¿Se está forjando un nuevo Tiananmen?

Las masivas manifestaciones que se viven en Hong Kong han generado preocupación entre varios participantes de estas. El miedo a que estas protestas terminen como las de 1989 en la Plaza de Tiannanmen es una sombra que recorre a los manifestantes.

“En el futuro, y posiblemente no dentro de mucho, se repetirá una revolución similar a la que desembocó en la matanza de Tiananmen. Y creo que el resultado para la población será todavía peor al de entonces”. No lo dice cualquiera, sino Lam Hon-kin, director del primer museo dedicado a la masacre de Tiananmen, que ha abierto sus puertas este año en Hong Kong para conmemorar el 25 aniversario de aquellas protestas.

“Pienso así por una sencilla razón: hay mucha rabia contenida en China. Por las expropiaciones forzosas, las dificultades económicas, el deterioro del medioambiente, o la corrupción”, añade. “La China es una sociedad convulsa que aparenta placidez”.

Estos días se vive el primer estallido de esa rabia en Hong Kong. El movimiento Occupy Central ha cumplido su promesa y ha conseguido inundar las calles del centro de la excolonia británica con decenas de miles de manifestantes que exigen democracia. A pesar de la violencia con la que se les ha reprimido, un hecho que ha sobresaltado al mundo, no se van. Y muchos ven en su actitud desafiante el espíritu de los estudiantes que hace 25 años alzaron la voz antes de ser aplastados por los tanques. Un espíritu que se plasma en las fotografías, vídeos, y documentos expuestos en el museo de Lam, que parece deliberadamente escondido en un anodino bloque de apartamentos en el que ningún indicativo anuncia su existencia.

“Hemos abierto este piso con un propósito doble: por un lado, para que los hongkoneses, que gozan de mayor libertad que los ciudadanos de la China continental, no olviden lo que sucedió; por el otro, para que los chinos que no tienen posibilidad de saltar la censura de Pekín para acceder a la información sobre el 4 de junio de 1989 puedan venir aquí y descubrir la verdad”, explica Lam.

De momento, parece que ha logrado su objetivo. El activista, que lidera la Alianza Hongkonesa para el Apoyo de Movimientos Patrióticos y Democráticos en China, asegura que la mitad de los visitantes son chinos que cruzan la frontera que separa los dos sistemas de la República Popular para enterarse de lo que sucedió durante el ‘liusi’, como se conoce en China la brutal represión con la que el Partido Comunista aplastó la revuelta estudiantil, que comenzó con la exigencia de mejoras en las condiciones de las instalaciones universitarias y que derivó en la petición de reformas políticas.

Wang es una de ellas. Esta joven nacida en Fuzhou en 1989, que prefiere no dar más detalles sobre su identidad, ha aprovechado sus vacaciones para hacer turismo en la excolonia británica y bucear en la documentación que se expone en el museo de Lam. “En China no podemos acceder a todos estos libros y periódicos. Ni siquiera mis padres hablan de Tiananmen. Por eso, cuando supe que el museo había abierto no dudé en decidirme a visitarlo”, cuenta Wang después de haberlo recorrido con calma, leyendo a fondo la cronología de los hechos que desembocaron en la masacre de Pekín, un trozo de historia que el Gobierno chino se ha empeñado en borrar.

Otros, sin embargo, vienen para recordar y no pueden contener el llanto frente a las pantallas que emiten imágenes de la matanza. Es el caso de un abogado de Shanghai que sufrió en carne propia la represión y que también prefiere mantenerse en el anonimato. Teme que haya espías de Pekín tomando notas de quienes visitan el lugar, y no es el único. Incluso un cartel pide a la entrada que se evite fotografiar el rostro de los asistentes.

“Creo que la situación en China incluso ha empeorado con los años. La fuerza económica con la que se ha hecho en las últimas dos décadas permite al Partido ejercer como una mafia sin que nadie le lleve la contraria. Y temo que con algún bache económico surja de nuevo la violencia como reacción a ese autoritarismo que ahora está legitimado por el aumento del bienestar”. Por eso, él lo que busca es emigrar con su familia a algún país democrático.

En Hong Kong, sin embargo, los manifestantes han optado por la confrontación pacífica para exigir el sufragio universal y la libre denominación de candidatos en las elecciones que se celebrarán dentro de tres años para elegir al jefe del Ejecutivo de esta peculiar Zona Administrativa Especial. Pero Pekín no tolera la discrepancia, y ya ha dejado claro que no va a dejarse doblegar por las manifestaciones. No en vano, la presión sobre cualquier tipo de activismo va en aumento, como sucedió en 1989.

El museo de Lam es un buen ejemplo: aunque él asegura que es una muestra de que las libertades de expresión y de información “todavía” se respetan en Hong Kong, lo cierto es que su proyecto está en la diana de muchos. “Hay algunos ciudadanos que quieren que cerremos porque argumentan que no cumplimos con la normativa para espacios públicos. Como hay una denuncia que se está investigando en este momento, no puedo comentar el caso, pero, aunque no hemos recibido presiones políticas para evitar que el museo se mantenga abierto, sí que las estamos sufriendo por otras vías”, reconoce.

A pesar de ello, Lam tiene ya en mente una ampliación para aumentar el atractivo visual de la muestra, que “ahora quizá sea demasiado informativa”. Y espera que recordar sirva para prevenir, “aunque en todas las revoluciones se ha derramado sangre y ahora estamos en un momento muy delicado”.