Hace unos días, fui de visita a la casa de un amigo que hace tiempo no veía. Luego del almuerzo, nos pusimos a charlar y terminamos discutiendo sobre algo que últimamente, parece moneda corriente en bares, colegios, trabajos y Transmilenios. La ‘criticadera’ a Bogotá. #LaBogotáQueYoQuiero
Como no criticarla, me decía: ladrones, calles echas mierda, basura regada por todos lados, arriendos y víveres carísimos; gente antipática que pulula por todos lados y a la que no se le puede pedir ni un favor… amén.
Mi amigo, tal como otros cientos de jóvenes en toda la ciudad, se encuentra buscando la forma de alejarse definitivamente de Bogotá y de lo que según le dicen, le va a deparar el quedarse en este ‘valle de lágrimas’. Mi amigo es una persona que siempre lo ha tenido todo en la vida y nada sabe del valle de lágrimas del que le hablan y en el que a diario, se hunden hasta el cuello tantísimos bogotanos. Entiéndase como bogotano a cualquier persona que haya nacido, viva, sueñe o succione de la teta de esta gran ciudad. Cabe notar, hay otros, que estoy seguro no ven con ojos tan fríos el lugar que los vio nacer, la jungla en la que guerrean día a día por su familia y sus sueños.
Mi amigo sueña día y noche con arribar a tierras más cosmopólitas y amables, aludiendo a lo diferente que sería despertarse en un lugar distinto de esta tan aburrida y gris Bogotá. Esos otros, los bogotanos no tan acomodados, sueñan día y noche con que la ciudad les sonría mañana en la mañana cuando salgan a trabajar y no les toque el frío de las calles sino el calor de sus gentes.
Me acordé de algo que leí sobre el amor de la gente que vuelve luego de muchos años a su ‘tierrita’, esto sucede, según rezaba en el artículo, porque el bogotano que vive en el extranjero tiene la oportunidad de comparar su ciudad con las que visita. Luego entiende, que como esta ciudad solo hay una, que los problemas que le achacamos a Bogotá los tienen muchos otros lugares que consideramos utópicos y alejados del lodazal de nuestra ciudad. Por ende, algún tornillo tenemos suelto para no valorar el lugar que tenemos y que nos vio nacer, es la conclusión a la que llegan estos capitalinos renacidos.
Ojo, aunque que considero que esta es una experiencia válida y que cualquier persona está en su derecho de despertar amor por Bogotá cuando le plazca, uno no debería tener que cruzar el charco para recordar el buen vividero que es esta ciudad.
Un bogotano debería poder vivir aquí y entender que; por más dificultades a las que se vea enfrentado, como el trancón o los ñeros armados en puentes y esquinas; los ‘tombos’ muchas veces corruptos, la comida y los arriendos siempre caros; no hay mejor ciudad en Colombia que Bogotá. Ellos también exageran claro, pero sí o sí, la ciudad más cercana a las estrellas que tiene Colombia tiene mucho que ofrecer.
Aunque se habla mucho de los cientos de kilómetros de ciclorutas repartidos por toda la ciudad, de su centro histórico, de los restaurantes de todos tipos, colores y sabores que su imaginación podría llegar a conjurar; de los museos y festivales internacionales que tocan a sus puertas cada tanto y de las inversiones que países con billete quieren hacerle, cuando pienso en Bogotá y en lo que tiene para ofrecer, pienso en los miradores naturales olvidados en lugares como Ciudad Bolívar, Usme y lo más alto y peligroso de Usaquén.
Pienso en las iniciativas de comunidades enteras que gestionan actividades para alejar a sus hijos y vecinos de las armas y el dolor que todos los días los tientan en las calles con su brillo y con su poder. Pienso en los proyectos que jóvenes bogotanos se ingenian día a día, con o sin el apoyo del gobierno local, buscando soluciones a los problemas que nos agobian.
Pienso también en los comedores comunitarios que reúnen a personas de todos los tipos: jóvenes, ancianos, niños y drogadictos, para alegrarlos con un plato de comida y una sonrisa, sin se discriminados. Pienso en las calles que gracias a bogotanos, que ya no comen callados, fueron pavimentadas luego de marchar y presionar.
Decenas de artistas que recorren la ciudad y sus calles regalando su arte a quién esté dispuesto a apreciarlo. Esto, sin contar con una educación formal y demostrando su valía sobre tantos otros que si han contado con verdaderas oportunidades.
Hospitales reforzados con tecnologías de punta, policía organizada y lista para protegerme y dar su vida por ello. Guarderías que velan por niños de padres que muchas veces deben pasar horas enteras en el frío de la calle buscando para pañales y almuerzo. Parques llenos de viejitos haciendo ejercicio cuando antes no podían subir siquiera las escaleras de sus casas.
Posibilidades de empleo para personas sin experiencia laboral y muchas veces sin educación formal. Inauguración de acueductos en lugares olvidados y viviendas subnormales ubicadas en los límites de la ciudad; remodelaciones constantes de parques y vías.
Claro está, que como existe luz, también existe oscuridad en mi ciudad. Calles invadidas por ampones y las drogas. Lugares consumidos por pandillas que se cargan niños y madres a punta de cuchillo y balas perdidas.
Gastos como servicios, transporte y mercado cada vez más desbordantes que ningún salario mínimo puede llegar a cubrir. Museos y exposiciones que se llenan de polvo porque los bogotanos disfrutan más del chorro y el Whatssapp que la rica belleza de la cultura y la tradición de la ciudad. Todo esto claro, sumado a taxistas animales, políticos corruptos, contratistas ladrones y comida intoxicada.
A saber, todos estos problemas y muy pocos de los beneficios anteriormente descritos, hacen parte de otras grandes ciudades del mundo que a causa de cortinas de humo y opiniones de terceros, creemos que se encuentran ajenas a esto. Lo que hace diferente a Bogotá de esas otras ciudades, son sus pobladores.
En esas otras metrópolis soñadas, tan parecidas en esencia y estructura a la nuestra, sus dueños, sus pobladores y no sus gobernantes, luchan por hacer de su hogar un mejor lugar. No recaen en determinismos absurdos ni en negativismos pueriles, alzan la cabeza y tratan de unirse para buscar soluciones y elegir con responsabilidad sus mandatarios que habrán de facilitar las decisiones que como pueblo, tiene para expresar y adecuar a su ciudad.
Ahora, en mi Bogotá, yo empiezo a ver eso. Gente que se une para crear y no para destruir, personas reunidas para buscar soluciones, pese a un gobierno local que los ignora o que tiene otras problemáticas que solventar. Bogotanos más libres de la ceguera histórica, que los ha acongojado desde hace tantos años y que no les permite continuar, ni verse libres del recuerdo de malos gobernantes ni de pésimas administraciones.
Ahora yo veo una Bogotá de la que vale la pena hablar y que se tiene mucho que decir a un mundo que ahora la escucha y que pone su atención sobre ella. De pronto las calles de mi Bogotá no sean tan bellas como las de París, ni cuenten con tanta historia como las de Budapest. Pero algo si sé, y es que sí los bogotanos trabajan juntos por su ciudad, ni siquiera la soñada Nueva York de mi amigo, se le podría equiparar.