Tres hechos. Primer hecho. Año mil novecientos sesenta y nueve. Escucho un grito que sacude el campo de juego en el barrio San Pedro: “Pasa la pelota negro marica”. Segundo hecho. Año dos mil trece. Un diputado del Valle por el partido liberal abre su portátil, mostrando una fotografía del candidato a la corte constitucional, Alexei Julio Estrada, abogado negro, luego pasa la página mostrando a sus compañeros de bancada una imagen del Phitecanthropus Erectus, homínido primate de una especie extinguida hacia finales del Plioceno.
Ambos hechos relacionan el estupor por los negros; una suerte de condena visceral que observa en los negros lo demoníaco. Aquí no sólo cuentan las palabras, sino la carga emotiva de quien se expresa con esa miseria. Decir negro es accionar una conducta desafiante. Negro equivale a sucio, primitivo, zarrapastroso. La cruz que observaba Lutero al comentar los Salmos es una cruz negra, negro el purgatorio que describe Dante Alighieri, los agujeros espaciales también negros. Negro es horroroso.
Los años cuando ocurrieron los hechos que mencioné, cuando los blancos hablaban así de los negros, son pura casualidad. En la palabra negro se oculta una conciencia retorcida de quienes no poseen el color. Pero vale la pena tomar en cuenta esas fechas y los ciclos del tiempo: finalizando la década de los setenta del siglo XX y comenzando la segunda década del siglo XXI. El grito en la cancha de fútbol en Palmira ocurría en pleno auge de los sueños libertarios de Martin Luther King y Nelson Mandela. Las causas racistas no causaban por entonces estragos.
En la otra ventana, el hecho protagonizado por el diputado del Valle del Cauca del partido liberal, ocurre dos décadas después de que la corte constitucional reconociera los derechos a las minorías y su representación en el congreso. La raza negra en campos diversos de las artes y las ciencias han conseguido que muchos blancos muerdan el polvo. La agenda esclavista en San Basilio de Palenque ha quedado como recuerdo. Pero en las calles de Cartagena de Indias, el veintiuno de mayo del año dos mil trece, quienes gobiernan la ciudad no quieren ver negros.
Debo anotar que los hechos descritos al principio ocurren en el Valle del Cauca, departamento esencial y providencialmente de mayorías negras; aquí en el Valle son raros los tipos de blanco español antioqueño, o el blanco de ojos azules por el cruce con alemanes que encontramos en Santander. Aquí en el Valle, como en toda la Costa Pacífica, sobreabunda el mulato, el jibaro y el negro básico. Casi todos son niches. Eso parecen desconocerlo quienes gritan en los estadios de Europa o Inglaterra, en contra de Didier Drogba o Jackson Martínez en los estadios de Portugal.
Por cierto, casi todos los niches, los negros, la población afrodescendiente de San Basilio de Palenque, como las negritudes en todos los lugares del mundo, no se comportan exactamente igual. De modo que muchos negros tratan de adaptarse; buscan parecerse al blanco, se estiran el pelo con gomina todos los días, se mezclan entre su parentesco “trigueño”, “marrón”. La “negra Candela” no debe su fama a su color, sino a sus escándalos y chismes. Y no es negra Candela, porque quiera parecer negra.
Con excepción de los negros de Palenque, díganme, ¿qué negros desean desandar los ancestros de la Madre África mediante los cambios del color de su pelo estirado con gomina, o pintando su tono hacia colores menos negros? Ahora con el Desafío 2013 de Caracol Televisión, hasta los blancos quieren ser negros; la hipocresía esparce también sus motivaciones colectivas. O ¿pretendes en verdad ser como el Pithecanthropus Erectus? “Son niches como nosotros”, expresa la canción, pero ¿quiénes? Los negros saben – como nosotros- que eso es falso.
Criado entre negros del Valle del Cauca yo sé cómo se ofende al negro. Todas las tardes con sus pacoras y azadones, regresando del corte de la caña de azúcar. Entre trapiches e ingenios azucareros, los negros humillados, haciendo cola todos los sábados en el barrio San Pedro, para recibir un sobre con el pago que les daba el mayoral. En el senado de la República de Colombia, como en la corte constitucional una nariz ñata de negro genera reservas. Hasta la negra María Isabel Urrutia, campeona olímpica, cambio sus costumbres a pesar de representar minorías negras. La política y el poder cambiaron el color de sus raíces. “Hueles a negro” todavía es una expresión despectiva usada entre la clase política.
¿De qué hablamos cuando hablamos del negro? Con excepciones muy vallecaucanas, hablamos de tener cuidado, ansiedad o temor. La cercanía del negro causa pánico en una calle oscura o solitaria. Hablamos de negros jodidos en los motines carcelarios, de resentimiento cuando el negro busca parecerse al blanco en sus acentos de piel, estirando su pelo con gomina. Si el negro se destaca en pesas, atletismo o en política internacional, creemos que es prestado de la cultura dominante.
Quien desprecia al negro odia las diferencias. Y el negro que quiere ser blanco también odia ser diferente. Las generaciones trasladan culturalmente sus estereotipos, de modo que “negro” entre cientos de familias significa exclusión, marginalidad y odio intergeneracional. Odio y resentimiento como reacciones a la violencia categórica ejercida por los demás.
Los costos sociales del negro son todavía muy elevados en la cultura racista. Si naces negro, con pelo rizado, como Carlos Tévez -ahora con pelo liso en el Manchester City- labios gruesos como el negro Perea -locutor forzado a la política-, si naces del color negro tiendes al desmerecimiento. De modo que entre los costos sociales y el universo parecen no existir diferencias. ¡¡Es el colmo de la estupidez humana!!
Resulta necesario desafiar los estereotipos. Desafiar la brutalidad de quienes fabrican rótulos, quienes los colocan y quienes los circulan. Son enemigos de la humanidad quienes afirman lo negro con su estigmatización. Y en política expulsar a quienes promueven tanto la burla, el escarmiento, como a los negros que quieren dejar de serlo.
El gasto fiscal en seguridad y defensa cuenta con aportes tributarios de los negros, de blancos, mestizos, indígenas y parejas del mismo sexo; ese gasto fiscal debe también invertirse en consolidar las diferencias culturales, de raza, con mayor razón en negros de color que sueñan como en la televisión con ser blancos, o parecer y comportarse como blancos.