Rusia no puede ignorar la oportunidad que crearon los últimos atentados yihadistas: convertir a Moscú en un socio necesario para Occidente y rehabilitar a Putin en el ámbito internacional.
“Una puñalada por la espalda” fue la descripción que hizo el presidente ruso de la ‘jugada’ de Turquía en la frontera siria. Vladimir Putin precisó que el cazabombardero fue derribado por un misil aire-aire lanzado desde un avión turco F-16 cuando el Su-24 ruso “se encontraba en el espacio aéreo de Siria”.
Moscú acaba de anunciar que desplegará sistemas de misiles antiaéreos S-400 en la base aérea siria de Jmeimim, a 30 kilómetros de la frontera con Turquía, donde tiene emplazados los aviones que participan en la misión en Siria. El S-400, un complejo de defensa antiaérea de última generación, garantiza el derribo de objetivos aéreos a una distancia de 250 kilómetros y de misiles balísticos no estratégicos a 60 kilómetros.
Además, el Ministerio de Defensa ruso ha anunciado que el segundo piloto del avión ha sido rescatado “sano y salvo” por unidades especiales rusas y sirias. “La operación concluyó con éxito. El piloto fue llevado a nuestra base”, ha dicho el ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú, citado por medios locales, en una reunión con la plana mayor de su cartera.
El conflicto ha enfrentado a dos países con importantes vínculos y con unos líderes que han cincelado sistemas políticos similares. Turquía y Rusia son socios en el campo de la energía, el turismo y también el comercio.
Pero sus intereses en la zona son muy distintos: Ankara quiere desplazar al líder sirio, Bashar al Asad, del poder y aumentar su liderazgo en la zona, y Rusia quiere que el régimen de Damasco cambie lo menos posible y tener voz propia en un escenario donde EEUU parece en retirada. Rusia está dispuesta a seguir con su operación hasta el final, y sus rivales sobre el terreno lo tendrán más complicado ahora, aunque a Putin le empiecen a aflorar críticas en casa.
La opinión pública rusa está descubriendo antes de lo esperado que suoperación militar en Siria no va a ser un camino de rosas. El mes pasado acabó con 224 pasajeros de un avión ruso muertos en Egipto, y este se despide con otro amargo incidente en el aire: el primer derribo de un avión ruso por parte de fuerzas de la OTAN desde el final de la Guerra Fría.
Esta última vez Putin ha reaccionado más rápido, adoptando un mensaje que parece querer recordar a los rusos que es necesario seguir luchando ahí abajo. Los aviones desplegados por Moscú, dijo, están combatiendo a terroristas nacidos en Rusia “para asegurarse de que no vuelven”. Aunque el Estado Islámico ha amenazado a Rusia por su intervención en Siria, lo que les llega a los rusos estos días a través de los medios de comunicación es que combatir contra los yihadistas es una manera de prevenir futuros ataques terroristas en casa.
El tono de Rusia ha sido duro pero es discutible que llegue lejos en el terreno de los hechos. Ankara, con este derribo de un avión militar, ha materializado una advertencia que emitió hace meses. Y ha sucedido el ‘enganchón’ que los aliados llevan un año temiendo que ocurra en el Báltico, donde los Mig rusos también han tensado la cuerda. Pero ahora la situación es muy distinta y Rusia no puede desaprovechar la oportunidad que han creado las últimas acometidas yihadistas: convertir a Moscú en un socio necesario para Occidente y rehabilitar a Putin en el ámbito internacional.
“Una tercera guerra mundial no está entre las opciones”, asegura el analista Mark Galeotti poco después del derribo del avión, recordando no obstante que Turquía no es un miembro más de la OTAN sino que en este caso es un “rival de Rusia” en la región, y los rusos han bombardeado a rebeldes respaldados por el Gobierno turco.
“Este acontecimiento trágico tendrá graves consecuencias para las relaciones ruso-turcas”, advirtió Putin tras el derribo del avión, y lamentó que en lugar de entablar contacto con los colegas rusos, justo después del incidente con el avión, Ankara se pusiera en contacto con la OTAN “como si fuésemos nosotros los que derribamos su avión y no al revés“. Lo cierto es que Ankara ha evitado invocar el artículo 5, reservado para agresión a socios, por lo que el pulso seguirá su curso ahora fuera del tablero militar.
Los turcos forman parte de la OTAN pero no de la UE, y eso los ha convertido en una válvula de escape en un momento en el que la economía rusa está cercada por las sanciones.
Suspender vuelos a Turquía, subir los precios de la energía, redoblar los ataques contra turcomanos y demás aliados de Ankara en Siria, apoyar a los kurdos… cualquier variante o la combinación de todas parece más probable que un enfrentamiento directo de Rusia con las fuerzas turcas. Pero ahora aumentará la presión sobre las fuerzas que apoya Ankara, lo que puede suponer en la práctica que Asad recupere ahora territorios más al norte. Malas noticias para el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que ya tiene bastante inquietud con la presencia kurda al otro lado de la frontera.
“Según nuestros datos objetivos, nuestro avión no cruzó la frontera turca”, ha dicho Serguei Rudskoi, portavoz militar ruso. Putin ha añadido además que Rusia “lleva tiempo detectando que a Turquía llega un gran volumen de crudo y derivados procedente de los territorios ocupados” por los terroristas. El Kremlin cree que es hora de que el papel de malo de la película tenga otro dueño.