Soldados cristianos de Irak toman las armas para defender su tierra

Los nueve milicianos alzan sus kalashnikovs y forman filas frente a su “puesto de vigilancia”. “¡Ahora descansen!”, grita el señor Fouad, el veterano de la tropa, quien ha asimilado las funciones de capitán. Algunos de los soldados ni siquiera han cumplido los treinta años y muestran la inexperiencia propia de una facción sin rango militar. Este pelotón forma parte de las milicias cristianas iraquíes que, desde hace meses, patrullan sus pueblos, vigilan desde puestos de control en las carreteras y defienden su territorio del avance del Estado Islámico.

Fouad espeta las órdenes al “escuadrón” y éste se divide para comenzar su servicio por Al Qosh, una de las localidades cristianas en las que se ha desplegado el pequeño ejército. “Me uní a las milicias porque los cristianos hemos sido discriminados durante años”, cuenta Azarat, un joven de 26 años, “y, tras la llegada de Daash (Estado Islámico por sus siglas en árabe), esta es la única manera de protegernos”, explica.

Mientras, el capitán Fouad arenga a las tropas. “¡Estamos dispuestos a hacer lo que sea por defender nuestra tierra!”, grita. Esa tierra no es otra que la que habitan los cristianos asirios desde la antigua Mesopotamia y donde se hallan sus lugares de peregrinación sagrados.

Jony Isso limpia con esmero el visor de su AK-47. Mientras se ajusta la gorra de estampado militar, explica que “los uniformes los hemos comprado nosotros, y les hemos cosido nuestra bandera (la cristiana asiria) en el brazo”, dice. El armamento también depende de cada uno: “Hay quien trae kalashnikovs de su casa; los que no tienen armas las compran en el bazar”, cuenta el miliciano. Los 150 civiles que componen estas milicias han sido entrenados durante meses por antiguos altos mandos del Ejército iraquí, oficiales que también se han incorporado a estas filas. Como, por ejemplo, Sargos, quien sirvió durante once años como capitán en las fuerzas armadas de Bagdad y ahora instruye a los muchachos.

Además de las calles de Al Qosh, las milicias cristianas custodian las de otros siete pueblos de su región, en la provincia norteña del Nínive. Como el de Sharafiya, a sólo cinco kilómetros hacia el sur de Al Qosh, donde nueve milicianos pasan día y noche en unas instalaciones prestadas. Los vecinos abandonaron el pueblo hace semanas; ahora ya sólo quedan los “soldados cristianos” que protegen la entrada a la población con una valla metálica. “Daash (Estado Islámico) llegó hasta 10 kilómetros de aquí”, cuenta uno de ellos mientras apunta al frente con un fusil de francotirador. “Pero podemos combatirles sin problemas -dice, convencido-, estamos dispuestos a morir, pero no nos moveremos ni un paso de la tierra de nuestros antepasados”.

¿Es el fin del cristianismo en Irak?

En los años previos a la invasión norteamericana de 2003, al menos un millón y medio de cristianos residía en Irak (el 5% de la población total), según las estadísticas oficiales. Sin embargo, la guerra tuvo dramáticas consecuencias sobre esta comunidad, que emigró a otros países provocando una de las mayores diásporas de su historia. Mantener la fe cristiana en Irak era cada vez más arriesgado. Con el paso de los años, los religiosos celebraban misa con menor regularidad y sacerdotes, iglesias y mujeres fueron objeto de amenazas y de ataques.

Pero la irrupción del Estado Islámico, el grupo yihadista más despiadado de la actualidad, ha provocado una nueva oleada migratoria. “Nuestra religión está en peligro de extinción”, cuenta a El Confidencial Youra Mousa, vecino del pueblo de Al Qosh. La cercanía de Mosul, bastión principal del Estado Islámico, a la región del Nínive, donde se localizan los pueblos cristianos, ha alarmado a esta población. Durante los últimos tres meses, al menos 120.000 cristianos iraquíes se han visto obligados a abandonar sus casas y emigrar, algunos hacia el norte (Duhok) o hacia el este (Erbil). “Dentro de diez años no habrá cristianos en Irak. Quizá la única forma de resistir sea defendiéndonos con nuestras propias armas”, espeta Mousa.

Un Ejército cristiano

“Nuestra intención es formar una guardia nacional (cristiana)”, explica a este diario Idrees Merza, presidente en Erbil del ADM (Movimiento Democrático Asirio por sus siglas en inglés), el único partido político cristiano con asiento en el Parlamento iraquí. “No queremos ser considerados una milicia”, dice. En pos de ese objetivo, el ADM negocia actualmente con el Gobierno de Bagdad para pedir a la coalición internacional una ayuda de 20 millones de dólares. Según cuenta, 3.500 voluntarios están preparados para formar este Ejército cristiano, sólo esperan financiación para armamento y entrenamiento. “Nuestro lobby en Washington está trabajando para conseguir el dinero”, asegura otro de los miembros.

Lo cierto es que esta minoría iraquí se siente abandonada por la comunidad internacional. “Creemos que estamos siendo ignorados, nadie ha ayudado a los cristianos, parece que sólo se asiste a las fuerzas mayoritarias, como los kurdos o las tropas iraquíes”, se queja Merza. Además, este grupo ha pedido a Naciones Unidas el envío de observadores internacionales a la planicie del Nínive para que se establezca una “zona-refugio” y los cristianos desplazados puedan volver a sus casas. “Hacemos esto para proteger a nuestra gente, además de nuestros templos sagrados”, afirma Merza, cuya región alberga el patrimonio más antiguo de la cristiandad.

“La diferencia entre yihadistas y kurdos es que no te obligan a convertirte”

En la entrada a Al Qosh, un check-point de los peshmerga (las fuerzas kurdas) controla de manera permanente las entradas y las salidas del pueblo. Cuando el coche de los milicianos llega al puesto de control, un par de soldados kurdos les da el alto. Piden su identificación. Azarat, uno de los milicianos, no oculta su enfado. “La única diferencia entre Daash y los peshmerga es que éstos últimos no te obligan a convertirte”, dice.

Los cristianos de la planicie del Nínive no ven con buenos ojos que, desde la llegada de los yihadistas a Mosul, los peshmerga se hayan adentrado en áreas que no les pertenecen. En el interior de la garita donde descansa esta tropa irregular, Fouad, Mousa y Saher inician una acalorada discusión sobre cómo echar a los kurdos de su planicie. “Ni los cristianos somos kurdos ni queremos pertenecer al Kurdistán”, explica a gritos Fouad. “Tenemos que aguantar que nos humillen y controlen nuestra seguridad cuando podríamos hacerlo nosotros”, dice.

El asunto radica en la famosa ‘enmienda 140’ de la Constitución, por la que esta zona cristiana forma parte del territorio en disputa entre los kurdos y Bagdad, en donde los peshmerga han colocado recientemente sus tropas en una maniobra para aprovechar el momentum. Y es que los vecinos de estos pueblos culpan a los kurdos de no haberles protegido cuando, en agosto, llegaron los yihadistas y los peshmerga replegaron sus posiciones. “Por eso necesitamos fundar nuestro ejército, sólo nosotros podemos proteger a nuestra gente y cuidar de nuestra tierra”, cuentan. Una tierra disputada que también reclama su autogestión, ya que la provincia del Nínive lleva años exigiendo su autonomía al gobierno central. Pero los cristianos de la planicie saben bien por qué es territorio disputado y por qué está fuera de sus manos conseguir su independencia. Son las extensas reservas de petróleo que yacen bajo su tierra, así como los importantes acuíferos y los campos agrícolas que todos quieren gestionar.