Noticia fresca por la reciente ola de muertes infantiles como resultado de la desnutrición, responsabilidad compartida entre progenitores y contratistas de dotación de alimentos para albergues y hogares infantiles, quienes a su vez son el brazo político de varios “caciques” regionales.
Azotada por la bonanza marimbera de los 70´s, 30 años antes de la crisis socio-económica nacional generada por el narcotráfico. Cuna del Almirante José Prudencio Padilla, gestor de la batalla de Maracaibo que debilito al ejército español como antesala de la independencia nacional. Libertador marginado y blanqueado por la historia de la burguesía criolla que no acepta próceres zambos ni mulatos; únicamente mestizos, siempre y cuando en la epidermis se evidencie un porcentaje mayoritariamente blanco que esconda la brillante negrura.
Una vez terminada la “belle epoque” del sueño republicano, la capital guajira es abandonada a su suerte en una lejanía que guarda cobrizos desiertos, generosas playas de arenas coralinas y cocoteros, riqueza culinaria e historia ancestral; excepto cuando por cosas de la vida, especialmente del subsuelo, aparece un yacimiento de carbón y gas con reservas para siglos futuros. Su descubrimiento le recuerda al gobierno nacional la existencia de esta región del país, azotada desde la época de los españoles, saqueada por las administraciones publicas atentas a sus regalías y explotada por la minería con su principal característica, riqueza para pocos vs pobreza generalizada. Porque entre tantos tópicos generados por el uso de la tierra y sus disyuntivas entre sus dueños de siempre(Los Wayuu), sus dueños de ahora, El Gobierno, y sus Nuevos Dueños, Las Multinacionales, han convertido esta privilegiada península en un foco de miseria, destierro y olvido selectivo.
Nuestra Señora de Santa María del rio de la hacha, se expresa en la dualidad de pueblo grande o ciudad chica. Para disfrutarla hay que saberla observar. Si la visitamos con el referente mezquino de progreso, sustentado por la extensión urbanística y el crecimiento vertical desmedido e impersonales centros comerciales, posiblemente nos decepcionaremos en la primera vuelta.
Riohacha presenta en la actualidad una malla vial que emerge de un deterioro generalizado. La convivencia se ejerce en un contraste de riqueza no opulenta y pobreza marginal. La infancia aparece representada en niñas y niños wayuu ofertando manualidades que sus familiares les obligan a comercializar en los nodos turísticos. Su patrimonio arquitectónico, vestigio del eclecticismo entre los lineamientos antillanos, art-deco y republicanos, se encuentra en estado crítico de deterioro, como quien pretende olvidar a través de la negación del recuerdo.
En contraste exhibe una avenida llamada la calle primera, cuya extensión bordea la costa en un placentero recorrido lineal de varios kilómetros de generosa playa y aguas azul turquesa, siempre y cuando el Rio Ranchería no este crecido.
Desde las 5:30 A.M. durante una hora, o a las 5:00 pm, encontramos los tambos en donde los pescadores y revendedores comercializan una de las pocas pescas frescas y limpias del caribe colombiano: fornidas sierras, corvinas, pargos ojones, robalos, congrios, carites y otras especies más, representan su riqueza marina, cuya existencia varía de acuerdo con la época del año.
A diario se celebran actividades deportivas que van desde caminar, trotar, nadar, partidos de futbol, voleibol y rugby hasta skite surf, brisas permanentes y poderoso oleaje, facilitan el salto en el aire que hace volar la tabla cuyo peso es sostenido por el viento atrapado en su cometa.
El andén de la popular avenida, es el primer escenario que atrapa nuestro campo visual en una policromía de símbolos, figuras geométricas y orgánicas. La minuciosa filigrana es tejida en cada mochila, chinchorro y accesorios, producidos y comercializados mayoritariamente por las Mujeres Wayuu. El coco frio, raspao y bebidas tiñe tripa (almibares saborizados), puestos de fritos y chuzos, carritos de frutas y helados, hasta comida de combate, la cual llega en humeantes ollas y calderos justo antes del almuerzo, conforman la oferta playera junto a kisokos de variados cocteles de mariscos y pócimas míticas que prometen virilidad… Riohacheros(as) en su mayoría adultos, salen a caminar desde las 4:30 am hasta que “el mono” aparece como luz liberadora para algunos, azotadora para muchos que protegen la claridad en la memoria de sus morenas teses. Encaramado el astro rey en su cúpula celestial con un brillo nítido y alegre, la avenida primera recibe una segunda ocupación con un comercio variado de ventorreros del interior del país que ofertan perendengues, suvenires y colgarejas. Indígenas o Arijunas (los que no somos wayuus) extienden cual mercaderes árabes, anchas telas o papeles plastificados. Inspirados con una estética intencional organizan su mercancía a merced de los fuertes vientos de arena que a ratos desordenan el virtuoso bazar que de manera efímera logran crear. Pasadas las 8:00 pm, el polifacético andén es ocupado nuevamente por improvisados bar-tenders, quienes ofrecen cervezas y cocteles embotellados. Vallenato, regueton, champeta y uno que otro hibrido musical cristiano, compiten en vatios y decibeles su jerarquía acústica sobre los parlantes hechizos en su mayoría.
La cocina tradicional guajira es exquisita y sencilla. Tiene la magia del sabor arraigado a la tierra y el agua, de pocos ingredientes, marcada por una sazón avinagrada, definida por el carácter de cada ingrediente y el acento desparpajado de su gente.
Salpicón de raya y cazón, ensalada de pargo, arepuelas de huevo y arepas de chichigüare/chichiware (maíz cariaco morado, rojo y amarillo), sopas de cazón con alcaparras y mostaza, escabeches de sierra, friche o frichi, chivo frito, cecina, funche (variedad de polenta) y Chell (encurtido de Cabeza de cerdo), chichas, mazamorras y toda suerte de animales de monte, son cocinados por manos mestizas, indígenas y afro-descendientes.
Suchiimma o Ciudad del Rio, sin dudas representa la mayor riqueza culinaria del caribe continental colombiano en portones y esquinas que tienen nombre propio. Callejones de vientos y capuchinos invitan a la estancia de voces conversando con tonos de discusión amenizados con estridente sonoridad. Ágora que encuentra historias cotidianas magnificadas con la jerga popular, exaltadas con signos de exclamación e interrogación de estirpe guajiro, narradas por una sociedad permeada de costumbres ajenas que en sus más profundos arraigos elije como atuendo, la manta, escucha música de acordeón y se alimenta gustosamente de las manos de sus cocineras y cocineros que conocen y trabajan el alimento en ritual de pagana devoción.