Los israelíes están muy satisfechos con la manera en la que su gobierno, el de Benjamin Netanyahu, está gestionando la crisis en la Franja de Gaza. Los sondeos de opinión son elocuentes y las voces de políticos y figuras públicas, prácticamente unánimes.
Ni los más de 50 soldados israelíes muertos, ni la presión internacional, ni las fotografías de cientos de cadáveres calcinados, pueden con la impresión extendida de que el Ejército está simplemente defendiendo a la población y haciendo un trabajo necesario.
El apoyo se extiende a lo largo de todo el espectro político: la campaña contra Hamás, el empeño en acabar con sus túneles clandestinos y desarmar sus cohetes, cuenta con un apoyo masivo en todos los judíos israelíes, independientemente de sus ideas políticas o su estrato social. Algunos analistas indican, incluso, que no recuerdan unos niveles de apoyo similares en el país.
Y es que aunque muy pocos alcanzan sus objetivos gracias a la llamada “Cúpula de Hierro” (el sistema antimisiles financiado en buena parte por Estados Unidos), el Ejército israelí asegura que 5 millones de personas están en la órbita de los cohetes que lanzan las milicias palestinas. Por ello, un porcentaje abrumador de la población siente que existe un riesgo real para ellos y/o para sus seres queridos.
Además, los militares dicen haber encontrado ya cerca de 35 túneles a través de los que milicianos palestinos podrían entrar en territorio israelí en cualquier momento, una realidad que aumenta la sensación de vulnerabilidad y peligro. La población mantiene fresca en la memoria la imagen famélica de Gilad Shalit, el soldado capturado por Hamas en 2006 y liberado en 2011 a cambio de 1000 prisioneros palestinos. Ocurre que los milicianos que lo secuestraron entraron por uno de esos túneles.
Resulta que Netanyahu, considerado hasta hace no tanto tiempo un político querido por los sectores más nacionalistas y la derecha, se ha convertido de pronto en un líder de cohesión. La “militarización” de la opinión pública israelí está además arrastrando a otros partidos. En la izquierda, incluso el Partido Laborista cierra filas y defiende la necesidad de seguir adelante con la campaña de bombardeos hasta que Hamas hinque la rodilla.
Ahí está la Ministra de Justicia, Tzipi Livni, antaño consagrada a las negociaciones de paz y considerada una de las más moderadas del gabinete de Netanyahu. Cuando la ONU pidió una investigación y habló de posibles crímenes de guerra, se limitó a responder: “Que vengan a buscarme”. Posteriormente, en una entrevista, subrayó que “Hamás es una organización terrorista y no está dispuesta a parar. Ellos no están luchando por un estado Palestino, sino porque son una organización del terror”.
Los “halcones” del Ejército y el gobierno, así como los grupos nacionalistas, son de hecho los únicos que han elevado estos días tibias críticas contra Netanyahu, acusándolo de ser demasiado blando con Hamás y pidiendo que lance de una vez al Ejército en una invasión por tierra más agresiva para acabar con todo el arsenal de cohetes y detener, vivos o muertos, a todos los milicianos.