Susan Firoz canta más allá del miedo: a sus 23 años, es la primera mujer rapera de Afganistán y, pese a las amenazas, en sus letras busca reflejar los dramas humanos que vive un país golpeado por la guerra y el fundamentalismo religioso.
“He recibido más de diez amenazas telefónicas de desconocidos diciéndome que o dejo de cantar y actuar, o me secuestrarán y arrojarán ácido”, cuenta Firoz en Kabul.
“Vivimos en un país lleno de inseguridad, guerra, talibanes, falta de derechos de las mujeres, matrimonios forzosos o de menores, asesinatos por honor… Hay tantos problemas que no sé por dónde empezar”, continúa.
Esta cantante de rap recuerda bien los años que pasó como refugiada junto a su familia, primero en Irán y después en Pakistán, y ese, el tema de los desplazados, es precisamente el tema central de su primer éxito, “Hamsaya Ha” (“Nuestros vecinos”, en dari).
“Qué ocurrió en Irán y Pakistán, la mitad de nosotros terminamos adictos a la droga y la otra mitad se hizo terrorista”, rapea Firoz, que dice haber querido lanzar el mensaje de que los afganos no deberían sufrir de nuevo un conflicto armado.
Susan tenía solo un año cuando huyó con su familia a Irán, donde pasaron ocho años hasta que, cansados de sufrir un trato “duro” por parte de la Policía y el Gobierno, decidieron ir a los campos de refugiados afganos existentes en Pakistán.
“Estuvimos fuera de nuestro país quince años, debido a la guerra civil y más tarde al gobierno de los extremistas talibanes”, afirma Susan, que también ha actuado en obras y películas locales.
Aunque se cubre el pelo con un pañuelo, Firoz se viste con camiseta y vaqueros, a diferencia de muchas afganas que continúan recurriendo al “burqa” y otras prendas más conservadoras, pese a los años transcurridos desde la caída del régimen talibán.
Durante su gobierno (1996-2001), los talibanes prohibieron la música occidental y favorecieron los himnos religiosos, además de reducir el papel de la mujer en la sociedad a las tareas domésticas, hasta el punto de prohibir la educación femenina.
Todavía hoy hay quien se resiste a la idea de que existan mujeres sobre los escenarios, pero ello no ha impedido que hayan conseguido asentarse o retornar algunas cantantes, como Naghma, Wahija Rastagar, Parastu, la tayica Manizha o Mahwash.
A diferencia de las demás, Firoz ha optado por el rap: grabó su canción sobre los refugiados el pasado mes de marzo y, comenzó a distribuirla en octubre entre los canales de televisión kabulíes, que suelen retransmitir videoclips.
“Yo solía escuchar y ver las canciones de rap de los raperos negros en la televisión, así que pensé que para Afganistán era una necesidad urgente tener una cantante rapera”, comentó.
La joven rapera volvió a Afganistán en el año 2005 para estudiar en “una escuela apropiada”, porque en Irán o Pakistán los refugiados necesitan tener documentos de identidad si quieren recibir enseñanza, y estos resultan muy complicados de obtener.
“Allí solíamos estudiar en colegios sin apenas profesores o con métodos muy malos. Lo peor es que nuestros compañeros solían insultarnos”, afirmó la cantante.
En Afganistán, muchas familias consideran todavía que las chicas no deben recibir una educación, y la presión de los insurgentes está presente en algunas zonas rurales, donde no es raro que prendan fuego a las escuelas femeninas o arrojen veneno en el agua.
El padre de Susan, Ghafar Firoz, está sin embargo contento con el camino que ha decidido emprender su hija.
“En el pasado yo soñaba con que algún día mi hijo o hija llegara ser cantante de pop. Pero el rap está de moda y mi hija cuenta con mi apoyo”, explicó junto a Susan.
“Como padre, estoy orgulloso de que mi hija sea cantante de rap, como afganos, debemos estar contentos de que cada mujer tenga derecho a expresar su talento de muchas maneras”, añadió.
Susan prepara ya su segunda canción, “Afganistán debe mantenerse unido”, y dice no tener miedo a nuevas amenazas: “No pararé -concluyó con una sonrisa-, continuaré haciendo lo que hago, porque me gusta y lo disfruto”.