El paisaje en este bosque, ubicado a 150 kilómetros de Viena, es una imagen excepcional de la ecología, es uno de los pocos ecosistemas que no han sido intervenidos por el hombre y representan la ferocidad de la naturaleza.
El celular no tiene señal y eso es ya un buen indicio a la hora de iniciar un viaje a la naturaleza salvaje. A un lugar libre de la influencia humana desde hace 7.000 años, donde la naturaleza sigue sólo sus propias reglas: el bosque primigenio de Rothwald.
En el suelo yacen troncos que llevan siglos descomponiéndose sin que nadie los toque. Hayas, abetos y píceas centenarios crecen junto a tallos de apenas centímetros.
Ejemplares sanos con otros que crecen retorcidos, ramas caídas por las tormentas, la edad y las enfermedades; hongos y musgo. Vida en estado natural.
A primera vista el paisaje en este bosque, ubicado a unos 150 kilómetros de Viena, es una imagen de caos. Nada que ver con el aspecto ordenado y homogéneo de los bosques creados, gestionados y explotados por el hombre.
Pero no hay error en el caos de Rothwald. De hecho, el bosque ha estado desarrollándose sobre sí mismo desde la retirada de los hielos tras el último periodo glacial.
Con casi 500 hectáreas, es el bosque primigenio, o primario, más grande de Centroeuropa. Las especies de árboles predominantes son el haya, el abeto, la pícea, el fresno y el tejo.
Respecto a la fauna, paseando por la región donde se ubica el bosque se pueden encontrar rebecos, ciervos, urogallos, víboras comunes, zorros, cabras montesas, la curiosa salamandra alpina, el pico dorsiblanco, una especie de pájaro carpintero y, muy de tanto en tanto, incluso linces.
Por un lado, el clima en la zona es duro. La temperatura media anual es de 3,9 grados centígrados y la nieve se acumula varios metros de altura buena parte del año. Este año, las carreteras que conducen hasta esta reserva natural estuvieron bloqueadas por la nieve hasta junio.
Durante la Edad Media, un pleito centenario entre dos órdenes religiosas sobre los derechos de explotación y las dificultades técnicas para transportar la madera, mantuvieron la zona relativamente protegida de la depredación forestal que fue norma en una época de hambrunas y escasez de recursos.
Su origen
Una desarmotización de tierras eclesiásticas en el siglo XVIII y la quiebra, a finales del XIX, de la sociedad anónima que adquirió el terreno, protegieron la zona de la explotación, hasta que en 1875 el banquero Albert Rothschild compró el bosque y decidió protegerlo.
Desde 2002, las 2.500 hectáreas que forman la Reserva Natural de Dürrenstein están protegidas por ley. De ellas, casi 500 hectáreas son bosque primigenio, prácticamente inalterado desde hace 7.000 años.
Esta reserva es la única clasificada como de categoría I por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, lo que obliga a mantener una estricta protección de la zona, hasta el punto que ni siquiera los proyectos de investigación pueden alterar o interferir los procesos naturales.
El acceso al bosque primario en sí está restringido, excepto a los investigadores. El resto de visitantes (apenas unos 500 al año, con lista de espera hasta 2014) pueden apenas echar un vistazo al pasado y penetrar unas docenas de metros en uno de los últimos vestigios de las grandes florestas que una vez cubrieron Europa.
“No dejar nada y no llevarse nada”, es la consigna de este paseo por el bosque primigenio. “No llevarse nada, excepto una profunda reflexión sobre lo que el hombre está haciendo con la naturaleza y la necesidad de cambiar de rumbo”, añade Reinhard Pekny, el guardabosques y biólogo que sirve de guía.
Aunque el bosque primigenio no se puede visitar, la administración de la Reserva Natural permite veinte visitas guiadas y restringidas al año por otras zonas que llevan hasta 250 años libres de la acción del hombre y que, después de haber sido masivamente explotados, llevan todo ese tiempo inmersos en un proceso de regeneración natural.
“La naturaleza salvaje no se puede gestionar”, resume Pekny durante una visita que enseña lo productivo que puede llegar a ser un bosque “improductivo” en términos económicos.
Este bosque es un perfecto laboratorio donde “aprender cómo funciona la naturaleza cuando el hombre no interviene”, según describe Pekny.
En general, se aprende que el bosque natural es mucho más estable que los bosques creados por el hombre para ser explotados. Simplemente, porque su ecosistema es más variado y las distintas formas de vida se equilibran unas con otras.
Por ejemplo, si en los bosques madereros se combate al escarabajo de la corteza, en Dürrenstein se deja que cumpla su tarea de abrir espacios por los que entre la necesaria luz y de proveer de madera muerta, esencial para el crecimiento de otros organismos y la regeneración del bosque.
Aquí los procesos de simbiosis y parasitismo siguen su curso, en un equilibrio entre colaboración y competición de especies, que deja al ser humano fuera de la ecuación del ecosistema.
Si una visita a la Reserva Natural de Dürrenstein es un viaje al pasado de bosques milenarios, también lo es al futuro, a lo que la naturaleza puede llegar a ser si el hombre no interviene, si deja de ser gerente de la naturaleza para ser sólo un observador.