Cameron Díaz publica un libro en el que reabre el debate sobre el vello púbico, “dejadlo crecer”, recomienda la actriz a sus “fans”
Las modas influyen en la percepción de lo que es estético y de lo que daña a la vista. En las décadas de los 60 y 70, el vello púbico se convirtió en una atractiva muestra de rebeldía, en los 90 en un síntoma de mal gusto, y, hoy en día, el monte de Venus recolecta tantos detractores como defensores.
La última en reabrir el debate ha sido Cameron Díaz con su libro “The Body Book“, donde insta a sus lectoras a mantener “la adorable cortina” de vello púbico que rodea “nuestra flor”, aunque lo hace con una portada en la que luce piernas y brazos muy depilados.
No es la precursora del pelo en el cuerpo como una reivindicación contra los cánones de belleza femeninos que declaran la guerra al vello a base de depilacionesbrasileñas y técnicas láser. Su íntima amiga, Gwyneth Paltrow, ya alabó en una entrevista con Ellen DeGeneres lo maravilloso que era llevar “un arbusto estilo años 70″.
El vello, con sus épocas de gloria, sus crisis y sus tabúes, ya provocaba quebraderos de cabeza a egipcias, romanas y griegas en la Antigüedad, cuando estas mujeres luchaban por eliminar de su cuerpo esas vellosidades que restaban feminidad a sus cuerpos mediante una especie de cera que conseguían con aceite, miel y azúcar.
El pelo en el cuerpo femenino ha ido y ha venido con las modas, igual que el masculino, antes símbolo de virilidad y ahora, cada vez más, sinónimo de descuido.
De Demi Moore a Miley Cyrus
Si una joven Demi Moore se daba a conocer en las portadas de las revistas mostrando sus atributos cubiertos de un tupido vello, hoy nadie se imagina los pelillos de Miley Cyrus sobresaliendo de sus famosos “bodies” o las axilas de alguna famosa sin depilar, aunque existen excepciones que confirman la regla.
Julia Roberts apareció en una alfombra roja con las axilas oscurecidas por una cortinilla de vello y achacó ese descuido a ciertos fetiches adorados por su pareja de entonces, entre los que destacaba el pelo corporal.
Una de las fotografías mejor pagadas de Madonna no se trató precisamente de un alarde de Photoshop, sino que era una imagen de 1979 en la que “La ambición rubia”, todavía morena, enseñaba su protuberante vello púbico. Como dice el refrán, “donde hay pelo, hay alegría”, y por supuesto industria, ya que muchos centros de belleza ofrecen moldeados o tintes especiales para el pelo de esa zona.
La firma American Apparel es otra de las que ha querido hacer negocio apelando a la belleza natural. En una de sus tiendas de Nueva York, expuso varios maniquíes cuya atracción no era una sofisticada lencería, sino el pelo que lucían en la entrepierna.
Esa obligación moral no escrita que señala con el dedo a las que se desmarcan de la generalizada depilación femenina se cuestiona cada vez más en las redes sociales, donde iniciativas como #sobaquember hacen un llamamiento a las axilas y piernas peludos.
Hasta en “Sexo en Nueva York”, la serie más reticente a cualquier tipo de contraindicación estética, tocó el tema en su primera película, cuando la pelirroja Miranda (Cynthia Nixon) descubre en pleno baño de sol que no se ha depilado y justifica ante el estupor de sus amigas que, “cuando estás casada, tus prioridades cambian”.
El vello púbico, defienden algunos especialistas, sirve como barrera para prevenir las enfermedades de transmisión sexual, aunque otros consideran que su eliminación es una cuestión de higiene.
Sea como sea, la historia está plagada de ejemplos en los que el vello ha servido de seña de identidad para artistas de distintas épocas. Unos se negaban a depilarse el entrecejo, como Frida Kahlo, y otros transgredieron las normas sociales pintando bellos y velludos sexos para pasmo de sus contemporáneos, comoGustave Coubert en su obra de 1866, “El origen del mundo“, carnal, palpable y fascinante.
Hablando de pintores, destaca Magritte con su cuadro “La violación” (1934), en el que convierte un cuerpo de mujer en un rostro, donde los pechos actúan de ojos y el pubis de boca.
Y si cambiamos el pincel por el lápiz, sobresale un escritor, Juan Manuel de Prada, que fue capaz de retratar en “Coños” (Valdemar), lo diferente que es una vagina si hablamos de una trapecista, de una viuda, de una bailarina, de una prostituta o de una virgen (y así hasta medio centenar de “coños” diferentes).
Con EFE/Estilo