En el Norte del Cauca se viven tiempos de agitación social por cuenta de la ocupación de tierras adelantada por los indígenas Nasa. La liberación de la madre tierra, como la han definido, ha servido para que estas comunidades hagan un llamado para que el problema del reparto y tenencia de la tierra responda a las realidades de esta región y no a la de unas negociaciones, entre el Gobierno Nacional y las Farc, en las que no se sienten representados.
Desde diciembre de 2014 las comunidades Nasa, principalmente las representadas por el Cabildo de Corinto, han adelantado una ocupación de tierras pertenecientes al ingenio Incauca, acción a la que han llamado “Liberación de la Madre Tierra”.
Consiste en el asentamiento en predios cercanos a los cascos urbanos de Corinto y de Caloto, la gran mayoría sembrados con caña de azúcar destinada para endulzantes y para biocombustibles. La pretensión de estas acciones es que quienes detentan los títulos decidan vendérselos al Gobierno Nacional para que éste los asigne a las diferentes comunidades indígenas.
A primeras luces, y sin contar con las voces de las autoridades indígenas que sustentan las ocupaciones, podría parecer un caso de invasión de predios. Sin embargo, para el Mayor (autoridad indígena) Luis Alberto Jiscué, lo que pasa es que los indígenas “venimos reclamando lo que era nuestro hace un siglo. Tenemos ancianos de más de cien años que cuentan que vivían en estas tierras para la época de la Guerra de los Mil Días. Acá llegaron los blancos y expulsaron a nuestros ancestros y se quedaron con la tierra”.
Dichas ocupaciones han generado que los enfrentamientos con la fuerza pública fueran el pan de cada día a mediados de febrero. Hoy, a punto de comenzar el mes de mayo, las cosas son distintas. Los acuerdos entre el Esmad de la Policía y las autoridades indígenas han llevado a que la situación de violencia, que ya tiene en su haber cerca de 205 indígenas heridos y 3 muertos, se frene; el gesto más significativo fue el retiro de los policiales de la hacienda La Emperatriz, para que pudiera llevarse a cabo la audiencia pública del pasado jueves 23 de abril. Hoy en día, si los indígenas no atacan o provocan a los efectivos de la Policía y sólo se dedican a trabajar la tierra como acordaron, no se generan disturbios. “Los policías ya están cansados de correr en esas armaduras entre los cañaduzales, además le cuestan a los ingenios, a los que les cuidan las casas de las haciendas, 14 millones de pesos al día. El gobierno no tiene Esmad para todo el país y por eso de acá se van a ir”, cuenta uno de los comuneros asentados en el área rural de Caloto.
La respuesta de los empresarios del azúcar no ha sido monolítica. La consejera mayor Luis Marina Dicué señala que estos están divididos en tres grupos “están los que quieren que el gobierno les compre las tierras y las asigne a los cabildos (si es que no las compramos, como lo hemos manifestado); están los que no quieren negociar nada con nadie, y están los que empezaron a pensar en armarse para responderle a los indígenas”.
Mientras el gobierno nacional sigue enviando funcionarios de nivel medio para intentar negociar con los Nasa, éstos siguen exigiendo como contraparte en la negociación, la presencia de miembros de primer nivel y poder de decisión dentro del aparato burocrático estatal.
Montarse en una mototaxi y llegar a los predios que han sido la manzana de la discordia, en el área de Corinto, es hacer un viaje de cinco minutos desde el casco urbano. La guardia indígena dispone de varias postas y cordones de seguridad para cuidar a los grupos de indígenas que trabajan la tierra mientras habitan en cambuches regados y escondidos entre lo que antes era un campo de caña y hoy está verde de maíz y fríjol.
La moral de los indígenas está alta, relevan los turnos de trabajo y cuidado de la tierra cada quince días, tienen agua fresca y no les falta la comida. El piedemonte de la cordillera Central está tachonado de pequeñas columnas de humo que delatan las cocinas de cada cambuche.
Ancianos, adultos, mujeres y niños se mezclan en esta liberación que, además de todo lo ya dicho, los dignifica ante los ojos de su comunidad. El fríjol ha crecido lo suficiente para arrojar su primera cosecha, la cual es consumida en los mismos campamentos. “Si logramos recuperar estas tierras habremos logrado mucho no solo para los Nasa. Nosotros necesitamos tierra para lograr alimentar a una población indígena que sigue creciendo. Esta tierra es la tierra buena, la que sirve para cultivar. Además, si logramos sembrar y cosechar podemos abastecer los mercados locales de Corinto o Miranda y así todos salimos ganando”, dice Leónidas, uno de los más activos comuneros comprometido con esta liberación.
Detrás de los indígenas, los indígenas
Algunas insinuaciones hechas por figuras que se oponen radicalmente a este proceso, plantean nexos entre los Nasa y las Farc. Esta hipótesis es desmentida enérgicamente por los gobernadores de cabildos o los consejeros mayores, así como por los diferentes comuneros con los que es posible cruzarse. “Los mayores, los guías, sueñan con la liberación de la madre tierra que está sufriendo por causa de las acciones de los humanos. Nosotros que somos hijos de ella debemos buscar la manera de restaurar un equilibrio y de limpiarla. Por eso es que salimos a ocupar estas tierras en las que hemos nacido y crecido desde siempre; mi pelo y el de mis ancestros está enterrado en el páramo, eso no pasa con los que dicen ser los dueños de esta tierra”, dice Joel Guetiiu, uno de los chamanes de la comunidad Nasa de Corinto.
Si bien es cierto que las Farc están presentes en el área rural de Corinto y de ahí hacia arriba en la cordillera Central, no existe entre los Nasa organizados y la guerrilla ninguna complicidad o coordinación de acciones. Las autoridades indígenas, como la Guardia Indígena, han tenido que hablar con los comandantes guerrilleros que se acercan demasiado a las comunidades para exigirles el respeto por los espacios humanitarios en los que la presencia de actores armados está vetada, lo que también han hecho con la fuerza pública. Es esta interlocución obligada la que ha generado señalamientos sobre los Nasa.
Tres piedras resguardan el fuego sagrado que convoca a las autoridades Nasa; ese espacio es conocido como Tulpa y es allí en donde se discuten y deciden las acciones a seguir. “¿Que quién está detrás de nosotros? pues nosotros mismos, la necesidad, el hambre. Eso es algo que nadie quiere entender”, dice uno de los tantos guardias indígenas que vigilan y garantizan la seguridad de la sede central de la ACIN en Santander de Quilichao.