Vientos fríos, llovizna frecuente y pertinaz que varias veces al día moja el suelo Bogotano, y sin embargo, larga fila de personas que soportan la interperie…¿Qué pasa? ¡Llegó Starbucks!
Este suceso de apariencia anodina, me lleva a preguntarme qué lo causa. Varias opciones aparecen como posibles respuestas.
¿Curiosidad? ¿Expertos interesados en catar y conocer la calidad del nuevo café y compararlo con el que se prepara y vende en Colombia? ¿Es este un público que celebra la novedad y busca ver y ser visto?
Corriendo el riesgo de acertar, me inclino por esta última conjetura y la veo como una muestra más del arribismo colombiano, ese mismo que practican a diario muchos de los que asisten a cocteles, se hacen invitar a matrimonios, a posesión de presidente o de ministros, o… Aquellos que piden al fotógrafo una toma en el festín, y más, si promete salir en un periódico o revista de circulación nacional, o cuando menos, en el diario local.
Arribismo colombiano que sitúa en posición de debilidad a quienes lo practican; que tolera atropellos, estafas, y suplantación de personajes como hemos visto en tristes y ridículas historias aparecidas en la prensa nacional. Lánguidas muestras de una fracción decadente de la sociedad, que compra o alquila trajes de postín, se pega a cualquier viaje, invierte lo que tiene y presta lo que no, para sentirse a tono o “play,” como se dice ahora.
Reafirmo la escogencia de la última de las posibilidades, cuando pregunto que pasaría si un excelso café colombiano con un magnífico servicio prestado por una empresa que se inaugura en Bogotá, pero proviene de El Banco (Magdalena), o de Salamina (Caldas), o de La Estrella (Antioquia), o de Guaduas (Cundinamarca)? despertaría este mismo fervor que presenciamos todos los días?
Muchos de aquellos que persiguen entrar a Starbucks o que ya consiguieron la mesa, la silla y el café por el que pagan un precio superior al de los buenos cafés colombianos, forman además una clase educada, más o menos pudiente, con modales, palabras y poses impostadas o importadas que para el caso es lo mismo. Grupo humano que rinde culto a lo foráneo (personas, animales o cosas), por el simple hecho de serlo, sin análisis ni comparaciones. Habitantes de los lugares comunes, con débil identidad que se resume como el fino tejido de una colcha de retazos