Sobre la simpatía por Uribe

Las pasadas elecciones han sido la mejor encuesta para dibujar crudamente la realidad nacional, y se siguen despertando muchas preguntas. Columna de opinión.

¿Qué ha impulsado la popularidad de Álvaro Uribe, quien pese a todos los escándalos del pasado y del presente, sigue movilizando masas y poniendo a su alrededor votos y poder en cantidades que sorprenden?. Recuérdese que Uribe fue elegido en primera vuelta por dos veces consecutivas. Uribe catapulta a Santos cuando creía en su obediencia. Por último dibuja y da relieve a la brumosa figura de Zuluaga.

El poder de Uribe tiene varios soportes. Uno de ellos, se relaciona con el machismo colombiano; él es un modelo impetuoso y paradigmático con el cual se identifican los machos colombianos y muchísimas mujeres que hacen el juego perfecto para sostener ese prototipo. “Le doy en la cara marica“, frase estelar que con pequeñas variaciones se ajusta al estilo de palabras y conductas del diario vivir colombiano.

En Uribe, en aparente contradicción, súmase su aire paternal, protector. Cuando se dirige a sus interlocutores, el frecuente uso de hijo o hija, cala profundamente en un país como el nuestro donde la orfandad paterna se ve todos los días y en todas sus formas. Las expresiones del sr. Uribe llenan muchos vacíos de padres irresponsables, lejanos o ausentes.

Uribe refuerza su aire paternal con la frecuente mención de dios en su discurso, mezclando lo humano con lo divino y haciéndose aún más fuerte, mas poderoso y más seguro.

Es así que la postura omnipotente construida por Uribe se refunde tramposamente con el todo vale. En sus manos o a su sombra, nada parece imposible y ni siquiera difícil. Basta con seguirlo sin oposición ni controversia, para creer que lo que se anhela o lo que él ofrece, se cumple.

Mídase el peso de su estilo y sus propuestas en un país donde la inmensa población de los menos favorecidos multiplica su esperanza de romper las barreras de sus excesivas limitaciones, mientras muchos de la clase dirigente, acumulan mas y mas beneficios y poder. Ambos grupos se sienten en ventaja a la sombra de Uribe.

La combinación de la rudeza de sus expresiones con la “suavidad protectora” con que habla a sus obedientes protegidos, hace que todos en una u otra forma sientan ilusoriamente que comparten su poder y su mando, haciéndose realmente más sumisos, más afectos a su estilo dictatorial, engrosando las filas de “niños” (no importa su edad), con poca o ninguna autonomía ni libre decisión.

El de Uribe es el reino de la falocracia. Encarna el fanatismo simplista con el que “nosotros somos los buenos” y el resto, “los malos.”

Si se pone de trasfondo la arrasadora violencia de la historia colombiana, se explica algo del éxito de un personaje con trayectoria tan oscura, con procederes tan arbitrarios, con tono tan guerrerista y maniqueo.