Nacido en Medellín, criado en Bogotá e hijo de padres cartageneros, Álvaro Restrepo, el filósofo y literato con cuerpo y vocación de bailarín, forjó su futuro a punta de disciplina y coraje para dejar ser al humano sensible que siempre se consideró.
Bailarín tardío, como suele reconocer, y conquistador de su propio cuerpo, ha creído firmemente en el poder de la carne y la transformación social a través del arte. Es por esto que después de haber vivido por vario años fuera, llegó a Colombia para devolverle al país lo que había recibido.
El Colegio del Cuerpo, “mi obra de arte más importante, mi escultura social y humana” como afirma, es hoy en día un proyecto que enorgullece a los colombianos y al mundo entero por darle voz a niños de bajos recursos de la Cartagena, a través de la educación con la danza y para la danza, fortaleciendo, como él dice, la “cultura del cuerpo”.
“Para responder qué es ser un colombiano casi que habría que contestar como Borges: ser colombiano es un acto de fe. Para mí más que ser colombiano es ser humano. Yo creo que a veces tratamos de definir y de circunscribir el concepto de ciertos elementos de nuestra nacionalidad, y para mí, más que la identidad nacional, me interesa la identidad de nacionalidad humana.
Así que yo no sé qué es exactamente ser colombiano. Yo aspiro que ser colombiano sea ser un buen ciudadano del mundo.
Colombia y su realidad me inspiran positiva y negativamente porque es un país que me duele mucho. Creo que lo que este país ha vivido, sufrido y visto, no tiene nombre, como el título del libro de Piedad Bonnett, hay cosas que son innombrables y que uno quisiera borrar pero que no se pueden borrar y no se deben borrar además.
A uno como artista le toca trabajar en esa realidad cotidiana, trabajar con la memoria, con la historia, con el presente, con lo que está ocurriendo. Es muy difícil sustraerse, cerrar los ojos.
Yo creo que cuando uno tiene conciencia ya no puede echar marcha atrás, cuando uno ha visto el dolor y lo ha vivido, es muy difícil hacerse el loco. Yo Este es un país donde nos hemos hecho los locos. Hay gente que piensa que como el dolor no lo ha tocado directamente, no le pertenece. Creo que hay que hacer un trabajo solidario y yo trato de hacerlo a través del arte, de la educación y de mi vida.
Yo siempre he dicho que tal vez la ubicación geográfica de Colombia ha hecho que se concentre aquí, de una manera exacerbada, lo bueno y lo malo. Somos de alguna manera el ombligo de las Américas, somos un punto de tránsito.
Algo que nos ha marcado de manera no muy positiva es el hecho de habernos cerrado a la inmigración en algún momento de la historia, a diferencia de otros países donde hubo tanto intercambio. Yo creo que por eso nos hemos quedado mirando el ombligo y patinando como un círculo vicioso en nuestros propios problemas.
Cuando salgo a otros países me siento bien, creo que podría vivir en otras partes sin problema, obviamente tengo lazos muy fuertes con Colombia. A veces siento nostalgia pero tampoco soy demasiado apegado a las cosas. Es un país al que a veces quiero mucho y a veces quiero tanto que lo odio, es una relación de amor-odio la que uno tiene con este país.
Decidí vivir y crear mi proyecto en Cartagena porque es la ciudad de mi familia donde pase muchos momentos inolvidables y creo que por la nostalgia de recuperar mi infancia.
Es muy satisfactorio, sin duda, ver mi trabajo reflejado en personas que vi crecer. Realmente he dicho que el Colegio del Cuerpo se ha convertido en mi obra del arte más importante, porque de alguna manera es una escultura social, es una escultura humana y esos muchachos, que trabajan conmigo hoy son ya creadores, ciudadanos del mundo, pedagogos y son grandes bailarines, grandes artistas. Creo que si uno logra transformar la vida de una persona en este mundo, creo que ya cumplió su misión.”