“Quienes hemos contado lo que sucedió no estamos en deuda”

Una de las mejores maneras de acercarse a los hechos ocurridos entre el 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando un comando del grupo guerrillero M-19 se tomó el Palacio de Justicia en Bogotá, es leer algunos libros escritos por periodistas que indagaron buscando la verdad de esos hechos. Olga Behar escribió Noches de Humo, uno de los mejores relatos sobre lo que sucedió en Bogotá en esos dos días.

Entre estos libros se destaca Noches de Humo de la periodista colombiana Olga Behar. En este, la escritora reconstruye lo antecedentes de la operación armada, el combate y la salida de una guerrillera que sobrevivió al holocausto. Una narración que se acerca a los protagonistas de una manera casi cinematográfica y que permite sentir los momentos de angustia, horror y desazón que se produjeron durante esos dos monstruosos días.

A propósito de la conmemoración de los 30 años de estos hechos, Confidencial Colombia habló con la autora acerca del proceso de creación del libro y de lo que significa el periodismo en la construcción de memoria de un país que ha estado en guerra por más de medio siglo.

Confidencial Colombia: ¿Qué tan difícil fue, en su momento, acceder a fuentes sobre los hechos del Palacio de Justicia?.

Olga Behar: Tuve la fortuna de estar en el exterior cuando comencé la investigación para la realización del libro. hasta cierto punto no tuve mayor dificultad en cuanto a poder acceder a fuentes que con mucho cariño y respeto me contaron sus versiones. Por ejemplo, Yesid Reyes Echandía, el actual ministro de justicia e hijo del entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, viajó hasta México para darme la entrevista y me llevó unos documentos. Él verdaderamente quería que la figura de su padre fuera reconocida como la de un demócrata o un mártir de la democracia y eso fue lo que yo le ofrecí.

Otra persona que me ayudó mucho fue Eduardo Umaña Mendoza. Viajó dos veces a Panamá, tuvimos allí encuentros como de 4 o 5 días cada uno. Yo le iba solicitando documentos y él, como abogado de las víctimas que tenía acceso al expediente, me facilitaba la documentación. También tuve la suerte de que Carlos Jiménez Gómez, a quien conocía, (si bien no éramos amigos sí era una fuente muy cercana a mí); y que era el procurador general de la Nación me pudo ayudar a tener acceso a la investigación abierta por la Procuraduría sobre esos hechos. Una investigación pertinente porque el papel de ese ente fue el de investigar a los agentes del Estado en su responsabilidad sobre esos hechos.

Finalmente, Alfonso Gómez Méndez, quien después llegó a ser procurador general y fiscal general de la Nación, también fue de gran ayuda. En ese momento él era representante a la Cámara e hizo, junto a Alfonso López Caballero, un debate muy fuerte y bien documentado que permitió que se abriera camino una nueva versión sobre lo sucedido.

Gracias a esas diversas fuentes pude tener acceso tanto al expediente como a la documentación, en ese sentido corrí con una enorme suerte. Si yo hubiera estado en Colombia, las cosas hubieran sido muy diferentes porque la censura y la persecución eran muy fuertes. Mi exilio en México facilitó las cosas.

C.C.: ¿Cómo fue el proceso de construcción de ese relato de Noches de Humo?

O.B.: El proceso de construcción fue muy interesante porque desde el comienzo decidí tener cuatro personajes y que cada uno de ellos representara simbólicamente a uno de los sectores intervinientes en este proceso.

En primer lugar, la guerrillera. Yo sabía que había salido con vida y que era un secreto muy bien guardado. Ella estaba en unas condiciones sicológicas muy difíciles, la sacaron del país y solo pude la pude contactar un año después, a pesar de que la conocí la semana siguiente a la toma, cuando estaba tratando de establecer qué había pasado adentro precisamente.

Mi otro personaje es Alfonso Reyes Echandía que es el representante de las altas cortes, representa la justicia. Gracias a Yesid pude tener acceso a todo el personaje y a la documentación.

En tercer lugar está como representante de la sociedad civil el abogado Eduardo Umaña. Con él también pude trabajar bien.

El cuarto personaje lo obtuve a partir de los expedientes. Yo creía que debía tener el sentir de alguien que había participado a nombre de las fuerzas militares y lo encontré precisamente en los expedientes como punto de partida. Pude construir esta figura muy curiosa de un ex integrante de la Armada Nacional, que había sido expulsado de ella por no haber llegado al sitio de concentración en la fecha que se le había ordenado y que contribuye, como tantos otros, a ese despelote y a esa pesca en rio revuelto que hicieron los militares allí.

Desde el comienzo yo quería que se vivieran esas cuatro historias paralelas y que en un momento dado, en el libro, se juntaran esas vidas, aunque ellos nunca llegaron a conocerse en los hechos del Palacio. Eduardo Umaña era el personaje ancla porque al único que no conoció fue a “Rambo Criollo”, el que simboliza a los militares. A los otros en algún momento previo a la toma los había conocido. Los cuatro nunca se encuentran y sin embargo son cuatro líneas paralelas que se cruzan dramáticamente, desde el punto de vista de la trama, en el capítulo 7, y a partir de ahí irán hasta el desenlace.

C.C.: ¿Qué tan costoso o tortuoso fue para usted el proceso de construcción del libro y cuál es la gratificación más grande haber entregado ese libro a Colombia?

O.B.: Fue muy duro para mí escribir este libro porque cada nuevo hallazgo, en el proceso de investigación, era un nuevo dolor. Convivir durante un mes completo con Clara Helena Enciso, la guerrillera Claudia, en un lugar de donde no podíamos salir, fue muy duro. Ella estaba todavía muy afectada por lo que había vivido y creo que eso mina mucho desde el punto de vista personal. Eso en lo que toca al proceso de investigación.

En el proceso de redacción yo como que adquiero una dinámica de trabajo que me hace no poder parar y tener que continuar narrando. Eso es algo que me llena mucho.

El sabor que me deja el libro casi treinta años después es que contribuí a que se entendiera que la verdad oficial era una gran mentira y que había que empezar a escarbar para encontrar esa suma de verdades que son las que hoy marcan el contenido de la información que se sigue investigando.

C.C.: ¿Por qué su libro o el de Ana Carrigan son referentes de mucho más peso que trabajos académicos que no se conocen tan ampliamente?

O.B.: Porque nosotros estamos dotados de una gran cantidad de herramientas del ejercicio periodístico que nos permiten llegar al meollo del asunto y profundizar en la información. Yo pienso que los académicos están más cuadriculados y lo sé porque trabajo en la academia.

Están cuadriculados por una cantidad de normas APA, de normas puestas por Colciencias; de requisitos, que si usted no tiene 27 citas diferentes de no se cuántos autores y si usted no sigue la norma ABC en una cuadricula de tantos milímetros, ese artículo no será publicado. Están tan pendientes de las formas que les cuesta llegar al fondo.

Yo tengo una actitud muy crítica frente a los artículos académicos. Creo que son una gran trampa frente a quienes verdaderamente hacemos investigación. Yo hago investigación periodística pero también hago investigación académica y creo que esa es una espada de Damocles que hace que no se pueda procesar apropiadamente la información.

Eso es lo que ha marcado verdaderamente la fortaleza de nuestras obras porque hemos llegado a verdades muy profundas y desgarradoras mediante la utilización de otro tipo de herramientas. No nos ponemos a pensar en protocolos de publicación de revistas científicas o de los grandes centros académicos del mundo. Simplemente dejamos fluir la información y profundizamos sobre ella. Creo que por eso nuestros libros trascienden.

Hace cuatro años en una conferencia que di en una universidad, se paró un doctor en historia y me dijo que cuando él leía mis libros a veces sentía vergüenza del trabajo académico que hacían ellos, que se perdía entre tantos formatos y protocolos. Ademçs, que el no entendía porque personas como yo no éramos consideradas historiadores en este país y que personalmente, él como historiador, creía que yo era una historiadora empírica o proveniente de otras disciplinas que estaba ayudando a

C.C.: Hoy en día el periodismo, teniendo ese tipo de precedente, ¿sí está construyendo esos relatos contextualizados, con vasos comunicantes con el pasado?

O.B.: Yo creo que tenemos que identificar el periodismo superficial o frívolo que se hace en muchos medios de comunicación y sobre todo en los medios televisivos de los canales privados. Tendemos a pensar que lo que hacen RCN o Caracol es el periodismo colombiano y yo en eso difiero mucho.

Precisamente, cuando hice el libro las Guerras de la Paz yo trabajaba en un noticiero y sentía que en esa información diaria no iba a ser capaz de construir verdades; que las verdades quedaban reducidas a los cuarenta segundos o al minuto veinte que el editor o el coordinador del noticiero le asigna a uno para presentar su informe. Por eso fue que empecé a trabajar en ese libro y duré dos años y medio desde el momento en que lo comencé hasta el momento es que salió publicado.

Hoy en día yo no trabajo en medios de comunicación grandes de la vida cotidiana, o masivos. Trabajo desde la universidad en un periódico que es bimestral e impreso y en un medio digital que se llama utópicos.com.co. Ahí publicamos cosas muy interesantes. Hicimos hace poco una serie de seis informes de la toma y retoma del Palacio de Justicia que ha sido replicada por medios en New York, en México y en otras partes del mundo.

Yo creo que muchos de los que estamos en proyectos independientes, bien sea desde medios de ese corte o periodistas con esa vocación, hacemos un ejercicio muy interesante de reconstrucción de memoria histórica y eso es muy importante. En Colombia, según las últimas cifras que leía ayer u hoy, hay 130 mil desaparecidos y 300 mil víctimas directas de la guerra, al igual que 6 millones de desplazados. Eso implica que estamos hablando de tantas historias y de tanto por averiguar y de tanto por reconstruir que no podemos pensar en que esa va a ser la labor de los medios de comunicación. Creo que sí hay periodistas que estamos trabajando en ese tipo de procesos, no solo en el tema que ahora nos concita que son los acuerdos de La Habana, sino en ejercicios de memoria sobre diversos episodios y situaciones del país. No es algo que se esté haciendo masivamente. Si esa es la expectativa y yo diría que no nos ilusionemos con algo que no va a pasar, pero sí hay una buena cantidad de periodistas en las regiones y en Bogotá que están comenzando a desarrollar o que ya han desarrollado estos procesos.

C.C.: ¿Qué cree que se le quedó por fuera al hacer Noches de Humo, qué falta por decir, que deuda todavía existe con el país en cuanto a la verdad o verdades sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia?

O.B.: En relación con ese libro pasó una cosa muy interesante. En el año 2010 se cumplían 22 o 23 años de su publicación. La Universidad Santiago de Cali me pidió los derechos para reeditar la obra; me preguntaron si quería hacer algún tipo de revisión y yo dije que sí.

El libro en el contenido no tuvo una sola modificación. El libro es redondo, exacto, preciso para lo que se perseguía informativa y narrativamente. Le agregué una introducción que se llama “Los últimos días”. En ella relato qué pasó con los protagonistas, hablo de que Claudia murió en 2001 de cáncer; qué pasó con Álvaro Fayad; qué pasó con cada uno de ellos.

Además, busqué un informe militar que escribió la guerrillera Claudia y que estaba quién sabe en qué caja de los archivos del m-19 que reposan en una bodega. Lo pude encontrar, fue escrito en agosto de 1986 y al final de cuatro o cinco capítulos, en unos pies de pagina muy pequeños agregué extractos de ese parte. La Santiago de Cali hizo un segundo tiraje en 2011 y todavía se consigue en los “agáchese” y en los sitios de usados, aunque mucha gente no quiso desprenderse de él y aún lo siguen teniendo en sus bibliotecas.

Yo no estoy en deuda. Los militares sí están en deuda, ellos tendrían que contar qué pasó. Belisario Betancourt está en deuda; quienes hemos contado lo que sucedió no estamos en deuda y debemos sentirnos satisfechos por la labor cumplida.