Un experimentado reportero que fue secuestrado cuenta cómo se ve desde dentro la barbarie de las decapitaciones y su impacto en Occidente.
Su intención no era mostrar un odio particular hacia las personas que se disponían a asesinar. Para la milicia autodenominada Estado Islámico (EI), las vidas de los periodistas James Foley y Steven Sotloff, cuyas decapitaciones se produjeron poco antes de la difusión de los videos correspondientes, el 19 de agosto y el 2 de septiembre, poseen un valor mucho menor al que reconocen la razón o la fe musulmana. Todo se reduce a servir como vehículos de un mensaje: como los gorilas que se dan golpes en el pecho, los degüellan para mostrar su desafío.
Aunque conocidos por su apego a normas y por actitudes propias del oscurantismo medieval, los integrantes del EI también destacan por su hábil y decidido abrazo de las técnicas de comunicación más modernas. Como otros anteriores, estos dos vídeos tienen una factura profesional e incluso sofisticada, que se apoya en símbolos poderosos.
Para empezar, los prisioneros están vestidos con uniformes color naranja, como los de los presos de la prisión de la base estadounidense de Guantánamo. Además, Foley y Sotloff han de pronunciar discursos que tuvieron que aprender de memoria. Finalmente, quien es presentado como su ejecutor, un hombre vestido totalmente de negro, con el rostro cubierto, habla pausadamente –también con oraciones previamente estudiadas– y con un acento que revela que es originario de Londres.
Para matarlos, no utilizan los métodos lentos y dolorosos que serían elegidos para enemigos a los que se aborrece, como quemarlos vivos o torturarlos, sino uno que a pesar de ser veloz, es visualmente impactante: la decapitación, tras lo cual se exhibe la cabeza cercenada del sacrificado. El efecto de esas imágenes se ha hecho sentir en el mundo occidental casi con tanta fuerza como en la patria de los inmolados, Estados Unidos, el país hacia el que se han focalizado las amenazas del EI.
En particular, dentro del gremio directamente afectado (el de los periodistas, especialmente los independientes o freelancers), el espectáculo ha tenido un profundo impacto: entre quienes cubren o hemos cubierto eventos en Medio Oriente, casi todos han pasado por Siria y conocían a Foley en persona o a través de amistades mutuas, y habían estado involucrados en la campaña para pedir su liberación desde su secuestro, en noviembre de 2012.
Por el contrario, muy pocos sabían de los casos de Sotloff y de Haines (el trabajador humanitario identificado como el siguiente en la lista) porque las familias habían decidido mantenerlos en secreto, con la esperanza de facilitar su liberación.
No pocos han sido también víctimas de secuestro en Siria o están emocionalmente próximos a alguien que lo fue. El Estado Islámico escogió, además, administrar el dolor en dosis brutales pero espaciadas: el primer golpe, sobre Jim Foley, a sus 40 años, estremeció a toda la comunidad de periodistas por inesperado, sádico e inapelable, y al mismo tiempo, la sumergió en la angustia del castigo que se venía encima y no parecía posible detener: la presentación de Sotloff en el mismo uniforme que Foley, igualmente atado y de rodillas, y el anuncio de que pronto correría la misma suerte.
Su madre, Shirley, realizó un intento desesperado al difundir una petición pública de clemencia dirigida a Abu Bakr al Baghdadi, el líder de EI, autoproclamado califa: “Desde que Steven fue capturado he aprendido un montón sobre el islam. He aprendido que nadie es responsable por los pecados de otros. Steven no tiene control sobre lo que hace el Gobierno de Estados Unidos”, dijo.
Aunque muchos se aferraron a la esperanza, recordando las manifestaciones de clemencia y paz que existen en el Corán, quienes conocen la vocación sangrienta del EI y su tendencia a interpretar a su manera las enseñanzas de su profeta, admitieron que era improbable que los extremistas escucharan el lamento materno.
Sotloff fue asesinado a los 31 años. Y en lo que amenaza con convertirse en un ritual, el supuesto verdugo arrastró a David Cawthorne Haines, también de naranja, para anunciar su inminente ejecución. Para los trabajadores de ayuda humanitaria, otro gremio expuesto a la violencia de Estado Islámico, el temor de convertirse en participantes forzados de los circos romanos de la organización se hace realidad.
En un análisis del 27 de agosto, la agencia privada de inteligencia Stratfor concluye que con el primer vídeo, el de Foley, el EI envió los siguientes mensajes:
1. No jugamos con vuestras mismas reglas. Lo que estamos dispuestos a hacer no tiene límites.
2. El maltrato que han sufrido los prisioneros musulmanes en Guantánamo no es gratuito.
3. El que no tengamos límites no significa que no podamos ser sofisticados. Podemos serlo tanto como los occidentales. Escuchen el acento británico de nuestro verdugo. Y podemos producir cortometrajes como si fueran de Hollywood.
4. No somos como los capos de la droga en México, que suben videos de decapitaciones para dirigirse a una comunidad limitada, la que está en el área bajo su control. Es por esto que el mundo en general apenas si sabe de ellos. Nosotros, en cambio, estamos llevando un mensaje global: queremos destruiros a todos en Occidente y a todos aquellos dentro del mundo musulmán que no acepten nuestra versión del islam.
5. Triunfaremos porque no tenemos escrúpulos y porque somos los únicos que tenemos acceso a la verdad de que cualquier cosa que hagamos está bendecida por Dios.
Por Témoris Grecko*
*Es un experimentado periodista independiente que ha escrito crónicas sobre 89 países distintos, muchos de ellos en guerra. En 2013 fue secuestrado mientras cubría la guerra de Siria y fue liberado 12 horas después.