas las esperanzas parecen desmoronarse en estos días una vez que hemos descubierto lo que era un secreto a voces, a nosotros como país también nos afecta la crisis. La crisis con mayúscula, la crisis económica, la política, la de la corrupción, la moral, la de descubrir que hemos avanzado poco en lograr que este país salga adelante como todos queremos.
Para nosotros ha sido más fácil mirar a otro lado, echarle la culpa a otro, buscar culpables en entornos alejados de los nuestros. Siempre ha sido así, por años no hemos querido ver las cosas que estaban pasando. No hemos querido ver los monopolios empresariales, ni tampoco el enriquecimiento de los mismos, ni la falta de brillantez de nuestros políticos o dirigentes, ni hemos querido ver las mafias policiales, ni tampoco los abusos de los uniformados. No hemos visto o no hemos querido ver la manipulación de los medios, la concentración en pocas manos de tanto poder.
Hemos preferido ver a Colombia desde la barrera, descubrir que la guerra es cosa de otros y que no nos afecta. Que los problemas están en otras zonas, que la falta de Estado en grandes áreas del país “no es de mi incumbencia”, y tantas cosas que pasan en el día a día y que se miran con el escepticismo de quienes piensan que manejan los hilos de política, la economía y la moral.
Ahora después de unos años de bonanza económica, con un crecimiento del PIB del 3.1%, no hemos sabido cambiar el sistema productivo colombiano. Hemos creado empresa y empleos para más de tres millones de personas, pero seguimos siendo poco competitivos para poder exportar nuestro talento y capacidad creativa.
Hemos gozado de una seguridad cercana a los países que envidiamos, pero seguimos desconfiando de los que nos cuidan en las calles o de los que velan por nuestra seguridad jurídica. Hemos hecho grandes avances en la creación de riqueza que por primera vez ha sido más justa y equitativa. La política económica del país sin ser la más incluyente ha permitido unas cotas de reducción de la pobreza de más de dos dígitos en estos últimos años.
Se ha avanzado como nunca antes en la posibilidad de una paz con el grupo armado más importante del país. Años han pasado desde que comenzaron las negociaciones, muchos pelos se han dejado en la gatera por ambas partes, pero avanzamos hacia un acuerdo que permitirá a los armados reintegrarse en la sociedad después de más de cincuenta años de lucha, a nuestras Fuerzas Militares adaptar sus capacidades para las nuevas misiones en el post acuerdo, y en general a la sociedad civil cansada de tanta guerra, vivir en paz y pensar en una Colombia mas próspera y moderna.
Pero en medio de todo ello, hemos encontrado al chivo expiatorio de donde emanan los problemas del país.
Si se vende Isagen, empresa a la que a nadie le ha importado un comino durante años, Santos es el culpable; Si se gastan mas de ocho mil millones de dólares en una refinería mal planificada y construida erróneamente desde el principio por una de las ingenierías más importantes del mundo, también Santos tiene que ver con el desastre. Si la economía decrece y entra en recesión por culpa del estancamiento económico de los países asiáticos, Santos tiene la culpa; Si el dólar, como consecuencia de la recuperación de los mercados busca refugio en Estados Unidos y por eso se deprecia el peso, Santos es el culpable ¡sin duda¡.
Si el cambio en la política energética de los países productores de petróleo hace temblar el ya difícil equilibrio entre ellos y como consecuencia de los ajustes de castigo hacen bajar el precio del petróleo a US35 el barril, también es la culpa del Presidente Santos. Como también es culpable del fenómeno del niño por no poder tener un botón que active la lluvia cuando se necesita; o de las desgraciadas muertes de niños indefensos en la Guajira, que pasa por décadas y que nadie ha sabido o a querido ponerle remedio.
Y otros tantos asuntos que asolan la vida cotidiana de los colombianos que ahora han decidido pensar lo que no es cierto, que están en una “crisis” como nunca antes, pero prefieren mirarse al ombligo en vez de buscar soluciones en conjunto y lo que es más fácil, echarle la culpa al gobierno y a su jefe, quien con toda seguridad trabaja para resolver estos y otros muchos problemas, aunque no siempre acertado y no siempre bien aconsejado, de seguro siempre bien intencionado.
Así que señores catastrofistas para su conocimiento a Manolete no le mato Santos, fue un toro llamado Islero.