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¿Qué hay detrás del salvajismo del Estado Islámico?


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Peor que la leyenda del ‘hombre del saco’, la milicia radical del Estado Islámico (EI) se ha convertido en poco tiempo en la organización más temida del mundo. ¿hasta qué punto son ciertas todas las atrocidades que se le atribuyen al grupo extremista?

Como las huestes de Gengis Kan, la estrategia del grupo fundamentalista (disidente de Al Qaeda) es precisamente aterrorizar a la población y proyectar su sobra de terror en todo el mundo. La milicia inspira historias de miedo con decapitaciones, crucifixiones, venta de cristianas en los mercados para servir como esclavas sexuales o la mutilación sexual de miles de mujeres. Pero ¿hasta qué punto son ciertas todas estas atrocidades? Aunque los rumores crecen, ninguna de las informaciones sobre estas prácticas salvajes han podido ser confirmadas por fuentes independientes.

La mayor victoria del Estado Islámico ha sido, precisamente, saber vender ‘el mal’ a través de las redes sociales y los medios de comunicación. Todos los días se leen titulares sobre su crueldad y salvajismo. “Los yihadistas dejan sin agua, luz y gasolina a los infieles”; “El EI da un ultimátum a los cristianos para que abandonen las ciudades o les aniquilará”; “El EI vende a mujeres iraquíes en los mercados”; “El EI decapita niños en Irak”… Son informaciones impactantes, pero aún lo son más las fotografías y vídeos distribuidos a través de páginas web yihadistas, o en sus cuentas de Twitter.

Allí pueden verse desde ejecuciones sumarias a decapitaciones, pasando por cadáveres colgados en cruces de caminos. Por no hablar de esos vídeos donde aparecen chavales con aspecto pendenciero disparando por doquier con su kalashnikov, encima de una camioneta, ataviados con turbantes negros, uniformes militares de distintos colores y luengas barbas negras. El mensaje es evidente: “Cuidado, no te enfrentes a nosotros porque tienes todas las de perder”.

Por ejemplo, dieron la vuelta al mundo las macabras fotografías de cientos de soldados iraquíes, masacrados y apilados como escombros dentro de camiones. El EI aseguró haber matado a más de 1.700 miembros de las Fuerzas de Seguridad, aunque en las imágenes podían verse unos pocos cientos a lo sumo. Dos meses después, no se han confirmado las identidades de los cadáveres. En teoría, los militares se encontraban de servicio en los cuarteles de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak que, junto con Tikrit (ciudad natal de Sadam Husein), cayó en manos de los yihadistas en junio. Para las familias y los mandos militares siguen desaparecidos. Podrían haber sido ejecutados, podrían ser prisioneros de guerra o podrían haber muerto en el campo de batalla y estar enterrados en fosas comunes. Lo único que está claro es que al EI le interesa que se piense que fueron salvajemente ejecutados.

Aun en la era de las telecomunicaciones, en situaciones como la que viven hoy regiones enteras de Irak y Siria es difícil saber lo que está ocurriendo realmente. Tanto Mosul como Tikrit se han blindado al mundo y la única información que llega es a través de las redes yihadistas o de los desplazados aterrados que han huido por temor a las represalias de los islamistas. El Confidencial ha hablado con una de estas familias, la de Hasan Naawed Umran, reservista de 21 años destinado el 26 de mayo a la base de Spiker en Tikrit. Sus padres no saben nada de Umran desde la caída de Mosul el 12 de junio.

“Tengo mucho miedo, mi hijo está desaparecido. Dios no lo quiera pero podría haber sido ejecutado como otros cientos de soldados por los extremistas suníes del EI”, exclama con angustia Ahlam Garib, la madre del soldado desaparecido. “La incertidumbre por un hijo es más angustiosa que enfrentar su pérdida”, señala afligida. Un cuñado de Umran cree que podría haber sido ejecutado junto a otros tres soldados chiíes que se encontraban en el centro de comunicaciones del cuartel de Spiker cuando fueron sorprendidos por combatientes del Estado Islámico. Pero a día de hoy nadie ha podido confirmar ni el paradero ni el destino del soldado.

La brutalidad de los grupos radicales suníes contra la comunidad chií no es nueva en Irak. Desde hace una década, los seguidores del difunto Abu Musab al-Zarqawi, primer líder de Al Qaeda en Irak (AQI), han estado provocando a la población chií. Ahora el EI intenta emular la estrategia que AQI utilizó entre 2006 y 2007, y que comenzó con el bombardeo la mezquita de al-Askari de Samarra, un santuario sagrado para los chiís. En represalia, sus milicias lanzaron ataques de contra la población suní, lo que llevó a una guerra civil que cambió radicalmente la composición de la población de Bagdad a través de escuadrones de la muerte anti-suníes.

Ahora el EI busca encender de nuevo la chispa de la violencia sectaria, que las milicias chiíes –apoyadas por Irán– vuelvan a rearmarse, e incendiar Irak, para así erigirse como los protectores de la población suní, y consolidar su control sobre los centros de población suní. Esta es la segunda clave que explica su estrategia del terror.

El Estado Islámico aboga por una interpretación fundamentalista del islam y todo aquel que no acepta sus principios extremos es considerado un “Takfir” (infiel) al que es necesario combatir. Según su interpretación del islam, los chiíes son infieles porque difieren en creencias y ritos. De alguna manera, la puesta en escena del EI es una copia del temido grupo radical nigeriano Boko Haram. Así es como opera este grupo sanguinario: sembrando el terror y capturando los lugares más estratégicos en el norte de Irak y de Siria para financiar el califato islámico (anunciado en junio por el autoproclamado califaAbu Baker el Baghdadi) y fortalecer su control sobre el territorio ya capturado.

El último gran botín de guerra ha sido la presa de Mosul, la más grande de Irak. La toma se llevó a cabo después de que unos 500 combatientes de las milicias kurdas peshmerga abandonaran la vigilancia de la presa. “Estos extremistas no son simples locos. Tienen sus métodos. Se han hecho con mucho dinero en efectivo y con los recursos naturales más importantes: el petróleo y el agua. Sin duda van a utilizarlo como una forma de continuar creciendo y fortaleciéndose”, explica Basam Lahud, analista político de la Universidad Americana.

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