La reciente literatura sobre el desarrollo económico muestra que los países que han logrado sostener a largo plazo altas tasas de crecimiento del PIB, son aquellos que han emprendido constantes procesos de transformación productiva, y mantenido crecientes y altas tasas de inversión en educación, ciencia, tecnología e innovación. [Opinión]
Colombia no es uno de ellos. Su crecimiento promedio de los últimos cincuenta años es solo de 3.5%, y su ingreso por habitante es muy inferior respecto a naciones que emprendieron al mismo tiempo la ruta al desarrollo y al bienestar, sin pausa y sin plegarse a fe ciega a reformas estándar. Organismos multilaterales como el FMI ya reconocen que se equivocaron al no considerar las especificidades de cada economía en sus recetas iguales. Demasiado tarde con demasiados daños.
En una economía como la de Colombia, el salto se lograría a través del ingreso a nuevas actividades de alto valor agregado en sectores existentes, y en nuevos sectores y actividades de alto contenido tecnológico. Es una senda cuya construcción toma tiempo y por tanto sus efectos no son inmediatos, pero, continuar produciendo más de lo mismo y de la misma manera es condenar a la sociedad a una condición de rezago y a otro siglo de soledad.
Para que el salto suceda se requiere avanzar a una moderna política industrial y de innovación (PINN) pensada para mejorar condiciones que haga más competitiva la producción nacional, dando un salto en la estructura productiva para salir del estado constante de baja productividad en el que se ha mantenido en las últimas dos décadas.
El desarrollo productivo no solo requiere ordenar y cambiar ciertos factores productivos. Es algo más complejo y tiene que ver al mismo tiempo con cambios políticos para que ocurran cambios en las políticas de educación y de ciencia, tecnología e innovación, pero también en la cultura y en el desarrollo de las regiones, y así construir instituciones incluyentes para un nuevo modelo de desarrollo dinámico, que permita crecer a tasas superiores al 6, 7, 8 % anual durante un largo periodo.
La producción nacional de Colombia se fundamenta en industrias de maquila, en sectores de bajo contenido tecnológico, en producciones de minería de enclave, y en servicios dependientes de tecnologías importadas, por lo cual, la innovación, el conocimiento, la creatividad y el desarrollo endógeno de los territorios, no están al frente de las políticas de crecimiento. Con este modelo económico y productivo solo es posible crecer en promedio 4.0% por año sin generar un salto de calidad como sociedad.
Colombia dispone en el presente (2013) de una política para incrementar exportaciones y conquistar nuevos mercados con sectores y actividades existentes, y se insinúa la urgencia de un profundo movimiento de transformación productiva, tecnológica y cultural.
En estricto sentido, las orientaciones y el enfoque de política que ahora se tienen corresponde a una fase inicial hacia una moderna política industrial y de innovación, cuyo siguiente paso debe concentrase en el cambio estructural, en el conocimiento y en la creatividad, y en el desarrollo de las regiones, para modificar y profundizar la especialización mediante estímulos a la diversificación, a mejorar factores de localización, y la emergencia de nuevas actividades con posibilidades de innovación y conquista de mercados.
Sectores productivos y áreas tecnológicas
Aspecto crucial y medular en la conceptualización y diseño de una política industrial para la transformación productiva, alude a definir sectores y actividades en torno a los cuales se estructura el desarrollo del sistema productivo y el avance del estado y de la sociedad. Decisiones correctas en la materia determinan objetivos, alcances, estrategias, programas y políticas complementarias, entre ellas, la de ciencia, tecnología e innovación, porque es a partir de la política industrial que se definen las áreas tecnológicas que coadyuvarán al desarrollo de sectores productivos relevantes y de todo el sistema económico.
Entonces, una política de innovación es complementaria a la política industrial y por eso las dos se integran en un concepto de política industrial y de innovación. Esta es la razón por la cual los países que han definido sectores o actividades principales, han definido al mismo tiempo las áreas tecnológicas relacionadas con esos sectores y actividades.
A partir de la política industrial también se definen acciones adicionales de la política de investigación y desarrollo tecnológico (I+D+i) para generar las mejores condiciones de base y de cultura, para que la innovación emerja con solidez y de manera difundida. Y desde lo regional, los hábitats de innovación – ciudades, regiones y corredores de innovación, así como los clusters, pero también los parques científicos y tecnológicos, centros de emprendimiento e innovación, living labs, entre otros -, se convierten en plataformas de nuevas innovaciones y de nuevos emprendimientos. De igual manera, la política industrial le dice al sistema de educación los desafíos que tiene en cuanto a la formación de recursos humanos y el fomento de una cultura por la innovación, la investigación, la creatividad y el emprendimiento.
Un nuevo enfoque de política para la reindustrialización
Una política industrial y de innovación PINN de nuevo tipo, que también se puede llamar de desarrollo productivo y de innovación PPINN (las nuevas políticas aluden al desarrollo industrial y puede incorporar actividades primarias y de servicios según las características de cada economía), combina acciones transversales para sentar las bases de apoyo a toda la economía: esas acciones transversales pueden ser infraestructura, capacitación, régimen laboral, reglas claras y de largo plazo a la inversión, política de competencia, seguridad, justicia, entre otras; y acciones verticales referidas a diseñar una estructura productiva donde hay estrategias para sectores y actividades A, sectores y actividades B, sectores y actividades C, apoyadas por la política de ciencia, tecnología e innovación (CTeI) con programas para impulsar áreas tecnológicas que desarrollen la especialización productiva. Sin embargo, las dos agendas se sincronizan es en torno a la agenda de acciones verticales, es decir, los sectores y actividades para el cambio estructural.
Este enfoque es distinto a la idea de política industrial de hace décadas, donde los estados concentraban su apoyo en pocos sectores industriales, y es distinto al que ha imperado en Colombia mediante el cual se debe apoyar por igual toda actividad, como si producir bienes para la construcción (Organización Corona) fuera igual a producir gaseosa (Postobón), si producir productos lácteos (Alpina) fuera igual a desarrollar software (los Parquesoft o Ruta N), si producir palma africana (Indupalma) fuera igual a producir barcos (Cotecmar). Nunca, y no hay un solo ejemplo en el mundo desde la revolución industrial, donde un país se desarrolló o está emergiendo con dinamismo sin hacer apuestas sectoriales acompañadas de desarrollos transversales. Cualquier lectura que se haga en sentido contrario es política y teóricamente equivocada y hace mucho daño, y aumenta la incertidumbre sobre el rumbo del sistema productivo, de la innovación y el emprendimiento.
Todo lo dicho implica tener una idea diferente de la importancia de una política de este tipo y de su relación con otras. La siguiente figura sugiere un esquema de desarrollo teniendo como centro la política industrial y la innovación, porque hay periodos en la historia del desarrollo de las naciones en los cuales el cambio estructural y el ramal de políticas que lo acompañan, deben ser prioritarias en las políticas de estado.
La figura sugiere al 2018 ajustes profundos a la política para la competitividad y la innovación con base a visiones de mediano plazo (2032) y de largo plazo (2040 – 2050), nuevos acuerdos y arreglos institucionales, incentivos de localización antes que económicos, redefinición del enfoque de la política macroeconómica para que sea funcional al cambio estructural, es decir, menos perezosa, ampulosa y ortodoxa, y más comprometida con el desarrollo y menos con los equilibrios para un crecimiento medio sostenido producto de modelos estándar, que no conducen a crecimientos altos y sostenidos, ni generan desarrollo ni equidad.
Por eso, el almendrón de las políticas de estado para el posconflicto lo conforman la política industrial y sus sectores y actividades estratégicas, el impulso de la innovación a partir de la ciencia, la tecnología y la educación, y el abandono del actual modelo de descentralización por uno de autonomía de las regiones. Todo en función de los desafíos de una sociedad moderna e incluyente con un sistema productivo sofisticado. Ese es el rumbo que debe tomar Colombia en la década del posconflicto y para un periodo posterior de nueva sociedad, nueva democracia y nueva política.
Pero, darle relevancia a la política industrial y a la innovación conlleva cambios culturales: en las mentalidades, en el enfoque de las políticas, y un sentido de identidad o de densidad nacional[1] a partir del cual fluya la creatividad, la innovación y la transformación productiva, social y cultural.
El cambio no es asunto de instrumentos dispersos ni de modelación económica, es ante todo cambio en la cosmovisión de los actores pues de ahí emanan las nuevas instituciones y el nuevo modelo de desarrollo. En Colombia, una transformación cultural no ha ocurrido, en consecuencia no hay cambio en el sistema productivo y de innovación. Estas transformaciones son las más urgentes de impulsar ahora que viene el posconflicto. El letargo de Colombia respecto a nuevos paradigmas es grande, como si el reloj de la evolución y de los medios se hubiera parado, y como si nunca llegaría la hora de la cultura, de la innovación, de la equidad y del desarrollo.
Puesto 69 en la competitividad mundial, desarrollo de sectores periféricos y no de sectores del núcleo central de un sistema productivo avanzado, en consecuencia, exportaciones de enclave, y 0.20% de inversión en ciencia y tecnología respecto al PIB, son expresiones de la inacción, de la falta de ideas, y del fracaso de los políticos y de las políticas en una tierra de tanto dolor pero de tantas oportunidades perdidas. Es hora de nuevas caras con nuevas ideas ahora que se avecina la paz y por tanto la obligación de construir una nueva sociedad.
¿Vender Isagén?
En el contexto de una política industrial y de innovación, y considerando que la energía es uno de los sectores del Programa de Transformación Productiva, no se debe vender Isagén, porque es un sector estratégico para una economía emergente que debe considerar la energía como un sector de servicios a la sociedad, de mejorar la competitividad de la economía y contribuir a la diversificación y a la productividad del sistema productivo. Es una contradicción vender Isagen al mismo tiempo que hace parte del Programa de Transformación Productiva, porque si no cabe preguntarse ¿qué tipo de sector energético está desarrollando Colombia? ¿qué tipo de política de transformación productiva tiene el país? Coherencia y consistencia debe caracterizar las acciones de un buen gobierno.
En el supuesto de que se venda la hidroeléctrica, esa plata debe destinarse a un fondo para la política industrial y de innovación, en educación superior e investigación básica, y en hábitats de innovación como ciudades de innovación, parques científicos y tecnológicos, y centros de emprendimiento e innovación, y no en unos pocos kilómetros de carreteas.
Si Colombia quiere multiplicar a la N las exportaciones industriales, sobre todo en sectores intensivos en conocimiento e innovación, y mejorar los factores de localización para atraer inversión de alta tecnología, debe invertir en capacidades, y eso tiene un valor inmenso equivalente a duplicar los recursos del MCIT, de Proexport, para una política nacional de emprendimiento que ahora no existe (Innpulsa solo es un instrumento), llevar la investigación al 1% del PIB, y triplicar los recursos de Bancoldex para que sea un verdadero banco de desarrollo. Nunca se supo a donde fue la plata de las privatizaciones en estos 23 años de apertura, porque todo se diluyó en el hueco sin fondo de la política macroeconómica. Colombia se vendió y nada quedó.
[1] Ferrer Aldo, El futuro de nuestro pasado. FCE, 2012.