Santos por la paz y Santos porque no hay más

El cambio del articulito que indujo hace ocho años el señor Fabio Echeverri Correa, derivó en una Colombia desinstitucionalizada y en gobiernos de ocho años amparados en una espantosa manipulación mediática, como aconteció con la primera experiencia reeleccionista.

De esta manera, el presidente que no busque su reelección asume que su gobierno es malo, y si se sale de la baraja del siguiente debate electoral, nadie le vuelve a pasar al teléfono, ni los jefes de las maquinarias clientelistas ni las cabezas de otros grupos de poder.

El costo de haber menguado y replegado a las FARC, algo que tod@s pedíamos, resultó muy caro, porque la victoria militar se empañó con una reelección plena de malas políticas sectoriales, de dádivas empresariales, clientelismo, corrupción e inestabilidad institucional. Al final, la seguridad democrática derivó en desinstitucionalización democrática. Así se profundizó el carácter de una economía extractiva y capturadora de rentas para configurar el modelo Uribe de una Colombia de propietarios.

Copiaron el modelo de reelección de los Estados Unidos, y ahora se dan cuenta que Colombia no estaba institucionalmente preparada para tal aventura. Por eso, ojalá se termine la reelección a partir de 2018 y se amplíe a cinco años el periodo presidencial, no a seis, porque hay que ir paso a paso reequilibrando el funcionamiento del Estado.

Santos prepara la reelección para cimentar la paz


A diferencia de muchos columnistas que han criticado la forma como el presidente anunció que quería reelegir sus programas, a mí me pareció impecable. Lo hizo desde su fundación Buen Gobierno y no desde ningún partido político.

Desmarcado de Uribe, hará una campaña como siempre le hubiera gustado hacer. Tendrá su propia impronta, estará rodeado por quienes él confía y quiere que lo acompañen, tendrá tiempo para preparar su propuesta programática para su segundo gobierno, y tendrá más tiempo para cimentar las negociaciones de paz y la transición del postconflicto, que es lo que más nos importa a los colombianos. Es el Santos que conocí en la Fundación Buengobierno en el año 1994, muy distinto al Santos colgado del carriel del presidente Uribe.

La gran pregunta ¿cómo se desligará del clientelismo deleznable?


El esquema que usó para anunciar la reelección permite pensar que sería un segundo gobierno menos acorralado por el clientelismo y la corrupción, lo cual supongo que también ha interiorizado Vargas Lleras.

Cambio Radical no es precisamente el mejor ejemplo de un partido del futuro: su carácter clientelista y la manera como muchas de sus cabezas han terminado encarcelados por hacer parte del paramilitarismo, fastidia y genera desconfianza. Vargas Lleras debe honrar que viene de la saga de Carlos Lleras Restrepo y de Alberto Lleras Camargo.

Pero, parecido a Cambio Radical, es el partido de la U. Hipólito Moreno, un exponente, y no es el único. Lo mejor sería que esas dos efímeras experiencias desaparecieran y más bien, con los filtros obligados, refundar el partido liberal.

La paz debe venir acompañada de una superación de muchos otros males adicionales a los temas de negociación en La Habana y a los de una necesaria y pronta negociación con el ELN. Hay que salir de la insurgencia para luego quedar de frente con otros problemas, aún más graves: narcotráfico, corrupción e instituciones extractivas.

Santos tiene la oportunidad de hacer una estrategia de limpieza política en su segunda aventura presidencial, porque al día de hoy no hay contrincante que ponga en peligro su victoria.

El Centro Democrático no tiene opción para llegar nuevamente a la Casa de Nariño, porque una cosa es con Uribe a la cabeza, y otra liderado por algunos de sus leales, así esté acompañado por el partido conservador, premoderno y marioneta del poder de turno.

Los Verdes perdieron 3’700.000 de seguidores, y ahora andan pasando el sombrero para tener 500.000 votos y no desaparecer como partido.

El Polo sigue perdiendo bonos por sus posturas mamertas que lo asimilan a un partido de hace cuatro o cinco décadas, y por la saga perversa de los Moreno, está condenado a ser un partido minoritario. Clara López salió muy bien de su breve alcaldía de Bogotá, pero luego, untada de mamertismo, se ha desdibujado.

Los Progresistas tienen que superar todo el ambiente en torno a un alcalde que por culpa de la improvisación, no de sus buenas ideas, se puso contra la pared para que los enemigos lo ataquen sin contemplación. Además, Navarro, es un político pragmático y presto para la contienda electoral, es decir, para el ya y el ahora. En esas condiciones los progresistas no pueden por ahora construir un sólido proyecto político de largo alcance, y por tanto seguirá siendo otra minoría.

Seguramente, entre Clara López y Navarro, via consulta interna, se definirá el candidato de la izquierda, a pesar de que en el almuerzo donde el León del Arco Iris, salió mal el pollo a la naranja de la unificación.

Colombia perdió la oportunidad de crear una alternativa de poder cuando Pedimos la Palabra intentó emerger en agosto de 2012. Sin embargo, murió antes de nacer cuando no fue posible conciliar dos concepciones: los que querían construir organización, identidad ideológica y programática, y aspiración electoral; y los que pensaban únicamente en ir a elecciones. Se impuso la segunda, y hasta ahí llegó la esperanza.

Se requiere una reforma política democrática y moderna para la paz y el postconflicto, que permita formar coaliciones políticas entre partidos minoritarios como ocurre en Chile con la Concertación. De lo contrario, Colombia seguirá en lo político y en lo institucional como nos dejó el Frente Nacional: rezagado, excluyente e institucionalmente imperfecto. Esa deseable reforma debe exigir que las opciones políticas se conformen como propuestas sólidas y permanentes y no solo como maquinarias electorales.

Este es el triste panorama del fragmentado sistema político colombiano y las falencias del sistema electoral porque los partidos son maquinarias electorales y nada más, y no instituciones de modernización de la democracia y de construcción de instituciones inclusivas.

Balance temprano de un gobierno que aún no termina


Habrá tiempo y espacio para exponer más ampliamente los desafíos programáticos de la segunda aspiración del presidente, pero una nueva propuesta pasa por repensar las locomotoras. La verdad es que estas últimas relegaron a segundo plano los ejes principales de su actual plan de desarrollo, que son más interesantes que las locomotoras.

La locomotora de infraestructura sufre la herencia de los asaltos a los contratos, mala reglamentación e ineficiencia tecnológica, y porque las nuevas concesiones no se verán antes de dos, tres o cuatro años. Además, la ineficiencia y la corrupción en infraestructura se trata de compensar con licencias ambientales express.

La locomotora de vivienda se reconoce como la locomotora de Vargas Lleras y sus 100.000 casas gratis y 80.000 con subsidios y condiciones blandas. Pero poco o nada de política y desarrollo de ciudades y de ordenamiento territorial. La LOOT no está reglamentada y no hay una visión clara de políticas de largo plazo para crear las ciudades colombianas del futuro.

La locomotora de minería tiene muchos problemas y estos se han complicado porque el actual gobierno no diseñó un nuevo código minero. Continúa siendo una minería de enclave, porque una cosa es que existan obvios encadenamientos que conforman una economía sectorial, y otra es una minería de alto valor agregado con transformación industrial, responsable con el medio ambiente, y con capacidades endógenas de investigación y de innovación.

La locomotora de agricultura debe tener más tiempo, porque ahí se concentra y mezcla todo lo equivocado que ha sido el crecimiento de Colombia en el último siglo. Difícil encontrar mejor ministro que Juan Camilo Restrepo, pero esa cartera desborda y desmorona al espíritu más indómito y capaz.

Necesita de mucho más apoyo político de toda la sociedad y de una política de estado de largo plazo, que obligue su modernización y abandone el feudalismo. Ojalá de La Habana salga una buena negociación porque el sector es tan premoderno como el de minería y como premodernas son las causas de la guerra.

La locomotora de innovación le quedó grande en el sentido amplio de la expresión. No arrancó, no la apoyó ni entendió el alto gobierno, y ahora deriva su accionar en la distribución de los fondos de Ciencia y Tecnología de las regalías. Su institucionalidad es pequeña, centralizada, marginal y burocratizada, un contrasentido con su naturaleza, con su definición, con lo que es en países más avanzados y con políticas más inteligentes y contemporáneas.

Esta era la locomotora novedosa, moderna, transformadora, rica de crear y de impulsar, y poco permeada por el clientelismo y la corrupción. No haber entendido su importancia explica porque Colombia es una nación con instituciones extractivas. Además, el efecto transversal de esta locomotora permitiría corregir ineficiencias en las otras locomotoras, asociadas a la tecnología.

De las cinco locomotoras, tal como están pensadas y tal como funcionan, tres están asociadas a instituciones extractivas (minería, agricultura y vivienda), otra es neutra (infraestructura), y solo una corresponde a instituciones inclusivas: la innovación. Es decir, no es un planteamiento para construir una sociedad del futuro.

Entonces, si al presidente Santos se lo calificaría por el avance de las locomotoras, a duras penas aprobaría, aceptando que aún falta un año largo para hacer el balance definitivo de un gobierno que recibió una mala herencia pero que no pudo ponerla en evidencia por haber sido elegido sobre ella. Un reflejo de las contradicciones del ejercicio del poder y de la política colombiana y la debilidad de sus instituciones.

Adicionalmente no son muchos los progresos para tener unas instituciones inclusivas. Se ha avanzado en las intervenciones sociales subsidiadas, más no en transformar la estructura productiva y en desatar una cultura de la innovación y el emprendimiento, para desarrollar como cultura, tanto la economía, como la sociedad y el estado, y constituir a Colombia en una verdadera economía emergente avanzada, inclusiva y sostenible.

La política de competitividad y de innovación, salvo algunos instrumentos, es la misma de Uribe. Y detrás de una caída más del crecimiento de la industria y de la agricultura, que es una evidencia de sucesivos malos comportamientos en las dos últimas décadas, está la falta de una moderna política industrial y de innovación en los últimos 22 años. Apertura económica sin política de desarrollo productivo y de innovación, ha sido un modelo de internacionalización imperfecto, que ha abusado de los subsidios, y que explica la baja productividad de la economía y su rezagada competitividad.

También está pendiente que las reformas a la salud, a las pensiones, a la educación, y al sistema carcelario salgan bien, en el sentido de que el bien general esté por encima del beneficio para unos pocos.

Con alguna relevancia están la política macroeconómica y el empleo, porque la agenda internacional quedó empañada con la perdida de mar territorial, porque si bien el errado manejo empezó con Pastrana y continuó con Uribe, Santos no hizo mucho para enmendar el camino.

Así las cosas, la ejecutoria más importante de Santos, es de lejos la paz, y con ella basta para que sea reelegido.

El desafío de Santos II: la paz y el desarrollo

Los modelos econométricos indican que aun conservando una tasa de inversión del 30% del PIB en los siguientes años, la economía no tiene condiciones estructurales para crecer en promedio más de un 4.5% anual. Con esa tasa, pronto los indicadores sociales, y los de abatimiento de la pobreza, del desempleo, la informalidad, y las exportaciones, van a llegar a su techo.

El bom de los precios de las materias primas parece que se está acabando, y será un golpe para Colombia. Lo grave es que no sembró esa bonanza que ha durado unos 10 años. Culpable Uribe y en algo Santos porque si bien éste último rediseñó el sistema de regalías, no se sabe a dónde fue a dar el resto de la bonanza porque la política de competitividad y de innovación, y la de ciencia y tecnología son las mismas, y las nuevas obras de infraestructura son por concesión. La caída de los commodities afectará las regalías, y con ello el efecto milagroso que se les ha atribuido. Correa supo sembrar los altos precios del petróleo, Venezuela no, y Colombia poco.

Razones estructurales y de coyuntura implica rediseñar el modelo económico, diseñar una moderna política industrial y de innovación, y de paso la política y el sistema de ciencia y tecnología, esperando que la nueva política de educación superior quede de carambola sincronizada con las anteriores.

Pero también urge diseñar una política de desarrollo regional para que los territorios se conviertan en plataformas productivas y competitivas y desaten su potencial endógeno de innovación. Y poner en el frente de la agenda el medio ambiente.

De igual manera, es inaplazable rediseñar el estado para rectificar la senda de instituciones extractivas que han sido el germen de la larga guerra. Entonces, el desafío de Santos II, es monumental. Ojalá lo pueda hacer, porque Colombia necesita respirar nuevos aires, porque sesenta y seis años encapsulada en la violencia, es social e institucionalmente intolerable.