Sobre la adopción en parejas homosexuales

No quiero reiterar en los mismos y variados ángulos desde los cuales ha sido comentado este tema candente en los últimos días, a raíz del pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre la legitimidad de la adopción por parte de parejas del mismo sexo. A lo dicho agregaré algunas ideas que complementan puntos de vista en tan interesante debate. Opinión

Estos aportes antes que tomar defensas o ataques a priori, lo que señalan es la metodología que haría posible llegar a conclusiones que resuelvan un punto tan delicado como el de Adopción trátese de heterosexuales o de parejas del mismo sexo.

Empiezo por aclarar que la discusión no puede ser política: el destino responsable de una vida que se confía a padres adoptantes, no puede depender del color partidista ni del beneplácito o pérdida de favorabilidad por parte de quienes dirigen o representan un electorado virtual o real. La aceptación o no de esta alternativa, no puede ligarse a la popularidad o menoscabo de la imagen o a los votos de quienes toman una u otra posición frente al asunto.

Tampoco religiosa: no hay creencia, ni texto sagrado, ni adhesión a rito alguno, que esté en capacidad de dar respuesta a la conveniencia o no de estas decisiones. Pretender que lo político o lo religioso o el peso de las tradiciones, sean los ejes rectores del debate y de los resultados o leyes que de allí se deriven, es equivocado simplemente porque cada problema tiene un ámbito propio, en el cual se originan los elementos que lo caracterizan, y por tanto es por allí por donde se accede a los contextos, conceptos y herramientas que permiten su solución, o al menos, sustentan la formulación de recomendaciones más apropiadas. Tampoco es médico el enfoque que dará luz sobre el asunto: no hay nada que comprometa ni la anatomía, ni la fisiología, como insumos que conduzcan al puerto deseado.

Cualquier asunto debe estudiarse desde el escenario que le pertenece y con la óptica que le corresponde: en este caso y por derecho propio, el debate se afirma en el conocimiento serio sobre el comportamiento humano, y cuándo las personas candidatas a ser adoptantes llenan o no los requerimientos de salud mental, responsabilidad, estabilidad y armonía en la relación de la que hacen parte., y se comprueba la genuina vocación para hacerse padres-madres en las buenas y en las malas; en la alegría y en la tristeza; en la salud y en la enfermedad.

Las ciencias de la salud mental Psicología y Psiquiatría, disponen de contextos y conocimientos suficientes para sacar en claro los requisitos indispensables para las parejas adoptantes (heterosexales u homosexuales), así como las herramientas que permitan el conocimiento profundo de estas personas. Dichas herramientas en manos expertas y haciendo parte de un sólido criterio profesional, arrojarán datos confiables que señalan si una pareja está o no preparada para asumir esta responsabilidad frente a menores que ya vienen de una historia difícil, en ocasiones dramática, por la cual se aspira a que esos pequeños puedan pertenecer a una familia que este apta para ofrecerles amor, dirección, educación, formación en valores y acompañamiento.

Quién discute que el ideal sería gozar desde el principio de una familia amorosa, estable, que elige voluntariamente tener hijos y acompañarlos de distintas formas hasta siempre. Esta no es la realidad que enmarca esta discusión. Trátase de niños, niñas o jóvenes de cualquier sexo, que por variadas razones se han quedado sin hogar y sin padres.

El escenario es también aquel en que la discusión prospere y se dirija a encontrar las mejores condiciones posibles para la mitigación de un problema de abandono y déficit de amor que arranca desde el embarazo, o desde aquel momento en que ese chiquito o niña ha quedado sin el soporte afectivo, físico y económico mínimo para alcanzar un desarrollo sostenido y creciente.

Pero creo que no basta con el grado de Psicólogo o Psiquiatra para asumir que se tiene la solvencia necesaria para sacar en claro lo que más conviene y a quienes. La discusión debe darse entre expertos con mente abierta, que parten del reconocimiento de que estos pequeños ya tienen un déficit vital. Y quienes dirigen y participan en el debate, están éticamente obligados a depurar sus argumentos con extraordinario esmero, que implica la comprensión madura que filtra la necesidad de protagonismo, el brillo personal, o la capacidad argumentativa brillante y vacía, o la vanidad, o el dominio de sus creencias personales como motivaciones que se anteponen al objetivo sagrado de resolver de manera generosa y sabia, un problema vital para menores indefensos que se juegan su presente y su futuro sin poder participar en la escogencia del destino que se les asigne.