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“Soy una mujer normal que ama a otra mujer”


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Se conocieron por una amiga en común. Los siete años que llevan de relación se ven reflejados en sus singulares miradas mutuas. Quieren casarse para pasar el resto de la vida con su pequeña familia. Marcela y Adriana, le quieren dar un sí al matrimonio gay. Una historia que plantea un debate sobre la necesidad de aceptar el matrimonio entre parejas del mismo sexo ante la ley.

“Nos conocimos y nos enamoramos, llevamos siente años juntas” cuenta Adriana González mientras reconoce que, como cualquier relación sentimental, han atravesado por pequeñas crisis.

“Hemos aprendió a construir a lo largo de estos siete años una relación no sólo de amor y de solidaridad, también, de construcción para otras personas a las que les demostramos que sí es posible una relación entre dos mujeres”, manifiesta Adriana mientras menciona, con la frente en alto, que no le han ocultado su amor ni su relación a la sociedad. Y es que de hacerlo, estarían apoyando a las mujeres que aún no han logrado “salir del closet” a mantener en secreto sus preferencias sexuales.

Marcela Rojas, pareja de Adriana, es sonriente e imponente gracias a la fuerza de su voz. Para ella descubrir su sexualidad fue un proceso diferente al de Adriana, quien supo desde siempre su preferencia sexual. Marcela se relacionó con algunos hombres, tuvo algunas novias, pero ella tenía claro que solo quería a una mujer como la que está hoy a su lado.

Sin embargo, dentro de las experiencias de su vida, Marcela tuvo la posibilidad de ser madre. Un joven que hoy tiene 25 años y que se siente afortunado de tener tres mamás; Marcela, Adriana y la esposa de su padre.

Esta pareja realiza batucadas con su grupo “toque lésbico” para sensibilizar a la sociedad sobre su condición. Esta es tal vez la expresión más cercana que tienen con la militancia y el activismo y reconoce que por más lucha que haya para lograr la igualdad, aún queda un camino largo para conseguir los derechos que parejas heterosexuales ya tienen por ley.

“La ley en este país nos ha permitido ser, sin embargo, no nos sentimos seguras ni tranquilas porque hay muchos derechos que queremos ganar y en una sociedad tan conservadora como esta, en cualquier momento podemos retroceder, pero eso nos da la esperanza de seguir reivindicando nuestros derechos”.

Mientras hablan de discriminación reconocen que el tema les toca el lado más sensible. “Cuando uno vive en el campo de la discriminación se da cuenta que no es fácil, que es doloroso, que las familias y la sociedad tiene mucho que aprender del amor. Nosotras nos queremos mucho, tenemos una relación normal, ella no es el hombre ni yo la mujer o al contrario, nosotras somos dos mujeres juntas”, asegura la pareja explicando que la mejor forma de conseguir igualdad de condiciones es respetando y aceptando su posición frente a la sexualidad.

“Cuando uno vive con miedo a ser discriminado, todo el tiempo está sintiendo la discriminación. Al principio hay que ser valiente y decir: Sí yo soy lesbiana ¿y qué?, aunque suene horroroso” agrega Marcela.

Lesbianas sin miedo y sin vergüenza


Marcela es ingeniera, tiene su propia empresa, trabaja desde su casa y se dedica a su mujer, su hijo, a Lupe Rojas, una pequeña French Poodle que la ha acompañado por más de 15 años y a Silvio González, un canario que llegó por su propia cuenta y se unió a la familia. Adriana por su parte, es trabajadora social, funcionaria de la Secretaría de Educación y la que prepara el almuerzo los fines de semana.

Ambas, se han encargado de explicarles a sus familias, desde el sobrino más pequeño, los primos, las tías y las mamás, que son personas normales; que comen, piensan, hacen mercado y tienen sexo, como ellas mismas lo dicen.

Son lesbianas que no sienten vergüenza de serlo y de sentirlo, “soy una mujer normal que ama a otra mujer”, dice Adriana. El miedo en ellas sólo está presente cuando van por la calle y son víctimas de agresiones, como han tenido que soportar en algunas oportunidades. Sin embargo, es por la vida que llevan con orgullo gay y compromiso mutuo, que quieren decir sí. Sí al matrimonio entre parejas del mismo sexo para cambiar el imaginario de la institución patriarcal.

“¿Por qué no?”, esa es la frase con la que pelean por sus derechos. ¿Por qué no puedo entrar con ella a su cita médica?, ¿Por qué no puedo darle besos en público?, ¿por qué no podemos bailar juntas en una fiesta?, o simplemente, ¿por qué no nos podemos casar?

Aunque Adriana y Marcela fueron una de las primeras parejas en recibir la unión marital que las identifica como parejas que conviven en unión libre en Colombia, quieren que su relación vaya más allá y se puedan brindar garantías una a la otra, como lo dice la ley. Ya tienen las argollas, ya saben cómo va a ser la ceremonia, pero no saben cuándo se podrán casar.

“Cuando empezó el debate hace dos años fuimos hasta San Francisco, compramos unas argollas y las trajimos, tenemos todo listo y sabemos cómo queremos hacer la fiesta de matrimonio. No tenemos la ilusión de la princesa que se casa con el príncipe azul, sino dos princesas que nos queremos casar por que sí”, comenta Adriana.

La lucha continúa, sin saber cuándo habrá una solución a la necesidad de esta pareja y de miles de personas más en la misma condición. Lo importante es defender los derechos y la igualdad que merece cada ser humano.

Marcela y Adriana son conscientes que el día que se acepte el matrimonio gay en Colombia, una nueva puerta se va a abrir: La adopción de niños y niñas a padres homosexuales, lo que terminaría con la desprotección de los menores por las actuales normas vigentes que los cobijan y los vulneran a la vez.

Y no solo la adopción, también, se acabarían los prejuicios y la violación de derechos humanos frente a este grupo de personas. El matrimonio gay en Colombia, cerraría un poco la brecha de la discriminación y abriría nuevos caminos para construir sociedad.

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